Grato tiempo de Navidad
Martín Larios Osorio
La situación de hoy nos obliga a ser cautos, prudentes y sabios. Nuestro México está viviendo la peor crisis sanitaria de su historia. Somos ya, por mucho, uno de los focos de atención de las autoridades sanitarias mundiales por lo que se ha hecho, pero también por lo que se ha dejado de hacer. Pero el buen Señor de la Mies nos sigue llamando la atención para actuar con prudencia para no estropear y desvirtuar el curso normal que se debe llevar en la vida de una comunidad sensata y un pueblo apegado a lo que es necesario para el bienestar social.
La vida llevada a cabo sin la adecuada disciplina, visión, equilibrio, estabilidad emocional, puede llevar a la persona, a la familia y a la sociedad en su conjunto a una existencia enmarañada o a un callejón sin salida.
La pandemia dejará divisiones sociales y, por tanto, resentimientos y heridas. Ya algunos analistas han vislumbrado una realidad en la que, ante la actual condición, hay un segmento de la población que puede tolerarla mediante el acceso a recursos tecnológicos, financieros y técnicos. Pero, hay otro gran segmento de la población, que no puede. Y luego, hay otros más, que ni pueden, ni quieren, ni saben. Estos últimos son los más vulnerables.
Uno de los escenarios inmediatos que se plantean para de la pandemia es el de una sociedad depauperada ante la erosión y pérdida del ingreso familiar, así como un “avasallamiento sistemático de las clases medias; lo cual abriría paso a una mayor globalización de la pobreza y a la emergencia de fenómenos como las hambrunas, con efectos letales en el mundo subdesarrollado”. Así lo plantea el Mtro. Isaac Enríquez en su artículo de esta edición de El Evangelista Mexicano. Estimado lector, te invitamos a analizarlo detenidamente.
El mundo ofrece una paz basada en las divisiones, en las discriminaciones y en las segmentaciones: en el orden de las cosas. Históricamente lo hemos visto, desde tiempos inmemoriales. Desde la Pax Romana, que fue cuestionada disruptivamente por el cristianismo del primer siglo de nuestra era, hasta la Pax Americana de la que habló John F. Jennedy en la segunda mitad del siglo XX después de la Segunda Guerra Mundial. En nuestro México, la “paz porfirista” de fines del siglo XIX y principios del XX, nos ofreció “Orden y Progreso”: pero no para todos. Seguimos viviendo algunas ataduras de aquellas épocas, aún muy entrado el siglo XXI.
Pero el mensaje de Jesúcristo ofrece una paz conciliadora y de unión. Nos unimos al mensaje que publicó hace unos días el Dr. JC Park, presidente del Concilio Mundial Metodista: una única cosa que podemos hacer en esta temporada de buenas nuevas es ser radicales para “trastornar nuestro mundo” como lo hicieron los primeros discípulos de Jesús. El amor reconciliador de Cristo nos obliga (2 Corintios 5:14) a ser radicales. La paz de Cristo une y reconcilia mientras que “la paz del Imperio divide y gobierna”. Cuando alguien se atreva a construir otro muro divisorio entre tú y el más pequeño de los que son miembros de la única casa de Dios, debemos derribarlo.
Pero para “derribar” esos muros se requiere la autoridad de Cristo, manifestada por el testimonio de Su Iglesia.
Ayer profetas como Miqueas denunciaban: “Yo digo: Escuchadme, jefes de Jacob, oídme dirigentes de Israel: ¿No os corresponde a vosotros ocuparos del derecho? Odiáis el bien y amáis el mal, arrancáis la piel de la gente y dejáis sus huesos al desnudo…”. “Escuchad esto, jefes de Jacob, oíd gobernantes de Israel, los que detestáis la justicia y violáis todo derecho, construyendo a Sión con sangre y a Jerusalén a fuerza de delitos. Sus jueces juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo y sus profetas vaticinan por dinero”. José descubrió que la autoridad no radicaba en la posición que ostentaba, sino en el servicio realizado con excelencia, con honestidad, transparencia, integridad y sencillez
Las Escrituras están llenas de referencias que nos hablan de la Iglesia como un solo Cuerpo; un cuerpo que sufre junto con los que sufren (1 Corintios 12:26). Como seguidores de Cristo en la Tierra, estamos llamados a buscar la justicia (Miqueas 6:8), a defender la causa de los oprimidos (Isaías 1:17; Salmos 82:3) y a estar en la brecha por los que sufren (Ezequiel 22:30). A levantar la voz por los que no tienen voz, a defender los derechos de los desposeidos (Proverbios 31:8).
Este llamado profético ha sido fielmente seguido por los defensores cristianos a lo largo de la historia de la Iglesia. Como dijo el Dr. Martin Luther King Jr. en su discurso «Tengo un sueño», citando Amós 5:24: «No, no, no estamos satisfechos, y no estaremos satisfechos hasta que la justicia corra como aguas y la rectitud como un poderoso arroyo».
Que esto sea una realidad en tu entorno inmediato, con aquellos que te rodean. Primeramente contigo y tu familia. Es nuestra responsabilidad como Cuerpo de Cristo dar testimonio de esta Buena Noticia que transforma realidades: aquí y ahora.
Que la Navidad de 2020 sea un grato tiempo. Una época de vivencia familiar, de remembranzas del nacimiento de Jesús el Salvador, de alegría y gozo espiritual. Actuando con prudencia, moderación y buen juicio, para cantar a viva voz: “Cristo el prometido ha por fin venido: ¡Alegría! ¡Alegría! ¡Cristiandad!”.
Excelente reflexión en este tiempo grato de navidad y responsabilidad social. Felicidades Martín como siempre es grato leerte.
Me gustaMe gusta
Gracias por tu comentario, hermano Enrique. Que bueno que este llamado a la reflexión tenga eco en la comunidad metodista. Un abrazo a ti y a tu familia.
Me gustaMe gusta