Poza Rica, Veracruz

Poza Rica, Veracruz

El pasado 10 de octubre del presente año, las lluvias provocaron el desbordamiento del Río Cazones en la ciudad de Poza Rica, Veracruz. Los habitantes de aquella región fueron sorprendidos por las corrientes de agua que en cuestión de minutos alcanzaron un nivel que superó los 3 metros de altura.  

El agua comenzaba a correr por las calles la madrugada de ese viernes, dejando poca posibilidad para planear o rescatar algo de valor. En cuestión de minutos, cada habitación se anegaba con aguas del Cazones.  

Tras la llegada de la luz del día, las familias afectadas no daban crédito a lo que contemplaban sus ojos, todo se había perdido. No hubo manera de rescatar ni la cama, todos se encontraban sobre las azoteas de sus casas o autos en espera de que el nivel del agua bajara; o bien, de ser rescatados. 

Habían salvado sus vidas y eso representaba grande ganancia. Sin energía eléctrica, sin agua potable, ni siquiera un lugar para descansar, cada familia contemplaba su patrimonio entre los escombros y el lodo mientras se preguntaban cómo empezar desde cero. 

Las colonias afectadas no cuentan con energía eléctrica y hasta el momento los drenajes se encuentran sin funcionamiento tras la acumulación de lodo. 

Ese mismo viernes, 10 de octubre, cerca de las 22 hrs, recibí una llamada informándome sobre la posibilidad de viajar a Poza Rica en compañía de un contingente de Protección Civil y Bomberos de Pesquería, quienes pretendían prestar auxilio en las labores de rescate. Mi encomienda era documentar las labores de estos elementos. 

Cerca de las 12 de la media noche recibo una segunda llamada con la confirmación del viaje. Rápido tomé lo primero que encontré, pues la preocupación mayor era asegurar cámara, teléfonos y cables necesarios para el trabajo de documentación. Para las 4 de la madrugada, ya habíamos iniciado un viaje que duraría poco más de 10 horas. 

Diferentes emociones me llenaron: contentamiento; no es secreto que este tipo de eventos ofrecen una formación de excelencia al periodista, y temor, ¿mentalmente estoy preparado para presenciar tal catástrofe? ¿en qué condiciones regresaré de aquel lugar? 

Llegamos a Poza Rica. La idea era presentarnos en la base de Protección Civil para acoplarnos a su plan de trabajo. No nos fue posible. En el trayecto circulamos por una de las colonias más afectadas; no pudimos evitar bajarnos de la unidad, la gente no nos permitió avanzar más, gritaban por ayuda, pedían auxilio con desesperación. 

Lo confirmé, el golpe mental y emocional no tuvo piedad. No parecía justo cuidar mi ropa o calzado mientras ellos -desvelados, hambrientos y enlodados- me observaban con la esperanza de ofrecerles algún tipo de apoyo o respuesta. Me ingresé al lodo, al agua y comencé a caminar entre las calles inundadas. Comencé a sentir su angustia, su tristeza y desesperanza al no conocer qué sucedería con ellos. Me detuve a observar mientras controlaba mis pensamientos y esa avalancha de adrenalina que se apoderó de mí. 

Me quebré. Después de varios disparos con mi cámara aparecieron las lágrimas. ¿Cómo no hacerlo cuando escuchas que falta un integrante de la familia y que con desesperación lo buscan entre los escombros y el lodo?, ¿mientras observas la tristeza de los abuelitos que se sentados se limitan a ver como el resto de la familia saca a la calle cada mueble que anuncia la historia de generaciones?

Sorprende la fuerza que una corriente de agua puede tomar cuando está embravecida; no hay nada que pueda detenerla. Carros llantas arriba, casas derribadas, autobuses arrastrados, postes y árboles partidos en dos. Todo fue removido de su sitio. 

Una exhibición de muebles ya inútiles se veía en los exteriores de las casas: Pantallas, lavadoras, refrigeradores, sillones, colchones…nada servía ya. Un desfile de rostros entregados a la tristeza y al desespero se observaba en cada avenida. 

Vi una humanidad golpeada, molida, totalmente desarmada. No había forma de defenderse ante la catástrofe; sólo quedaba esperar, la ayuda tenía que llegar, los niveles de agua tenían que bajar; y entonces sí, a organizar todo desde cero. 

Cuando la ayuda llegó, rápidamente acudimos a las colonias más afectadas. Nunca olvidaré el valor que tomó un litro de leche y una lata de atún en ese lugar. 

Mientras la calles aún se encontraban anegadas de un lodo líquido y espeso a la vez, -cual si fuera atole-, observé como a una anciana se le cayó parte de la despensa que le entregamos. Cualquiera de nosotros deja esos artículos entre el lodo, ya contaminado por la putrefacción de animales, basura y quizá de algún cadáver humano no localizado. Pero ella rápidamente se agachó, tomó los artículos y los limpió para posteriormente llevarlos a casa, no sin antes agradecer de manera tan eufórica que robó nuestras lágrimas y nos hizo sentir que no era suficiente lo que hacíamos; deseábamos dar y hacer mucho más.

El director de Protección Civil me platicaba de las diferentes etapas que se viven en catástrofes como inundaciones y sismos de considerable magnitud. Una de ellas es la rapiña, una vez que los afectados aceptan lo sucedido, los daños y pérdidas que esto deja, se percatan que vendrán días de escasez: no hay agua, luz eléctrica, ni comida…y de algún lugar tiene que salir, la familia tendrá hambre y sed. 

Muchos establecimientos fueron totalmente vaciados. Algunos se adelantaron y blindaron los accesos, los que sufrieron daños menores permitían el ingreso de manera controlada a los clientes, ante el temor de ser asaltados. Nos costó trabajo encontrar artículos personales. En el establecimiento donde logramos comprar sólo permitían el acceso a dos personas y había que esperar que una de ellas saliera para poder entrar. Nunca había comprado con tanta presión encima. Nunca había efectuado una compra con tan poco tiempo disponible en el interior de la tienda. 

Con varios días en Poza Rica, ya sólo traíamos un par de despensas y un paquete de aguas. Mientras tanto, una amiga me contactó por Facebook, pidiéndome que buscara a unos conocidos de ella. Ya teníamos temor de entrar a las colonias. Los ánimos de la gente ya estaban alterados, ya no pedían ayuda, se exigía con angustia. El hambre, la sed y la desesperación golpeaban cada día más fuerte. 

Logramos ubicar a la familia; se encontraban en una de las colonias con mayor afectación. Compramos para ellos algunos artículos con dinero que mi amiga nos envió. Entramos con temor a la colonia; los vecinos, en cuanto vieron la camioneta y se percataron que era de Nuevo León, con emoción gritaron “llegó la ayuda”; pero no, aún no llegaba. Un camión con ayuda venía desde Pesquería, pero aún estaba en camino. 

Entregamos de la manera más rápida posible los artículos, dejamos las dos despensas y aguas que nos quedaban y me atreví a hacer el compromiso de regresar con la ayuda una vez que ésta llegara. De esa manera, lograron tranquilizarse. 

Y así fue: regresamos dos días después a esa colonia. Tras platicar con la directora de Desarrollo Social y Humano, quien estaba a cargo de esta labor, le comenté del compromiso que había hecho con las personas; accedió sin problema, y fue éste el primer punto que visitamos para entregar la ayuda. 

Agradezco a Dios porque, además de realizar mi trabajo periodístico, también hice mi labor pastoral. La familia contactada es congregante de una iglesia, Monte de los Olivos. Tuve la oportunidad de conocer y saludar a su pastor; hasta el día hoy mantengo el contacto con ellos y me actualizan de cómo va todo. Aún requieren de ayuda. Piden nuestro apoyo en oración, pero sé que podemos hacer mucho más que eso. 

Agradezco a Dios por la oportunidad que tuve al poder vivir esta experiencia. El periodista siempre -aunque algunas veces la desgracia está de por medio- anhela estar en el lugar de los hechos, ver con sus ojos lo sucedido, escuchar con sus oídos los reclamos, el llanto, el testimonio, los gritos ya sean de dolor o de celebración. El periodista quiere la información de primera mano. 

Pero, además, agradezco a Dios porque sin duda alguna se convierte en una experiencia que me hace reflexionar en gran manera. Nuestro vivir diario, nuestro compromiso con Dios y la iglesia. Nuestro conformismo y egoísmo. 

Gracias a Dios porque mi nombre quedó registrado en esta historia. Por ser ese periodista/pastor metodista que llegó a documentar el evento, que ingresó al lodo y al agua para ser testigo de las miradas de un anciano que no sabía lo que venía después del desastre. Por la oportunidad de abrazar y ser abrazado en medio del dolor que se respiraba en la zona. Por admirar de cerca la fortaleza del ser humano cuando parece que ya todo perdió. 

Cada fotografía que mi cámara registró me ofrece una enseñanza. Cada rostro, auto removido, casa y árbol derribado, me recuerdan lo que sentí, pensé y escuché en ese momento. Esto nunca se olvidará. 

Fui como periodista y regresé como pastor y periodista. Esto me recuerda que la función que Dios nos da nunca se puede abandonar, no es posible pausarla. No era suficiente con ir y documentar: tenía que fortalecer el espíritu, orar, abrazar y recordar a la familia en Cristo de aquella región, que somos una familia grande, que no están solos; que, aunque la presencia de Dios les hace fuertes, también es nuestra obligación preocuparnos por su bienestar.

Dios bendiga a Poza Rica y su gente. Oramos para que pronto la situación cambie para bien y que cada familia pueda levantarse de entre los escombros con mayor fortaleza y alegría. 

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