EDITORIAL

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“Dejadme ser mujer”

Saludamos a nuestros lectores y damos gracias a Dios por la oportunidad de encontrarnos en este espacio quincenal. Estamos finalizando el segundo mes del año. El mes de marzo está a la puerta y en él tenemos dos fechas que convocan a la unidad de las mujeres: una, el Día Mundial de Oración -primer viernes del mes-, definido con la intención de reunir en intercesión a mujeres de varias denominaciones y países del mundo; y otra, el Día Internacional de la Mujer -establecido por la ONU el 8 de marzo- con el fin de conmemorar las luchas de la mujer por conseguir un pie de igualdad ante el hombre. 

En esta edición de El Evangelista Mexicano tenemos la oportunidad de leer una reseña histórica del Día Mundial de Oración. Y la coincidencia de mes con el Día Internacional de la Mujer nos mueve a reflexionar en el papel que ésta  ha tenido en nuestro ámbito metodista: Desde los inicios formales de la obra en México, en 1873, tenemos testimonio del accionar de las mujeres para ayudar a la difusión de la fe. Sin abundar mucho, citaremos un trabajo de Sandra Guadalupe Jaime, Niñas, mujeres, madres: el papel de la mujer metodista, que presenta la educación femenina impartida en las instituciones metodistas como un medio para formarlas en la difusión de la fe y en la búsqueda para ayudar a otros a salir de su atraso social. También resulta notable cómo el primer grupo que se organizó en nuestras iglesias fue precisamente la sociedad misionera femenil, en casi todos los casos. No se explica la obra metodista en el país sin la contribución femenina, en grupo o en lo individual..

Consideramos que en la iglesia metodista las mujeres tenemos una amplia gama de actividades para desarrollarnos: podemos hacerlo a nivel local, distrital, conferencial y nacional. Podemos realizar trabajos como laicos o a nivel ministerial, siempre en armonía con nuestros compañeros del sexo masculino. Tenemos pastoras, superintendentes, obispas, líderes de organizaciones. Pero de ninguna manera nuestro quehacer debe ser un medio para enfrentarnos y retar al hombre -como hay quienes acostumbran hacer en estas fechas- sino una vía para colaborar juntos en el extendimiento del reino de Dios. Hombres y mujeres, unidos, reflejamos en nuestro trabajo la gloria de Dios.

Démosle una ojeada al contenido de esta edición: Iniciamos con el pronunciamiento del Gabinete de la Conferencia Anual del Noroeste sobre un asunto delicado que está ocurriendo en la frontera norte del país, donde como iglesia no podemos quedarnos callados. Pedimos leerlo con atención.

Dentro de los textos que veremos está el testimonio de un esposo de pastora, quien nos da una muy interesante perspectiva del trabajo que él realiza; la lucidez de esa perspectiva pudiera aplicar también a las esposas de pastores. Asimismo, presentamos un texto redactado por una dama metodista, viuda de pastor, con una amplia trayectoria; y una reseña de la reunión nacional de los grupos de matrimonios, organizada recientemente.

La Conferencia Anual del Sureste tuvo sus reuniones distritales, cuyas reseñas comparten en esta edición. El Seminario Gonzalo Báez Camargo, además, realizó capacitaciones en tres sedes, de las cuales nos dan cuenta. Y hay una crónica fotográfica de una numerosa reunión de matrimonios en la ciudad de Frontera, Coahuila. Todas estas son manifestaciones de vida en una iglesia que sigue creciendo.

Dos escritos exegéticos llaman la atención: uno sobre el Salmo 23 y otro sobre el concepto “las obras de la ley”, donde se plantea el peligro de una interpretación errada de este concepto, como ha estado ocurriendo en algunos grupos judaizantes. Entre otros temas que ustedes verán en este número, está una reflexión sobre lo que puede esperar una persona de la educación cristiana en su iglesia local, muy útil para ubicarnos en cuanto a qué buscar de esta área en una congregación.

Y tenemos las valiosas secciones Desde el Archivo Histórico Nacional y Noticias Internacionales, donde echaremos un vistazo documental al pasado de nuestra iglesia, y un panorama de hechos importantes ocurridos en el terreno de la fe. 

Termino esta editorial. Al tener el privilegio de escribir estas líneas, doy gracias a Dios por las variadas oportunidades de trabajo que he recibido como miembro de la iglesia metodista y, como dijo en una ocasión Elizabeth Elliot, pido simplemente: “Dejadme ser mujer”.

María Elena Silva Olivares
Directora de El Evangelista Mexicano