Iglesia Liberal o Liberadora
Vivimos días que parecieran estar caracterizados por los discursos polarizadores. La falta de objetivos comunes, la falta de acuerdos para resolver los grandes dilemas eclesiales, nacionales y mundiales, pero sobre todo, la falta de humildad y empatía para reconocer la “otredad” del prójimo y la falta de amor, permean en todos los ámbitos.
Como ya nos ha compartido nuestro hermano Silvano Mares en nuestra edición pasada, otro elementos de división son las etiquetas, muchas importadas desde otros ámbitos y, que en un afán secularizador, permean en la propio Iglesia. Ahora hacemos uso de las categorías del mundo para juzgar a la Iglesia en vez de que los valores del Reino permeen al mundo. “Conservadores o liberales” pareciese ser el dilema. Aún sin conocer a profundida el significado real de esos términos políticos o económicos, se usan con una facilidad impresionante en cualquier ámbito. Aún en el social, donde líderes gubernamentales se regodean usándolos como si se tratara de una pugna heredera del siglo XIX. Nada más disparatado, en uno u otro ámbito.
Pero mientras permanezcan la fe, la esperanza y el amor, no hay posibilidades de división. Esos tres, pero sobre todo, el amor.
En esta edición, estimado/a lectora/a, encontrarás artículos y reflexiones que nos inducen al pensamiento wesleyano a partir de la influencia de John Locke en el Rev. John Wesley. Locke, uno de los padres del liberalismo y del empirismo inglés del siglo XVII, sostuvo la libertad natural de la persona como el fundamento de la sociedad políticamente organizada. Esa libertad se expresa como pacto o contrato para instituir un Estado y como decisión mayoritaria para adoptar un régimen de gobierno. Por supuesto, esto tiene sentido en el ámbito político.
Pero Wesley era un hombre de su tiempo, consciente de ello y del actuar del Espíritu Santo de Dios en su realidad. Su formación como hijo de un clérigo anglicano y de una aristócrata inglesa, su viaje misionero a la colonia americana de Georgia, las privaciones durante su educación en Charterhouse, las exigencias en la Universidad de Oxford, su vida en Bristol y su apoyo a los mineros de Cornwall, le llevaron a conocer su realidad y a personajes tan ilustres como John Locke y a contemporizar con David Hume y, seguramente, con Adam Smith.
Wesley consideraba que todas las disciplinas de las ciencias son instrumento de Dios para mejorar la vida de la gente y en ese sentido deben ser estudiadas, desarrolladas y aplicadas. Sin duda Wesley fue un fiel hijo de la Ilustración, ya que que consideraba el método empírico de Locke como parte central del conocimiento. La incorporación de la experiencia como parte de la teología wesleyana, sin duda, corresponde a estas reflexiones. El entender que Dios nos habla a través de la Biblia, la razón, la tradición y la experiencia, completa el cuadrilátero wesleyano.
Ser “liberal” es un concepto que, algunas veces, se usa con un sentido positivo incuestionable, y en otros, con un dejo de sorna o desconfianza. Pero no hablamos del liberalismo político o religioso, hablamos del ser libre. El liberalismo es una actitud de apertura al cambio y el cuestionamiento permanentes, una cultura sustentada en el valor de la discusión, la hermandad con la ciencia y la empatía. Y por tanto, con el prójimo. Ese pensamiento que influenció, sí a John Wesley, pero también a grandes pensadores como David Hume o Adam Smith.
Por tanto, somos metodistas porque somos ortodoxos e innovadores, liberales y conservadores, progresistas y tradicionales. Todo a la vez. Somos capaces de entender nuestra realidad e ilustrarnos sobre lo que Dios está haciendo a través de la humanidad. Somos capaces de dialogar con otro que no opina lo mismo, en tanto que que no vulnere la esencia de nuestra fe. Somos capaces de distinguir qué cosas vulneran nuestra fe y cuáles no. Porque creemos en la integridad de la salvación: no sólo en el evangelismo discursivo y en la declaración instantánea, sino en la integridad cristiana que se logra con el discipulado comprometido. Con la santificación a que somos llamados:
“Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; […] pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación”.
1 Te. 4:3a, 7
Es por ello que los discursos de división no son bienvenidos hoy. Y menos de los metodistas.
Somos liberadores porque, como discípulos de Cristo, vivimos en la realidad liberadora del Evangelio. Esa libertad que nos hace libres desde el momento en el que permitimos que Jesús reine en nuestras vidas, que nos llena con su presencia y nos transforma. Con su ayuda decimos no al pecado y sí a la voluntad de Dios. Dejamos de ser esclavos del pecado y pasamos a vivir la vida plena que Dios anhela para nosotros.
Jesús nos da completa libertad. Pasamos a ser libres para vencer la tentación y para vivir la vida dentro del propósito de Dios.
En Cristo tenemos libertad, pero debemos decidir si viviremos como hijos libres que reflejan su imagen o si viviremos como esclavos. Dios nos da las fuerzas para no ceder ante la tentación y nos recuerda que con él somos más que vencedores. Al enfocarnos en Dios y en vivir dentro de su voluntad disminuye en nosotros el deseo de hacer lo que nos place y aumenta el anhelo de agradarle. Y el que ama a Dios de esa manera, ama a su prójimo como a sí mismo.
El metodismo es, pues, un verdadero movimiento mundial. Que no es ni liberalmente político, ni “liberalista religioso”. Sí liberador. Y hoy mismo, la Iglesia Metodista de México mira con esperanza el futuro, preparándose para su XXIV Conferencia General que se celebrará en mayo. Oramos para poder ser movidos por el Espíritu Santo, escuchando la voz de la Iglesia y comprometiéndonos con la misión que el Señor le ha encomendado en este mundo, en esta bendita tierra mexicana.

Gracias por compartir, hermano Martín
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