EDITORIAL

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Reconciliemos México

La Iglesia Metodista de México está de plácemes. Está conmemorando 91 de vida orgánica autónoma, siempre buscando cumplir su propósito de extender el Reino mediante la evangelización y discipulado a través de la proclamación de las Buenas Nuevas como principio evangelizador, el cultivo del crecimiento espiritual de los creyentes, el alivio de las carencias materiales de los necesitados y la práctica de la mayordomía cristiana. Este año de 2021, se ha enfatizado la doctrina wesleyana del Testimonio del Espíritu Santo.

La doctrina del Testimonio del Espíritu fue importante porque introducía un énfasis nuevo, que fue concepto de la religión experimental y comunitaria. John Wesley insistía en que la doctrina correcta debía ser experimentada. Ello generó uno de los grandes avivamientos del siglo XVIII, primero en Inglaterra y después en Estados Unidos, recuperando la vehemencia evangelizadora con el fin de tener conversos que se sumaran a las comunidades de fe. Estos movimientos enarbolaron la acción del Espíritu Santo en la santificación de la vida de los creyentes. Era necesario apuntar que santificación hace referencia a reflejar en la vida cotidiana el carácter de Cristo.

Siempre ha sido nuestro ideal el crear, por la fuerza del Espíritu, espacios sociales (comunidades) donde se experimenta una reconciliación entre los miembros que la conforman que apunta a la reconciliación de todas las cosas en el Cristo. Ello será posible mediante la gracia y la misericordia divinas, el Evangelio y el poder del Espíritu Santo. No es a través de la negación de la realidad que se construye una comunidad de reconciliación, sino a través del realismo cristiano que si bien reconoce que los tropiezos son imposibles de evitar, también nos da la fórmula para reconstruir las relaciones interpersonales destruidas entre los seres humanos.

La reconciliación nace de la donación del perdón. El perdón restaura la relación entre el ofensor y el ofendido, ya que sana a ambas personas. Nuestro Señor Jesús dijo a los suyos: “¡Estad, pues, atentos! Si tu hermano peca, repréndelo; y si cambia de conducta, perdónalo. Aunque en un solo día te ofenda siete veces, si otras tantas se vuelve a ti y te dice: “Me arrepiento de haberlo hecho”, perdónalo” (Lc. 17:3-4 BTI). Lo que realmente destruye la comunidad, en el momento en que el conflicto o el tropiezo aparece, es basar nuestras relaciones interpersonales en la desconfianza y en la sospecha de la sinceridad del semejante.

Los metodistas mexicanos creemos que nuestra misión en este país sobrepasa a las generaciones. Por eso, constantemente acudimos a nuestro Señor para solicitarle restauración mediante su concesión de perdón. Lo cierto, es que Dios no se comporta como nosotros lo hacemos con nuestros semejantes. De ahí que seamos alentados a perdonar como el Él nos perdonó: “Sed … bondadosos y compasivos los unos con los otros, perdonándoos mutuamente como Dios os ha perdonado por medio de Cristo” (Ef. 4:32 BTI). Sólo así las comunidades metodistas mexicanas podrán ser un signo en medio del mundo de la sociedad reconciliada a la que aspiramos, y, al mismo tiempo, ser agentes de reconciliación entre nuestros semejantes. México necesita el amor de Cristo.