REDESCUBRIENDO LA VIDA EN COMUNIDAD EN LAS EPÍSTOLAS DE JUAN.

REDESCUBRIENDO LA VIDA EN COMUNIDAD EN LAS EPÍSTOLAS DE JUAN.

Inició recordando el contexto del siglo I en el cual se escribió la primera carta del apóstol Juan.

“En el evangelio de Pedro, escrito alrededor del año 130 d. C., se dice que Jesús no mostró dolor sobre la cruz, y que su clamor fue: “¿Mí poder! ¿Mi poder! ¿por qué me has abandonado? Fue en ese momento cuando el Cristo divino abandonó al Jesús humano”. I.M.M.A.R. Área Nacional de Desarrollo Cristiano I, II Y III de Juan. Dios es Luz. Pbra. Zoyla R. Espinoza Cano. 2008. Pág. 16.

El contexto de las iglesias de Asia menor a finales del siglo I es la influencia de la enseñanza docetista y gnóstica. ¿A quiénes nos referimos?

 1.- El término docetista proviene del verbo dokein que significa parecer, y los docetistas pensaban que Jesús sólo pareció tener un cuerpo. Afirmaban que su cuerpo fue un fantasma sin substancia; insistían en que nunca había tenido carne y un cuerpo humano, sino que era un ser puramente espiritual, que sólo en apariencia tenía un cuerpo. Uno de los libros apócrifos y heréticos escritos desde esta perspectiva es Hechos de Juan, que data alrededor del año 160 d.C. En él se le hace decir a Juan que a veces, al tocar a Jesús, le pareció que tenía un cuerpo material y sólido, pero en otras ocasiones “la sustancia era inmaterial, como si no existiera”. Y se le hace decir que cuando Jesús caminaba, nunca dejaba huellas sobre la tierra. La forma más simple de docetismo es la completa negación de que Jesús tuviera un cuerpo humano, físico, de ninguna índole. Ibid. P. 15.

2.- El gnosticismo enseñaba que se debe procurar liberar el alma de la cárcel de la materia pecaminosa del cuerpo mediante un conocimiento elaborado, secreto y esotérico (oculto, reservado). Evidentemente tal conocimiento no estaba al alcance de todos. El hombre común estaba demasiado envuelto en la vida cotidiana y los quehaceres de toda la gente para tener tiempo de estudiar, disciplinarse y ejercitarse como era necesario: y aun cuando tuviera dicho tiempo, no todos eran intelectualmente capaces de aprehender y comprender los complejos y elaborados misterios y especulaciones de la teosofía y la llamada filosofía gnóstica. Esto producía un resultado completamente inevitable. Dividió a los hombres en dos clases: los que estaban en condiciones de ejercitar una vida realmente espiritual y los que no. Las consecuencias saltan a la vista. Los gnósticos produjeron una aristocracia espiritual que miraba con desprecio, disgusto y hasta con aborrecimiento a aquellos más disminuidos. Los pneumatikoi miraban a los psyquikoi como despreciables, como criaturas confinadas a la Tierra, que jamás podrían conocer la verdadera religión ni aproximarse jamás a Dios. Ibid. 18.

Hoy día podemos redescubrir 5 enseñanzas que debemos afirmar y practicar como cristianos metodistas.

1.- Redescubrimos que vivir en comunidad es la esencia de Dios y por lo tanto la esencia de los hijos de Dios es ser comunidad.

Dios es amor y ama a su creación. La acción concreta de su amor fue enviar a su Hijo unigénito al mundo a encarnarse. El Hijo de Dios nació, vivió, murió y resucitó como ser humano; a través de su ministerio manifestó las actitudes y conducta  que todos debemos seguir conforme a la voluntad del Padre. Jesucristo vivió amando al prójimo, mostrando misericordia, compasión, perdón y enseñando “que la ley y los profetas” se cumplían en el amor a Dios y al prójimo, lo que se manifiesta en una vida en comunidad. El pastor Dietrich Bonhoeffer escribió lo siguiente: “La vida en común «¡Qué dulce y agradable es para los hermanos vivir juntos y en armonía!» (Sal 133, 1). Vamos a examinar a continuación algunas enseñanzas y reglas de la Escritura sobre nuestra vida en común bajo la palabra de Dios.

Contrariamente a lo que podría parecer a primera vista, no se deduce que el cristiano tenga que vivir necesariamente entre otros cristianos. El mismo Jesucristo vivió en medio de sus enemigos y, al final, fue abandonado por todos sus discípulos. Se encontró en la cruz solo, rodeado de malhechores y blasfemos. Había venido para traer la paz a los enemigos de Dios. Por esta razón, el lugar de la vida del cristiano no es la soledad del claustro, sino el campamento mismo del enemigo. Ahí está su misión y su tarea. «El reino de Jesucristo debe ser edificado en medio de tus enemigos. Quien rechaza esto renuncia a formar parte de este reino, y prefiere vivir rodeado de amigos, entre rosas y lirios, lejos de los malvados, en un círculo de gente piadosa. ¿No veis que así blasfemáis y traicionáis a Cristo? Si Jesús hubiera actuado como vosotros, ¿quién habría podido salvarse?» (Lutero)”.

Bonhoeffer Dietrich Vida en comunidad.  Ediciones Sígueme. Salamanca 2003. P.p. 118.

El reverendo Juan Wesley tuvo una experiencia muy grata en su vista a la Comunidad de Herrnhunt, Alemania, y el conde Zinzendorf; pero consideró como Martín Lutero que la misión de los cristianos es en la sociedad, de ahí que a su regreso de Alemania lo hizo consagrándose a la predicación del evangelio en toda oportunidad, en cualquier lugar y a toda persona que le escuchara; un mensaje de reconciliación con el Padre por medio de su Hijo Jesucristo, un llamado a “andar como él anduvo” en una vida santa interior y exteriormente, (de corazón y vida) en un entendimiento claro que su esencia es el amor al prójimo, el amor mutuo en la comunidad de fe y el amor a Dios. Por ello expresó: “No se puede ser cristiano en solitario, el cristianismo es social, se vive en comunidad bajo el amor de Dios”, 

“La primera epístola de Juan es llamada por Juan Wesley “la parte más profunda de las Sagradas Escrituras” Ibid. 11. Seguramente por su énfasis del amor mutuo en la comunidad de fe.

El Padre es el origen del amor de Jesús. Y el amor al hermano tiene precisamente su fuente en el amor que Jesús tiene a los hombres. Es como una cadena: el Padre ama al Hijo y se lo da todo (Jn. 3:35); el Hijo ama a los hombres y les da todo lo que es (la vida). El último eslabón es que, si el creyente ha acogido el don de Jesús (la vida de Jesús), entonces puede dar su propia vida como don recibido. 

Josep Oriol. Xavier Alegre. Escritos Joánicos y cartas católicas. Verbo divino, 1995. 378 pp.

 La epístola de Juan afirma …Dios es amor y esta es la virtud que hace posible que la vida en comunidad desde el núcleo más pequeño (la familia) y en otras dimensiones como la iglesia local, la iglesia regional, nacional o mundial y en la sociedad seamos la “levadura que leuda toda la masa”

Dios manifiesta su esencia de amor de manera concreta a través del envío de su Hijo a encarnarse para propiciación de nuestros pecados, así lo dice la Escritura.

En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.

Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.

¿Debemos preguntarnos ¿como iglesia local estamos viviendo en comunidad en amor?  Confiamos que con la gracia de Dios es así, que el amor unos por otros se manifiesten en relaciones humanas positivas, la preocupación sincera unos por otros, el consuelo y apoyo en las pruebas, dándonos soporte en medio de las tentaciones y caídas, cuidando el desarrollo integral de todos los miembros y trabajando con gozo y entusiasmo en la misión de Dios, viviendo bajo los principios del Reino y extendiéndolo en la sociedad.

El Padre es el origen del amor de Jesús. Y el amor al hermano tiene precisamente su fuente en el amor que Jesús tiene a los hombres. Es como una cadena: el Padre ama al Hijo y se lo da todo (Jn. 3:35); el Hijo ama a los hombres y les da todo lo que es (la vida). El último eslabón es que, si el creyente ha acogido el don de Jesús (la vida de Jesús), entonces puede dar su propia vida como don recibido. Josep Oriol. Xavier Alegre. Escritos Joánicos y cartas católicas. Verbo divino, 1995. 378 pp.

2.- Redescubrimos que Dios es luz y (puesto que Dios ama a todo ser humano de manera incondicional y eternamente) en Dios no hay odio; por lo tanto, debemos permanecer en la luz, en comunión con Dios, y esto implica amarnos unos. Si nos aborrecemos estamos en tinieblas y no tenemos comunión con Dios.

El apóstol Juan continuamente compara el vivir en tinieblas con la actitud de aborrecernos, ¿Acaso nos aborrecemos unos a otros?  Si es así, estamos en tinieblas.

Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra.

El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas.

El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo.

Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.

Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.

 Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?

La palabra aborrecer significa sentir aversión o fuerte rechazo hacia otra persona, puede llegar hasta el odio.

Sabemos que es necesario permanecer en la luz, es decir cada día permanecer en la actitud de amarnos, y de estar en comunión, si en momentos hay enojo, ofensa, rencor contra el hermano o contra el pastor debemos arrepentirnos, confesar el pecado y buscar la gracia divina para perdonar o pedir perdón, reconciliarnos y ser fortalecidos en el amor, solo así permanecemos en Luz.

Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.

Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad;

pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.

3.- Redescubrimos que es necesario creer en Jesús el Hijo de Dios quien nos da vida y vida eterna, él es el Salvador del mundo. El Padre es quien ha enviado a su Hijo el Cristo y nos ha dado su Espíritu, así tenemos comunión con Dios y permanecemos en él.

Dietrich Bonhoeffer, en su libro Vida en Comunidad, escribió: Cristo mediador. Este encuentro, esta comunidad, solamente es posible por mediación de Jesucristo. Repitámoslo: Comunidad cristiana significa comunidad en y por Jesucristo.  

Jesucristo es un tema fundamental en la primera carta de Juan, constantemente se enfatiza su encarnación, su relación con el Padre como su Hijo y la importancia de creer en él como el Hijo de Dios quien da vida y vida eterna. Los cristianos tenemos comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; entre ellos hay comunión plena y es mediante la fe en Jesús como el Hijo de Dios encarnado que tenemos vida abundante, que puede entenderse como la comunión en amor los unos con los otros en todas las esferas de nuestra vida y la esperanza firme en la vida eterna.

El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo.

Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. 

El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.

Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios.

Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.

En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu.

Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo.

Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.

¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo.

Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre.

Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre.

Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida 

(porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); 

lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.

Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.

En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios;

y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.

Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.

¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

 Los cristianos creemos que Jesús de Nazareth es el Cristo, lo reconocemos como Hijo de Dios que se encarnó, manifestando la voluntad de su Padre a través de su ministerio de servicio, (sanando a los enfermos, liberando a los endemoniados, restaurando a los desechados, enseñando al pueblo), de su muerte en la cruz, su resurrección y ascensión.

Porque la confesión de Jesús como el que ha sido y es hombre, da a la comunidad su identidad más profunda y le proporciona un modelo de actuación. Josep Oriol. Xavier Alegre. Escritos Joánicos y cartas católicas. Verbo divino, 1995. 378 pp.

La fe en Jesucristo como nuestro Salvador es necesaria. La experiencia espiritual de recibirle en nuestra vida como Salvador y Señor es fundamental. Jesús se encarnó para realizar la obra redentora; pero no podemos quedarnos con un Jesús humano que vino a enseñarnos un buen camino, él vino a redimirnos de nuestros pecados y darnos vida abundante y eterna; él vive en cada uno de aquellos que creen en él, tenemos comunión con él, y si permanecemos en él debemos andar como él anduvo.

Hoy debemos fortalecer la fe en un Cristo que vivió, murió, resucitó y ascendió al cielo, cuya presencia espiritual es real en nuestra vida, en quien confiamos plena y únicamente para la vida abundante y eterna, él es con quien tenemos comunión permanente y es nuestro Maestro, de quien seguimos sus enseñanzas y su ejemplo de vida.

4.- Redescubrimos que todos tenemos pecado, (no amamos a Dios con todo el corazón, alma y mente, no nos amamos unos a otros, no amamos a nuestro prójimo y aun menos a nuestros enemigos) esto nos debe confrontar como comunidades desde la familia, la congregación, el distrito, conferencia e IMMAR Y hacia la sociedad.

Hoy a muchos cristianos no les gusta usar la palabra pecado, decimos que cometemos errores, equivocaciones, faltas etc. Pero a la luz de la Escritura debemos nombrar las cosas como son. Es un error pensar que por amor al prójimo no le hago ver su pecado o por mantener la paz no reconozcamos nuestros pecados en la iglesia o en la sociedad. El amor de los unos por los otros se manifiesta cuando nos ayudamos para mantenernos en la fe y la santidad y en la ayuda mutua para la reconciliación y restauración cuando caemos en pecado.

Debemos reconocer nuestro pecado y confesarlo, Jesús nos perdona y nos limpia de toda maldad pues él es la propiciación por nuestros pecados, la invitación es a no practicar el pecado y sí a asumir la vida de amor al prójimo y permitir que la gracia de Dios nos lleve en un crecimiento y perfeccionamiento en el amor. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.

Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.

Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.

Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.

Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.

Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.

Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.

Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.

Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. 

Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido.

Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo.

El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.

Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.

Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida.

Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte.

Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.

5.- Redescubrimos que la vida cristiana consiste en amarnos unos a otros de una manera concreta.

La vida cristiana sólo es posible si se tiene una relación con Dios. Esta relación inicia cuando reconocemos el amor incondicional de Dios para la humanidad, cuando en lo personal reconocemos que Dios es amor y nos sentimos amados por Dios. Esta experiencia es vital para tener una esperanza firme y una vida plena.

Un segundo aspecto es la fe en Dios, el Padre, en su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo que nos lleva a decidir vivir bajo sus principios en la espiritualidad cristiana, en una comunión con Dios cotidiana, en una espiritualidad en el ejercicio de los medios de gracia y un estilo de vida de únicamente hacer el bien, obedecer sus mandamientos y desechar toda práctica contraria a la Palabra de Dios.

Los cristianos podemos afirmar que conocemos a Dios en una relación íntima y gozosa, hemos experimentado el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo y permanecemos en él y él en nosotros a través de la adoración y alabanza, en oración, en servicio en su reino de acuerdo con nuestros dones, en la fraternidad cristiana en la iglesia y la prueba de que todo ello es cierto está en que nos amamos unos a otros, así lo expresa continuamente el apóstol Juan.

 Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos.

El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él;

pero el que guarda su palabra, en este verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él.

En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.

Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos

El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.
Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. 

Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.

El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.

Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.

Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. 

El apóstol Pablo nos ayuda a tener un claro entendimiento de la relación entre obedecer los mandamientos y el amor al prójimo, El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor. (Rom. 13:10)

La manifestación positiva del amor al prójimo es hacer el bien, no sólo de palabra o lengua, sino de hecho y en verdad: Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad

Debemos actuar con justicia con todos nuestros semejantes, no sólo por lo exigido en la ley sino por la ley superior la del amor: relaciones laborales justas con nuestros pastores y personal en general. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Levantar la voz y actuar a favor de la justicia para todo ser humano es muestra de un genuino amor por el prójimo.

 En nuestra vida cotidiana debemos manifestar el amor en buenas relaciones de respeto, amabilidad, empatía, tolerancia, ya sea en el hogar, el trabajo, la escuela y la iglesia. Debemos vivir en el Espíritu y permitir que el moldee nuestra personalidad y carácter a semejanza de Jesucristo, la espiritualidad cristiana es un andar como Jesús anduvo, con una clara consciencia de que no es algo mágico o idealista, sino una construcción diaria de una comunidad donde el amor de Dios es el que genera una vida plena para todos. He aquí el comentario del pastor Dietrich Bonhoeffer.

“Todo lo contrario, sucede cuando estamos convencidos de que Dios mismo ha puesto el fundamento único sobre el que edificar nuestra comunidad y que, antes de cualquier iniciativa por nuestra parte, nos ha unido en un solo cuerpo por Jesucristo; pues entonces no entramos en la vida en común con exigencias, sino agradecidos de corazón y aceptando recibir. Damos gracias a Dios por lo que él ha obrado en nosotros. Le agradecemos que nos haya dado hermanos que viven, ellos también, bajo su llamada, bajo su perdón, bajo su promesa. No nos quejamos por lo que no nos da, sino que le damos gracias por lo que nos concede cada día. Nos da hermanos llamados a compartir nuestra vida pecadora bajo la bendición de su gracia. ¿No es suficiente? ¿No nos concede cada día, incluso en los más difíciles y amenazadores, esta presencia incomparable? Cuando la vida en comunidad está gravemente amenazada por el pecado y la incomprensión, el hermano, aunque pecador, sigue siendo mi hermano.

Estoy con él bajo la palabra de Cristo, y su pecado puede ser para mí una nueva ocasión de dar gracias a Dios por permitirnos vivir bajo su gracia. La hora de la gran decepción por causa de los hermanos puede ser para todos nosotros una hora verdaderamente saludable, pues nos hace comprender que no podemos vivir de nuestras propias palabras y de nuestras obras, sino únicamente de la palabra y de la obra que realmente nos une a unos con otros, esto es, el perdón de nuestros pecados por Jesucristo. Por tanto, la verdadera comunidad cristiana nace cuando, dejándonos de ensueños, nos abrimos a la realidad que nos ha sido dada”.

Jesucristo nos enseña que al compartir con los necesitados de los bienes que nos ha dado en amor es como si le hubiéramos hecho ese bien a él mismo, compartir el alimento con el necesitado de manera personal y de forma cotidiana: con el familiar, vecino, compañero de trabajo, hermano en la iglesia, persona en situación de calle, hospitales etc. Es un gozo.

Unir esfuerzos como iglesia para dar alimentos en ministerios en hospitales, CERESOS, en contingencias como las recientes inundaciones en varios estados de la República es la razón de ser de la iglesia cristiana.

  Proveer ropa a quien la necesita, ayuda médica y odontológica, apoyo espiritual y psicológico, orientación y educación, acogida a migrantes, proyectos de desarrollo comunitario, etc.; muchas formas de ayudar a nuestros semejantes, pero que en todas ellas se requiere la disposición de usar lo bienes que Dios nos ha dado con la máxima más bienaventurado es dar que recibir, por el amor que gobierna nuestro ser. De no ser así nos tendríamos que hacer la pregunta que hace el apóstol Juan: Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?

Finalmente, la actitud suprema del amor es dar la vida por otros. Y de esto ejemplo nos dio nuestro Señor Jesucristo, quien por amor a nosotros se entregó a la muerte en la cruz para otorgarnos perdón de pecados, vida abundante y eterna. Indudablemente no podemos disociar la predicación del evangelio de hacer el bien, el propósito de Dios para con el ser humano es una vida abundante en Cristo e involucra todas las áreas del ser humano: físico, emocional y espiritual.

La vida cristiana en el amor conlleva riesgos, aun el de morir por los demás, que el Espíritu Santo que ha derramado el amor de Dios en nuestros corazones nos llene de poder para andar como Cristo anduvo.

En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.

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