Saqueos, Iglesia y Epifanía

saqueosSaqueos, Iglesia y Epifanía[1]

Leonel Iván Jiménez Jiménez

Los hechos ocurridos en los primeros días del año son sólo una (reiterada) muestra de los nuevos tiempos que nos tocarán vivir: la autodestrucción de un sistema. Los videos que han aparecido en televisoras y redes sociales hablan por sí mismos. Por un lado, la presencia sospechosa de hombres bien organizados, armados en algunos casos, que van en primera fila a provocar actos vandálicos. Por otro, la llegada de decenas de hombres y mujeres de todas las edades que se llevan todo lo que puedan cargar en sus brazos, en bolsas o en carros de supermercado. A esto se debe sumar la indignante cobertura mediática conformada por información vaga, datos contradictorios y, con enorme cinismo, el uso de fotografías y videos de años anteriores, incluso de otros países. A la par, los rumores en redes sociales e internet abundaron hasta el exceso. En las últimas horas, la policía cibernética ha dado cuenta de más de trescientos bots que enviaban mensajes de pánico. Sin embargo, más allá de los bots, lo destacado debe ser la poca capacidad (y voluntad) de los usuarios para analizar información y difundirla.

Luego de las horas de mayor crisis, los mismos usuarios de redes sociales empezaron a difundir la contraparte de la historia: los saqueadores son en realidad golpeadores pagados por el gobierno. Esos hombres sospechosos y bien organizados resultaron ser (extraoficialmente) grupos que traen a la memoria a los Halcones de décadas pasadas. Por Facebook y Whatsapp empezaron a llegar las razones de los actos vandálicos: una cortina de humo para distraer a la población del “gasolinazo” y el uso de teorías del pánico o de shock por parte del gobierno. Si bien no podemos atrevernos a descartar estas razones, considero que limitar la responsabilidad a grupos de choque y cortinas de humo invisibiliza lo que realmente sucede en el fondo del asunto.

Saqueos

Naomi Klein rastrea de manera extensa y formidable los orígenes de la “doctrina del shock[2]” y la define como una táctica del capitalismo para imponer sus políticas por medio de la creación de catástrofes. Estas catástrofes dejarían en estado de pánico a la población, lo que permitiría al Estado (o demás poderes fácticos) implementar políticas que atenten contra las instituciones indeseadas por las políticas capitalistas (privatización de empresas estatales, aumento de impuestos, justificación de acciones militares, reducción en apoyos sociales, etcétera). Ya que la población se encuentra paralizada –en shock- habría una aceptación generalizada de las políticas, considerando que se tratan medidas de emergencia por el bien nacional.

Sin duda, los acontecimientos de los pasados días son muy pequeños en comparación a los ejemplos que utiliza Klein para explicar la doctrina del shock, tal como la llegada de Pinochet al poder, las guerras en Centroamérica o las guerras en Afganistán e Irak. Lo cierto es que, con la participación directa del gobierno o indirecta por medio de la no-acción, el miedo es uno de los mecanismos de control social, ya sea para imponer el poder o para distraer de ciertos acontecimientos. El miedo hace que la población acepte la imposición de medidas extraordinarias y da legitimidad al poder del Estado. Cuando la población siente –porque no es un proceso racional- que su integridad y patrimonio está amenazado por la violencia, los temas abstractos pasan a segundo plano, tales como los aumentos a precios, problemas de corrupción o escándalos políticos. Recordemos que ya Thomas Hobbes había descubierto en el miedo la motivación de la creación del Estado y su ostentación del poder público.

Con la generalización de las redes sociales, el miedo como mecanismo de poder toma otras dimensiones. El desastre ya no tiene que ser real. Basta con una buena estrategia de difusión, unas cuantas imágenes difusas y algún video para esparcir una noticia que genere pánico. En la era de lo digital, donde la realidad cobra otras dimensiones, el miedo bien puede basarse en simulaciones. Sabemos que sí hubo saqueos a diferentes tiendas y negocios durante estos días, pero surge una pregunta angustiante: ¿qué es lo que realmente sucedió? Ahí radica el nuevo mecanismo de control: la incertidumbre permanente. Es casi imposible saber si las imágenes, los videos, las noticias, las publicaciones en Facebook, los tuits o los reportajes son ciertos o falsos. El miedo alcanza una nueva etapa: vivimos con el pánico de no poder saber lo que sucede. Por lo tanto, aún lo cierto se convierte en sospechoso. No existe la realidad: todo es simulación.

Esto es sólo una parte de la historia. El problema va más al fondo. Supongamos que en verdad los saqueos fueron iniciados y provocados por grupos de choque, como es casi seguro. Debemos preguntarnos por qué hombres y mujeres de la población en general se volcaron a saquear tiendas departamentales y de auto servicio. La respuesta es la siguiente: es una muestra de un sistema que se quiebra.

El sistema neoliberal no es sólo un conjunto de doctrinas económicas, sino también sociales, legales, antropológicas, políticas y culturales. Si bien el tema es demasiado extenso, ahora nos interesa señalar que el individuo neoliberal es esencialmente egoísta, “que se mueve de acuerdo a los valores de una moral basada en cálculos y beneficios en su sólo interés privado (…) La sociedad, por su parte, es sólo el campo de las relaciones comerciales entre los individuos.[3]” El interés privado de los individuos es consumir, ya que, si no hay posibilidades de hacerlo, el individuo es invisible al sistema. “Soy por cuanto consumo”. Ahora bien, el problema del consumo es que siempre va a generar ansiedad e insatisfacción. Ansiedad porque es imposible consumir de manera permanente y, por lo tanto, se pierde identidad al no poder hacerlo[4]. Insatisfacción porque la oferta del mercado es inabarcable, por lo que el individuo no puede ser feliz al no poder consumirlo todo. Puesto en un ejemplo concreto, sin importar el estrato social, es irrefrenable deseo de tener un celular con capacidad suficiente para redes sociales o la mejor pantalla de televisión disponible. El deseo existe aunque no pueda ser satisfecho. Al no poder satisfacerlo, como es el caso de la mayoría de la población, hay frustración.

Si mujeres y hombres se unen a los saqueos es por la insatisfacción existencial provocada por el sistema neoliberal. No es un acto racional o considerado desde la ética: es un impulso irracional para satisfacer la necesidad de tener, de ser-alguien, de obtener una identidad aunque sea por la vía del robo. Si ponemos atención a los videos que han sido publicados, la gente lleva pantallas, reproductores de música y video, juguetes, triciclos, bicicletas. “Los Reyes Magos” saquearon varios almacenes. No son delincuentes –aunque legalmente se les pueda imputar delitos-: son personas que llevan el egoísmo neoliberal en los genes, víctimas de un sistema que ha puesto al consumo y al tener como medida de la dignidad de las personas. Es injustificable la acción violenta, pero debe ser entendida y reflexionada. Por supuesto, aunque la mayoría no participamos de los saqueos, esos mismos genes neoliberales también nos conforman.

Los saqueos producto de la insatisfacción del no-poder-consumir es consecuencia de un sistema que está pronto a quebrar. ¿Acaso es posible que millones sigan viviendo en ese pánico que es no-existir? Debemos tomar estos saqueos como una señal de algo que viene: antes que la lucha por subsistir, la batalla por tener. No se roba comida: se roban deseos. Se podían saquear camiones de víveres, pero se saquea el camión de Gansitos Marinela. En el quebrantado sistema neoliberal las preferencias y deseos se convierten en necesidades. Tales necesidades deben ser satisfechas para poder existir.

Con el aumento a los precios, será todavía más inaccesible régimen alimenticio óptimo, pero también el consumo de tecnología, moda y otros bienes. Sin duda, esto generará una sociedad cada vez más insatisfecha y violenta. Los regalos bajo el árbol del próximo año serán menos, será más difícil la satisfacción que produce a todos un nuevo televisor, los viajes y vacaciones serán imposibles para la gran mayoría de la población. Todo esto es vano en comparación a las necesidades básicas de subsistencia, pero bajo el sistema que aún rige son cosas necesarias. Nada de esto se puede comparar con la necesidad de atención médica o una alimentación sana, pero el deseo de consumir se antepone a cubrir asuntos básicos para la vida. ¿Acaso no conocemos de alguien o varios que prefieren comer con menor calidad para comprar algún aparato?, ¿acaso no los que participaron en saqueos antepusieron el tener al riesgo de estar una década en la cárcel?

Iglesia y Epifanía

Estos hechos se unen a la celebración de Epifanía. Providencial coincidencia es que deba leerse el Salmo 72, donde se describe al rey justo, cuando se expone la simulación política con el nombramiento de Luis Videgaray al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores. ¿Le importará, como dice el Salmo, la sangre –la vida- de su pueblo? También es providencial que las lecturas indicadas en el Leccionario hablen sobre los tiempos de oscuridad en las naciones y la promesa de la luz de justicia en el Mesías.

La Iglesia debe prepararse para hablar a una sociedad insatisfecha y que va camino a desafíos nunca antes vistos. Todos nacimos ya en el sistema de mercado y con mucha probabilidad viviremos su resquebrajamiento. ¿Qué mensaje necesita un pueblo ansioso por consumir, desesperado por encontrarse cada vez más empobrecido, desilusionado de sus instituciones y asustado por la violencia, sea real o ficticia?, ¿qué palabra puede decirse a un pueblo dominado por diferentes mecanismos de control, orillado a sentirse insatisfecho?, ¿qué puede hacer la Iglesia frente a una sociedad que tiene al consumo como camino para existir?

El relato de Epifanía contiene varios detalles que pueden ser necesarios en este tiempo. Primero, es un relato lleno de incertidumbres. Los magos caminan sin rumbo, sólo guiados por una promesa y una estrella. La familia de Jesús –como sabemos, pobre- tendrá que huir a causa de la violencia. Jerusalén se turba a causa de la llegada de los magos y el motivo de su visita. Incluso el poder –Herodes- está lleno de temor a causa del anuncio de aquellos extranjeros. Que el texto inicie con una pregunta -¿dónde está el rey de los judíos que ha nacido?- y termine con el regreso de los magos por un camino diferente, nos muestra el grado de inestabilidad que hay en la historia.

Segundo, hay gran tensión entre el estatus de los personajes. Tenemos a los magos que son extranjeros y, por lo tanto, marginados en Jerusalén. Además, son magos, hombres vistos con sospecha por la ley judía, y provenientes de Oriente, que en un tiempo fue centro del poder, pero ahora es un territorio excluido por el imperio romano. Por otra parte, tenemos a la familia de Jesús, habitantes de un pueblo muy a la orilla de los privilegios de Jerusalén. En el centro de la ciudad están Herodes y los líderes religiosos. Gente que sabe (al menos sospecha) lo que sucede, pero prefieren vivir en la opacidad de la duda, en el engaño (Herodes pide ser notificado de lo que encuentren los magos) y la lucha por mantener el poder. En Herodes hay una ironía: es un hombre que se siente poderoso, que utilizará los peores recursos para mantener su posición, pero en realidad es una marioneta del Imperio. Por lo tanto, tenemos extremos. Los magos que caminan en incertidumbre pero con esperanza y Herodes que simula ser poderoso, quien no teme usar el engaño y la violencia para mantenerse. La incertidumbre que produce esperanza y la simulación que produce violencia.

Tercero, en el centro, está la casa con el Niño de Belén. La escena es casi una comedia: los magos llegan a adorar al bebé que es rey y pobre. Los extranjeros, despreciados y vistos como herejes, llegan a reconocer en un infante al Mesías. En esa quasi comedia se derrumba la simulación del poder y las ansias que produce. Herodes, el poderoso, es temido pero no adorado. Puede matar, manda llamar a quien desea, piensa que tiene el poder de engañar, pero no recibe el reconocimiento como rey. Lo mismo sucede con el poder en nuestro tiempo: puede matar, puede engañar, puede manipular, pero su frustración siempre estará en que no es adorado. Es ambicionado, pero nunca reconocido.

La luz del Mesías no es percibida por este hombre poderoso y sus cómplices. Sólo logran seguir a la estrella aquellos magos extraños, quienes están dispuestos a enfrentarse a la comedia del Bebé-Mesías. La Iglesia está llamada a tener la mirada de los magos: encontrar a Dios lejos del poder y cerca de las casas de Belén. Es una mirada que no se deja engañar por el palacio de Herodes, que observa cómo la estrella no se detiene en Jerusalén, sino que sigue de largo hacia los rincones del mundo, en donde están las familias como María y José, asustadas, pobres y preocupadas por su futuro. La mirada de los magos es la que renuncia a lo sorprendente del poder y busca la humildad de una casa perdida entre las calles de un pueblo pequeño.

En estos tiempos de agitación, la mirada de la Iglesia no debe sorprenderse o guiarse por las noticias de Facebook, los llamados Herodes a Los Pinos, por los muchos rumores o por la agitación en Jerusalén. La mirada y palabra de la Iglesia requiere recuperar su vocación: dar esperanza, consuelo y anunciar la paz a aquellas familias que temen por su seguridad, que viven frustradas por la condición que se les impone, que están sin identidad por el discurso del sistema. Ahí, donde están esas familias e individuos, está el Mesías. En lugar de llevar oro, incienso y mirra podemos llevar la predicación, los sacramentos y el acompañamiento. Tal vez cuando reencontremos a Cristo también podamos volver por otro camino, lejos de Herodes.

Epifanía celebra que la luz del Mesías alumbra a todas las naciones. Esa luz bien podrá llegar cuando cumplamos nuestra vocación. Vienen tiempos administrativos complicados para nuestra institución. Si nuestro pueblo empobrece, será cada vez más difícil mantener nuestros templos y empleos. Pero si regresamos con radicalidad a nuestra vocación, así como Jesucristo siempre fue fiel a la suya (que es la nuestra también), podemos estar seguros que la provisión de Dios siempre estará, así como estuvo con aquella familia de Belén a la que regalaron de manera inesperada oro, incienso y mirra.

Hay un pueblo que nos necesitará con urgencia en este año que inicia.

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[1] 06 de enero de 2017.

[2] Naomi Klein. La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre (México: Paidós, 2014).

[3] Miguel Ángel Contreras Natera. Crítica a la razón neoliberal: del neoliberalismo al posliberalismo (México: Akal, 2015), p. 48.

[4] Cf. Byung-Chul Han. La sociedad del cansancio (Barcelona: Herder, 2012).

3 comentarios sobre “Saqueos, Iglesia y Epifanía

  1. Buena reflexión y además actual. Hay que ampliarla con documentación confiable que tiene otros puntos de vista para interpretar los excesos de crisis sociales. Por otra parte quiero pensar que fue un lapsus involuntario el llamar al cuadro del nacimiento «quasi comedia» y repetir la idea volviendo a calificar el hogar y desarrollo de la vida de Jesús como «comedia». La vida de Jesucristo y su obra no es cosa de risa ligera, sino la profunda realidad de un drama que involucra al universo en medio de un gozo santo,

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    1. Gracias por el comentario. Sin duda, Usted y yo nos referimos a asuntos diferentes en el uso de la palabra «comedia». En términos contemporáneos, «comedia» se limita a las historias que provocan risa. Sin embargo, rescato el concepto que viene desde el teatro griego hasta el teatro español de Lope de Vega, en donde una «comedia» es un género dramático opuesto -irónicamente- a la «tragedia». En la tragedia el desenlace es infeliz, mientras que en la comedia el final es lo contrario, aún cuando en su desarrollo los personajes tengan que sufrir penalidades.
      El relato de los Magos -que no hay que confundir con el del nacimiento- presenta buen número de elementos que aparecen en la comedia tales como el ambiente de campo, la ironía, el absurdo (extranjeros, ricos visitando pobres, Dios siendo niño, el Niño siendo pobre, etc.), además de un final «feliz».
      Por lo tanto, la comedia -no a la manera de Hollywood-, no es cosa de «risa ligera», sino una forma de mirar la vida en toda su ironía y crudeza pero con esperanza en que todo saldrá bien.

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