EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER
No solamente el miércoles 08 de marzo, sino otros días también, dentro y fuera de nuestras iglesias, se estuvo conmemorando el Día Internacional de la Mujer. En realidad, en varios países, y cada vez son más, se estima todo el mes de marzo como mes de la mujer, debido al incendio de la fábrica de hilados de Nueva York donde murieron más de 140 mujeres jóvenes (entre 14 y 23 años de edad) que laboraban en condiciones de explotación deplorable, ocurrido un 25 de marzo; y debido a que desde 1911 Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza comenzaron a conmemorar el día de la mujer el 19 de marzo; y porque, sencillamente, hace falta más énfasis en el tema de la igualdad de los derechos de un género frente al otro. Aunque este día comenzó a observarse a principios del siglo XX, su trasfondo proviene desde mediados del siglo XIX, hasta que la ONU lo oficializó ya tarde, en el año 1975.
Debe destacarse que desde un principio había tres reclamos principales en el propósito de observar, ya sea a nivel nacional o a nivel internacional, una fecha en pro de la mujer: Primero, que se legislara para una dignificación de las condiciones laborales de las mujeres; segundo, obtener el derecho a votar; y tercero, que se construyera un equilibrio social para propiciar que las mujeres pudieran desenvolverse en todos los campos (incluyendo el educativo) en términos de absoluta igualdad con los hombres. Por eso es que este día no se «celebra», no es una fiesta, no se trata de dar lugar a la ternura, ni de tributar alabanzas a las mujeres por ser hermosas, o por ser mamás o por ser lindas esposas. No se trata de felicitar a las mujeres por el simple hecho de ser mujeres. La gente superficial toma esta fecha para malgastarla en elogios románticos, y a veces en sólo hacer gala de exhibicionismos. Qué lástima que tengamos tanta gente que trivializa lo que alguna vez fue cosa seria. Este día “se conmemora”, es decir, se hace un recuento de lo que se ha logrado y lo que falta por lograr en la lucha por alcanzar una verdadera igualdad de género.
Es asombroso cómo nos hemos convencido de que la mujer es inferior al hombre. Entre los cristianos defendemos a gritos la igualdad de géneros, Biblia en mano, pero luego aconsejamos a las esposas que estén sujetas a sus maridos, ¿por cuál razón?, pues porque son mujeres. Pero no sólo los cristianos, sino prácticamente todas las religiones que conocemos en Occidente contienen la enseñanza patriarcal y machista que hace de las mujeres seres inferiores a los hombres. La religión no ha defendido a las mujeres, al contrario, ha colaborado fuertemente a crear la mentalidad de desigualdad, no en detrimento de los hombres, sino de las mujeres. Para eso ya teníamos muchas creencias denigrantes sobre la naturaleza de una mujer. Platón, por ejemplo, enseñaba que las mujeres eran la reencarnación de hombres que en su vida anterior habían sido cobardes, y como castigo habían renacido como mujeres. (1) El Corán, sin ambages, asegura en el Sura IV, verso 38, que: “Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Dios ha elevado a éstos por encima d aquellas… Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas… Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis… las azotaréis… Dios es elevado y grande”. Y el judaísmo no era mucho mejor, desde el momento en que el templo tenía un atrio para las mujeres, alejado del atrio de Israel donde ellas no podían adorar.
¿Realmente Dios ve a las mujeres como inferiores a los hombres y por eso ellos deben ejercer mando sobre ellas, y no al revés porque entonces sería pecado? ¿Jesucristo no arregló la situación de inferioridad de la mujer perpetrada en los capítulos del Antiguo Testamento? Gn. 1:27 comienza bien, explicando que al principio ambos eran iguales ante Dios, creados para reflejar juntos la imagen de Dios. Pero luego Gn. 3:16 menciona que por causa del pecado ella quedaría bajo el señorío del varón. Pero luego, Cristo vino a redimirnos de nuestros pecados y de sus consecuencias en las relaciones sociales, de modo que “Ya no hay judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga. 3:28). La Biblia debe verse bajo la óptica de Dios, permeados por los principios que ella misma nos da. La gracia de Dios en Cristo representa inclusión, justicia, equidad y restauración. Por lo tanto, Gn. 1:27 es el principio de la historia, pero Ga. 3:28 es el final de ella, y, claro, termina donde comenzó, en términos de igualdad de los sexos. Si en lugar de ir a la desembocadura nos quedamos atorados antes, habremos construido un discurso de poder, un manejo religioso para sustentar la desigualdad.
Para muchos es conveniente atorarse en el ínter, allí donde se señala que Eva pecó primero y que debido a esa razón debe callar en las congregaciones y mantenerse sumisa al varón. Pero olvidan que Ro. 5:17 asegura que “por la transgresión de uno solo reinó la muerte”. Ese “uno solo” se refiere a Adán sin Eva. Así que si interpretamos a Pablo conforme a Pablo, fueron tan culpables Eva como Adán, por lo que, o ambos deberán callar y someterse legalmente, o ambos están libres con la libertad con que Cristo los hizo libres, redimiéndoles de toda desventaja de género, libres para establecer una relación de pareja basándose en el amor y el respeto. No debe dejarse de ver que en el hermoso pasaje de Ef. 5:21-33, donde se hace la comparación entre los cónyuges y Cristo con su iglesia, comienza diciendo, “Someteos unos a otros en el temor de Dios”. Es decir, que la manera como los esposos se amen y se respeten (teniendo a Cristo con su iglesia como paradigma), deberá reflejar que ambos se someten el uno al otro. El sociólogo evangélico Anthony Campolo dice que en un reino de siervos, como lo es el reino de Jesús, no cabe la pregunta “¿Quién manda aquí?” (2) Ciertamente los conflictos de pareja deberían resolverse bajo pautas más elevadas y equitativas, más dignas de un Evangelio que ha superado los discursos religiosos de poder, que simplemente someter a uno al señorío del otro sin mediar un acuerdo voluntario.
Pbro. Bernabé Rendón M.
- Platón, Diálogos, Ed. Porrúa, México, 1971, pág. 720.
- Campolo, Anthony, El Engaño del Poder, Ed. UNILIT, Miami, 1993, pág. 32, 33.

