Editorial

30003,000 KILÓMETROS POR UN LIBRO

 Terminamos agosto cuando en nuestra mente aún reverbera el tema de este mes: la Biblia. Y para continuar con ese énfasis, por esta ocasión no publicamos aquí una reflexión personal del Director de El Evangelista Mexicano, dando lugar a la trascripción de una de las muchas notables anécdotas recopiladas en un libro que, lamentablemente, dejó de publicarse hace muchos años: Línea de Esplendor sin Fin (*). El relato es el siguiente:

La gran epopeya de los Estados Unidos es el desplazamiento de su población hacia el oeste. Pero uno de los grandes episodios del cristianismo en el país es un largo viaje hacia el este, que fue el medio para que muchos misioneros se lanzaran haca el oeste.

Una tarde, en el invierno de 1831-32, tres indios de la tribu de los Nariz Horadada y un indio de los Cabeza Chata, aparecieron en las calles de San Luis, con una solicitud que probablemente ningún hombre blanco había escuchado antes. Explicaron que venían de la tierra donde se pone el sol. Dijeron que habían oído del Dios del hombre blanco, y querían aprender acerca de él y obtener un ejemplar de la Biblia. 

El general Guillermo Clark, que había acompañado al capitán Meriweather Lewis en la famosa exploración Lewis y Clark hacia el noroeste, en 1804-06, era entonces encargado de los asuntos indígenas en San Luis. Obsequió a aquellos indios y les dio instrucción. Uno de ellos, que tenía el formidable nombre de Ta-Wis-Sis-Sim-Nim, expresó el desencanto de los píeles rojas en un discurso que fue publicado y ampliamente difundido en la época, un discurso que tuvo gran influencia en el despertar del interés por las misiones entre los indios. He aquí la terminación del discurso: 

  • Mi pueblo me envió a buscar el libro del cielo del hombre blanco. Ustedes me llevaron a donde permiten a las mujeres bailar, como nosotros no permitimos a las nuestras, ¡y el libro no estaba allí! Me llevaron a donde adoraban al Gran Espíritu con luces, ¡y el libro no estaba allí! Me mostraron imágenes del Gran Espíritu y cuadros de la Buena Tierra más allá, ¡pero entre ellos no estaba el libro para enseñarme el camino! Me vuelvo por el largo sendero, a mi gente que vive en la tierra oscura. Ustedes han puesto pesados mis pies con regalos, y mis mocasines se gastarán llevándolos, ¡pero el libro no está entre ellos! Cuando le diga a mi pobre pueblo ciego, después de otra nieve, en el gran consejo, que no llevé el libro, no dirán una sola palabra nuestros ancianos ni nuestros jóvenes valientes. Uno por uno, se levantarán y saldrán en silencio. Mi pueblo morirá en oscuridad, y seguirán un largo sendero hasta otros cazaderos. Ningún hombre blanco irá a ellos, ni ningún libro del hombre blanco para enseñarle el camino. No tengo más palabras.

Los indios se volvieron a Oregon desilusionados, sin saber que habían puesto en movimiento fuerzas que producirían grandes resultados. Guillermo Walker envió a la Sociedad Misionera de la Iglesia Metodista Episcopal su histórica carta referente a la visita de los jefes de los indios Cabezas Chata a San Luis en busca del Libro de la Vida del hombre blanco. Esas cartas, publicadas en The Christian Advocate y Zion´s Herald –periódicos metodistas que aparecen todavía- atrajeron grandemente la atención de los lectores. Al final determinaron la realización de la primera misión transcontinental en América del Norte, la de los indios de Oregon. Esta historia de la visita de los indios llevó también a la Junta Americana, que entonces representaba a las iglesias Congregacional, Reformada Holandesa y Presbiteriana, a enviar tres misioneros.

Pbro. Bernabé Rendón M.

(*) Luccock, Halford E., Línea de Esplendor sin Fin, Editorial La Aurora, Buenos Aires, y Casa Unida de Publicaciones, México, 1952, pág. 46-47.

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