La Navidad de 1912.

La Navidad de 1912.

Oswaldo Ramirez González
SEHIMM

A la memoria de aquellos colegas, cronistas y compiladores de SEHIMM que en la Patria Celestial gozando ya están.

Preludio. 

La inserción formal del metodismo cumplió más de ciento cincuenta años este diciembre; con el favor de Dios, el próximo año se cumplirán doscientos de la entrada de los primeros metodistas de origen inglés al centro del país (Real del Monte). No obstante, desde el período de guerra de independencia se instalaron los primeros metodistas no hispanos en los territorios de Texas y Coahuila. Por tanto, siendo rigurosos, la presencia del metodismo en tierras mexicanas lleva más de dos siglos. Tiempo en el cual los contextos y matices de nuestra historia han ido cambiando; guerras internas, intervenciones, pérdida de territorios, cambios intempestivos de sistema de gobierno y demás aspectos que cesaron hacia el último tercio del siglo XIX. 

En este sentido, la llegada de la dictadura del general Porfirio Díaz quién administró por más de treinta años los destinos de nuestro país, fue la etapa dorada del desarrollo de los grupos misioneros metodistas estadounidenses; surgieron escuelas, hospitales, iglesias y congregaciones tanto en las principales capitales estatales como en zonas apartadas, donde en más de un sitio estuvieron expuestos a conflictos, persecuciones y enfrentamientos con grupos fanáticos de católicos. Pese a ello, lograron sobrevivir hacia el umbral de un nuevo siglo, el cual recibieron con esperanza, bendición y un tanto la incertidumbre; pues cierto es que, como individuos de su tiempo, más allá de las paredes de sus templos, no estuvieron ajenos a problemáticas cotidianas, ésas que el mismo régimen llevó a un punto climático de descontento y desigualdad que derivó en el estallamiento del conflicto armado hacia finales de 1910.

Para mediados de 1911, el viejo Don Porfirio marchó hacia el exilio, augurando que su renuncia y partida cesaran los enfrentamientos y fueron el inicio de un período próspero y mejor para México. Lejos estuvo su pronóstico de cumplirse. Después de un interinato a cargo del exdiplomático Francisco León de la Barra, el movimiento natural de las fichas políticas indicó que el sucesor por legítimo sufragio fuera el coahuilense Francisco I. Madero, y así fue. Pero este resultado fue sólo un caldo de cultivo para que viejos protagonistas y nuevos intereses hiciesen de su gobierno uno de los más breves y trágicos. Uno de sus antiguos aliados, Emiliano Zapata, se rehusó a deponer las armas, al considerar que no existían garantías reales para llevar a cabo las demandas campesinas. El sur del Estado de México y el estado de Morelos fueron el foco de resistencia armada de aquel caudillo.

En eso se estaba cuando se gestó un complot entre un grupo de militares y políticos del antiguo régimen para terminar con el gobierno maderista. El Pacto de la Embajada, también denominado Pacto de la Ciudadela (18 de febrero de 1913), firmado por Félix Díaz (sobrino de Porfirio Díaz) y Victoriano Huerta, jefe del Estado Mayor de Francisco I. Madero. Diez días antes al Golpe de Estado, estas facciones simularon enfrentamientos en plena capital, episodio que se conoce como la “Decena Trágica”. El resultado de todo lo anterior fue el asesinato de Francisco I. Madero, del vicepresidente José María Pino Suárez, y el ascenso de Victoriano Huerta. Un mes después, el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, desconoce el gobierno de facto de Huerta y convoca a todos los jefes militares regionales y gobernadores a rebelarse en armas contra la usurpación…  

El apartado siguiente es un constructo con base en las notas periodísticas de El Abogado Cristiano Ilustrado (2 de enero de 1913, pág.15), se plasmaron las diferentes actividades decembrinas de las comunidades metodistas, entre ellas la de la iglesia “El Divino Salvador” de Pachuca, “La Santísima Trinidad” de la Ciudad de México”, y “El Mesías” de Amecameca; todas administradas para entonces por la Iglesia Metodista Episcopal Norte (IME); a reserva que la última, “El Mesías”, apenas ese verano había cambiado a dicha administración misionera, puesto que su antecesora y fundadora de la misión, la Iglesia Metodista Episcopal Sur (IMES), negoció el cambio de ésta por la congregación de El Oro, al norte del Estado de México (El Abogado Cristiano Ilustrado, 19 de junio de 1919, pág. 399).

Una misiva decembrina.

Retrocedamos ciento trece años en el tiempo. El sonido del ferrocarril ya no anuncia con alegría las cargas, ni los saludos o vítores de los viajeros en cada estación. Sigue habiendo comunicación por este medio; pero ahora, y durante los próximos cinco años, irán cargados de soldados, adelitas o rieleras, según fuere el caso, campesinos con carrilleras improvisadas, jóvenes con tez tostada por el sol, luciendo trajes color caqui que les nada entre sus esqueléticos cuerpos… En el norte, un antiguo aliado de Madero, el jefe revolucionario que además es de origen congregacional, Pascual Orozco, resiste los embates del ejército federal; el Pacto de la Empacadora, firmado por él y otros agregados en marzo de ese año, acusa al Apóstol de la Democracia de haber traicionado la revolución y el Plan de San Luis.

En el sur, a escasos meses de que Madero asumiera el gobierno de México, Emiliano Zapata decide romper con la alianza, pues considera que no existen garantías del presidente para hacer efectivas las demandas de los campesinos morelenses; desde noviembre de 1911 se declaró en contra del maderismo, al mismo tiempo que firmó su proclama, El Plan de Ayala. Pese a los intentos de negociación para que deponga las armas, el jefe suriano se agrupa y gana adeptos en el estado de Morelos y en el sur del Estado de México, territorios que a partir de entonces serán el núcleo de su movimiento agrarista revolucionario, y donde precisamente se ubica una de las congregaciones de este texto: Amecameca. 

En las ciudades, los efectos del levantamiento armado comienzan a percibirse tímidamente: colegios clausurados, escuelas que intentan seguir el curso de sus actividades, alumnos irregulares. Las congregaciones evangélicas que, si bien antes disfrutaban de la bonanza y sobrecupo -que visto desde su enfoque fue una “sobrebendición” que espació el evangelio en lugares no previstos-, lo que expuso generar nuevas estrategias para visitar a regiones apartadas, en las que en tiempo de paz las visitas pastorales de obispos y superintendentes eran toda una odisea, se han vuelto en una tarea titánica; pues ahora, además del traslado y de potenciales grupos de  católicos fanáticos,  surgía un nuevo obstáculo: los cercos revolucionarios… Algunos lugares como la ciudad de México o la capital hidalguense, Pachuca, son afortunadas debido a su localización geográfica. Si acaso, las fuerzas del orden detienen a rijosos, por precaución y por principio, los cristianos -salvo algunos jóvenes y profesores- son partícipes directos de la lucha. Sin embargo, en estas dos ciudades, la cívica y el deber patriótico como evangélico se mantienen al margen…

A finales de 1912, se respiraba una aparente calma, cuyo equilibrio tenue es interrumpido por un rugido desde el fondo de la Tierra… El sismo del 19 de noviembre, cuya magnitud fue de 6.9 grados escala Richter, dejó a Atlacomulco, Temascalcingo con serias afectaciones, mientras que Acambay, epicentro del cataclismo, quedó devastado. La suerte de la naturaleza, quizás de forma sutil, prepara a la nación para la tormenta social que le precederá a partir de febrero del próximo año…

El cierre decembrino es documentado por medio de los periódicos metodistas: El Abogado Cristiano Ilustrado, prensa por excelencia de la Iglesia Metodista Episcopal Sur, cuyo contenido suele relatar informes conferenciales, reflexiones bíblicas, acontecimientos de México y el mundo, así como los acontecimientos particulares de colegios, hospitales y templos metodistas. Regularmente existen otros medios que sustentan y apoyan la información: diarios cristianos locales, periódicos de carácter nacional; y particularmente su homólogo, El Evangelista Mexicano Ilustrado, el cual es redactado por La Iglesia Metodista Episcopal del Sur. Siendo ambas las publicaciones que dan fe y registro de lo más relevante de su obra misionera en México y diversas partes del mundo, es común que por la temporada refieran a cuestiones relativas a las noches invernales, el cierre de actividades escolares y actos memorables en pro del nacimiento de Jesús llevados a cabo en sus congregaciones.

A los actos memorables de aquella navidad de 1873, detallados por Martínez (2023), vinieron celebraciones posteriores unas más memorables que otras marcaron la memoria de los fieles como de los niños, y en algunas ocasiones de notables visitantes. Una anécdota posterior a las notas centrales a este texto data de 1917, cuando en medio de las tensiones por la lucha revolucionaria la región de Amecameca había sufrido los embates del zapatismo, que para la segunda mitad de aquel año fueron replegados a núcleos menores dentro del estado de Morelos. John W. Butler narra una anécdota enternecedora en la que el día de celebración de la Navidad, el General Lechuga, Comandante Militar del Ejército Constitucionalista de la plaza de Amecameca, ingresó acompañado de su Estado Mayor de manera inesperada en pleno festejo de luces y le dijo al pastor que concurría al culto a celebrar el natalicio del Príncipe de Paz. Terminado el culto, pidió permiso al ministro de “El Mesías” para repartir a los niños asistentes pequeños obsequios, con lo que se alivió la tensión y se marcó en la memoria de aquellos infantes con una feliz sonrisa (El Abogado Cristiano Ilustrado, 12 de abril de 1917, pág. 230). 

Actos anecdóticos como éste hay bastantes, y con seguridad muchos de ellos no fueron documentados y con toda probabilidad se han ido como el polvo en el recuerdo de viejas generaciones. Sin embargo, es importante destacar aquellos en los que las fuentes nos han dejado para rememorar y reflexionar sobre estas fechas.

Pachuca.

En Pachuca, por circunstancias no específicas, la Navidad se celebró un día antes, la noche del 23 de diciembre y no el 24. Las tensiones políticas y sociales no fueron impedimento para que los congregantes se reunieran y con autorización del Gobernador y del Jefe Político local consiguieron el permiso para que asistiesen al programa los jóvenes de la Escuela Correccional. Las gestiones pastorales permitieron que el gobernador prestase para amenizar esa ocasión a la banda del Estado. Aunque no se especifica en las fuentes periodísticas, pero dado el momento, es posible que los niños metodistas implicados en gran parte del programa navideño bien pudieron ser alumnos de las “Hijas de Allende” y del colegio “Julián Villagrán”, que junto con alguna de sus profesoras, asistentes y congregantes regulares dirigiesen parte del evento.

“Llegado el momento de principiar el festival, y al toque de una marcha por la banda, los niños de la Correccional desfilaron en medio de la concurrencia que llenaba el gran local del templo y fueron á ocupar los primeros bancos del salón…, sin abrigos, algunos descalzos, otros sin uniformes, con el gorro del cuartel, sesenta en número, los mayores de 16 años, los menores de 8, … ocuparon los lugares designados…”

El Abogado Cristiano Ilustrado, 2 de enero de 1913, pág. 15.

La crudeza con la que el cronista de la nota describe a estos infractores mueve a la indignación y compasión. Luego, después de algunos cantos y el mensaje de salvación de aquel niño nacido en Belén, parecería que la pobreza de sus vestiduras fuese simbólicamente disminuyendo, más aún cuando en un acto especial al final del mensaje pastoral cada uno de ellos fue llamado al púlpito por su nombre y le fueron obsequiadas ropa y cobijas por un feligrés disfrazado de Santa Claus… Aquella navidad los niños de la Escuela Dominical de la iglesia del “Divino Salvador” no recibieron presentes; las ofrendas  y donaciones recaudadas previamente sirvieron como prueba fiel de su testimonio de caridad cristiano, y la sonrisa en aquellos infantes de la correccional valió la mejor y mayor de las bendiciones, en palabras del redactor de este acontecimiento, el Rvdo. E.W. Adam (El Abogado Cristiano Ilustrado, 2 de enero de 1913, pág. 15). 

Ciudad de México.

La Navidad en la metrópoli se recibió sin actos ceremoniosos memorables. Aunque de igual manera estuvo presente aquel viejo de barba llamado también Papa Noel, esta vez de modo simbólico, con el canto congregacional titulado “El Maestro Santa Claus”. Gante 5, aquel que fuera circo, corral, y en principio parte del convento franciscano, recibió una copiosa concurrencia como no tenía en años; “La Santísima Trinidad” tuvo más de mil asistentes, los aguinaldos preparados como obsequio a la salida del templo del culto de luces fueron insuficientes. Entre mil cien a mil doscientos asistentes en total, considerando que las bolsitas de dulces repartidas sumaron un total de novecientas (El Abogado Cristiano Ilustrado, 2 de enero de 1913, pág. 15). Al final, quizás se quedaron niños y feligreses sin su dotación de golosinas, mas el tributo de escuchar el mensaje de salvación y de que lo recaudado en ofrendas aquella noche fuera destinado para obras de beneficencia y hogares pobres fue sólo lo justo para cantar que “Esa fue una buena Navidad”.

Amecameca.

En el cierre de este relato, una congregación que vivió al filo del conflicto revolucionario en primera línea fue la iglesia de “El Mesías”. A pesar de ser una región en constante tensión por los asedios e incursiones zapatistas, el Rvdo. J.P. Hauser ofició la noche del 24 de diciembre un lucido culto, contando con la asistencia de al menos 200 congregantes. Los himnos estuvieron musicalizados al piano por la señorita Sara Parrilla, hija del entonces presidente municipal de Amecameca de Juárez. Uno de los números más destacados fueron los arreglos corales hechos por el pastor Hauser para interpretar la cantata “El Maestro Santa Claus”. Pero aun esto no ensombreció el mensaje congregacional titulado “El espíritu de la Navidad” (El Abogado Cristiano Ilustrado, 2 de enero de 1913, pág. 15).

Es curioso ver no sólo la presencia simbólica de Santa Claus en los tres casos, lo que demuestra que el efecto de aculturación respecto a este personaje fue gradual y las iglesias protestantes jugaron un papel importante en ello. Para el segundo caso, en la Ciudad de México, así como para el tercero, en Amecameca, el orden de culto incluyó el mismo himno “El Maestro Santa Claus”, que si bien este servidor no ha verificado si su origen es plenamente metodista, con el tiempo, el papel de este personaje se ha orillado más al aspecto comercial. Esto no quiere decir que su mención no esté presente en algunos himnos que cantamos hoy en estas fechas, en particular en el titulado “La Primera Navidad”. No obstante, su presencia en el metodismo porfiriano y durante la Revolución cumplió quizás un papel de apropiación, empatía y un agente evangelizador para contraponerse a los cánticos católicos. Ese papel con el tiempo ha reforzado o por lo menos hasta hace unos treinta años atrás, la presencia de himnos solemnes clásicos, los que hoy infortunadamente se han desplazado por alabanzas y cantos de origen carismático, cuya alma y fondo repetitivo -pese a que presumen de ímpetu- carecen de esencia espiritual.

Por otra parte, el trasfondo de esta celebración, pese a que ha cambiado con las variantes (tecnológicas, discursivas y contextuales) que conllevan los últimos treinta años, conservan la esencia primaria: el mensaje de natividad de Jesucristo. A este respecto, las fuentes documentales nos impiden saber qué fue lo que el Rvdo. J.P. Hauser predicó aquella noche en Amecameca. Lo único que ha llegado a nuestro tiempo es el título de su sermón. Pero sin lugar a dudas, por el gran referente de este ministro, intuimos que su mensaje pudo rodear la reflexión fincada en La Palabra: amor, misericordia y esperanza. Algo que dentro del contexto y cuerpo del púlpito desde donde fuera señalado otorgó con seguridad alivio para aquellos feligreses que sufrían los embates de la guerra.

A manera de conclusión.

El escrutinio de nuestra historia no sólo funge como aparato nostálgico para rememorar los ayeres con nostalgia. Ningún tiempo es mejor que otro; todos los momentos tienen sus particularidades y desafíos. Aprender a vivir con el pasado, pese mucho o poco, se recuerde entrelíneas o con un cúmulo de archivos y periódicos polvorientos no sirve de mucho si no se tiene en cuenta que de aquel ayer debe fincarse un aprendizaje para cada uno de nuestros contextos congregacionales, conferenciales e institucionales. Valdría la pena pues, no sólo voltear a las memorias de la historia del metodismo en México cada y cuando hay un aniversario, sino como un ejercicio constante de identidad cristiano-metodista, de tradición, de fortaleza e incluso como un aliciente en un momento nostálgico de aflicción, aunque por esto valga que sea como una lección para mejorar y no como un punto que nos deje más deprimidos pensando en las glorias del ayer y las carencias de hoy. Cierto que el cristianismo es una fe universal, pero, ¿qué sería de ésta sin una doctrina reformada?, ¿sin un John y Charles Wesley? Después de todo, por algo Dios nos puso en una iglesia metodista, ¿no?

Porque aun sin las paredes, sin las escuelas y sin los hospitales que fueron fruto arduo de esfuerzo de congregantes y que gran parte de estos actualmente que ya no existen, nos queda un legado: la Doctrina, La Palabra, el Evangelio Social y nuestra historia; y esta última no es propiedad y uso útil de cronistas e historiadores dentro y fuera de la IMMAR, sino de todos aquellos que se atrevan a repensar que hablar de nuestro pasado no es sólo nostalgia, cuentos del ayer y libros polvorientos exclusivos para viejitos: es el patrimonio que en las letras y la memoria debemos preservar para las generaciones del hoy y las del mañana.


Fuentes de información.

BIBLIOGRAFÍA.

Martínez, Carlos. (2023). Navidad de 1873: Apertura de la Iglesia Metodista La Santísima Trinidad en la Ciudad de México. Antecedentes y precursores. Casa Unida de Publicaciones, CUPSA, México.

HEMEROGRAFÍA

Abogado Cristiano, El. Años: 1913, 1917, 1919.

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