
“Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25)
Fue en 1836 que una joven británica hacía preparativos para asistir a un baile a celebrarse en su pueblo. Se llamaba Carlota Elliot, y era de buena preparación y presentación. Salió muy entusiasmada para encomendar a su costurera hacerle el traje de gala para esa ocasión especial.
En el camino la joven se encontró con un señor cristiano, amigo de la familia, y hombre fiel y sincero. Carlota le saludó y le manifestó el propósito de su diligencia. El varón le comentó que tuviera cuidado con la vanidad de la vida.
La joven, muy enojada, le contestó, “esto no es asunto tuyo” y siguió. El baile se realizó. La dinámica Carlota fue una de las jóvenes más alegres y elogiadas. Pero al acostarse, sintió decepción; no estaba cansada, se encontraba vacía. Una espina se hincaba en su mente. Su conciencia le perturbaba.
Ese señor siempre se había mostrado cariñoso, y la manera ruda en que ella le había tratado llenó su pecho de pesar. Ella no quería reconocerlo, pero estaba viendo que él tenía razón. El brillo de este mundo es engañoso y es vanidad.
Al cabo de tres días de reflexión dolorosa. Carlota visitó al amigo. Le dijo “por días he sido la joven más decepcionada, ahora anhelo encontrar la verdad que usted tiene, ¿qué debo hacer?”
Por supuesto, el hombre no perdió el tiempo en perdonar la conducta tan contraria con la que la joven lo había ofendido. Con toda sencillez y cariño, ese señor le dirigió a la fuente de paz. Simplemente entrégate, hija, a Cristo Jesús, el que murió por ti en la cruz, tal como eres. Eso le pareció extraño, ella nunca había entendido que la salvación fuera tan accesible. ¿Tal como soy? Pero soy mala, indigna, ¿cómo puede Dios aceptarme?
Esto es precisamente lo que tú has tenido que reconocer, fue la respuesta del varón, puedes venir a Cristo “tal como eres”. La joven se sintió abrumada al asimilar la verdad sencilla de esas palabras, fue a su habitación, dobló sus rodillas y ofreció a Dios su corazón indigno. Pidió el perdón de su pecado y puso su fe en Jesús. La dama vivió más y más el gozo de la salvación. Pensando en su experiencia, empleó su talento de escritora, y así nació el himno TAL COMO SOY.
CONTEXTO DEL TEXTO
Como nuestro Sumo Sacerdote, Cristo es nuestro abogado, el mediador entre nosotros y Dios. El cuida de nuestros intereses e intercede por nosotros ante Dios. El sumo sacerdote del Antiguo Testamento se presentaba delante de Dios una sola vez al año para interceder por el perdón de los pecados de la nación; Cristo intercede por nosotros, delante de Dios, de modo permanente. La presencia de Cristo en el cielo con el Padre nos asegura que nuestros pecados han sido pagados y perdonados (véase Ro. 8:33,34; He. 2:17,18; 4:15,16; 9:24). Esa maravillosa seguridad nos libra de condenación y del temor a fracasar.
LO QUE ME DICE EL TEXTO
- Que Cristo Jesús es nuestro sacerdote quien intercede por nosotros
- Que sólo debeos acercarnos y pedirle perdón, y hará la obra maravillosa
- Al mismo tiempo que nos ha perdonado, continúa intercediendo por nosotros ya que no basta darnos la salvación, sino que busca que la ejerzamos.
ORACIÓN
Señor, gracias porque sin merecerlo, quienes nos hemos acercado a ti para pedirte perdón de todas las faltas y fallas, nos has perdonado; pero al mismo tiempo, gracias por interceder por nosotros para continuar en el mismo camino. Gracias por aceptarnos tal como somos. Te ruego, Señor, que sigas trabajando con vidas alejadas de ti, vidas decepcionadas, quebradas y casi destruidas, e igualmente por corazones duros y necios, orgullosos y soberbios, muchos de ellos son los que tienen el poder y el dinero y manipulan a la gente, la engañan y destruyen vidas. Ven, Señor Jesús, y manifiesta tu amor y poder en todos nosotros, en el nombre de tu Hijo, Amén.

