Época III, Año LXXXIII, Período 2014-2018, No. 03
Chihuahua, Chih., 15 de septiembre de 2014
Preferir la paz

Los festejos septembrinos, los más grandes que tenemos en México como nación, nos llevan a la gratitud ante Dios por nuestra historia. La independencia y soberanía del país fue lograda a sangre y fuego, ya que no había otro lenguaje con el cual persuadir a quienes se habían adueñado de estas tierras y su usufructo. No nos queda más que admitir que todo lo bueno que se nos heredó a consecuencia del movimiento insurgente, es fruto de una guerra.
Nuestra historia nos coloca, entonces, ante el dilema, ¿podemos los cristianos aprobar la participación en eventos bélicos? La respuesta es sencilla para aquellas denominaciones evangélicas que se han pronunciado de manera innegociable en pro del pacifismo absoluto, como por ejemplo los cuáqueros, los menonitas y los antiguos anabaptistas. Su respuesta es: No. El fondo bíblico del pacifismo está principalmente en las lecciones de Jesús en su Sermón de la Montaña, particularmente aquellas sobre poner “la otra mejilla” luego de ser heridos en la primera.
Para las denominaciones históricas, como lo es el movimiento metodista, no es fácil contestar. Si respondiéramos también con un no, estaríamos condenando las guerras de Independencia y de Reforma, y la Revolución Mexicana. Es decir, tendríamos que definirnos como enemigos de nuestra propia historia, cosa que se nos complicaría más si tomamos en cuenta que pastores y laicos metodistas tomaron las armas durante la Revolución para luchar por un México más justo.
No podemos ver un pacifismo absoluto en nuestro Salvador desde el momento en que aseveró que no había venido “a traer paz, sino espada” (Mt. 10:34). Y no deja de sernos ilustrativo el que entrara en relación frecuente con soldados, y que jamás haya pedido a alguno que dejara las armas. San Pablo veía con buenos ojos el que el Estado recurriera a las armas para imponer el orden, como un encargo que Dios les ha dado a las instancias de gobierno (Ro. 13:4). Y es también notable que este reconocimiento de la potestad del Estado para recurrir a las armas se encuentre en medio del mensaje paulino en pro del amor al prójimo, que desarrolla en Romanos 12 y 13.
Tal vez haya tenido razón San Agustín cuando acuñó por vez primera la frase “guerra justa”. Reconoció que la guerra no es un bien sino un mal, pero concluyó que a veces es un mal necesario. En su idea, la guerra justa debe tener como motivación el amor, el amor al desvalido que es ultrajado, el amor a la soberanía de la tierra y la familia propias, el amor a la justicia y la verdad. Siglos después, el escolástico Santo Tomás de Aquino regresaría al concepto de la guerra justa. Para que sea justa una guerra, debe tener una causa justa, librarse a través de medios justos y con objetivos y expectativas justos.
No obstante, debemos desear con todas las fuerzas la paz y preferirla sobre otros medios de establecer el orden y la justicia. Hemos de unir corazones para orar intensamente por la paz. Pero mientras lo hacemos, para no caer en descrédito, hemos de procurar y ofrecer relaciones pacíficas con los que conviven con nosotros.
Pbro. Bernabé Rendón M.