EDITORIAL

¿Qué significa ser metodista hoy?

John Wesley regresó a Inglaterra deprimido y golpeado luego de su desastroso viaje de “evangelización” a las trece colonias inglesas en América en 1735. Fue en ese momento que se acercó a los moravos a los que había conocido 3 años antes durante su viaje a Georgia. En ese viaje se alzó una tormenta y rompió el mástil del barco. Mientras los ingleses se llenaron de pánico, los moravos se mantuvieron tranquilos y comenzaron a cantar himnos y a orar. Esta experiencia llevó a Wesley a pensar que los moravos poseían una fuerza interior que él no tenía.

Los moravos eran una Iglesia de origen alemán que practicaban la piedad, los cánticos y la fe ardiente en Jesucristo, quienes se establecieron también en Inglaterra. La noche del 24 de mayo de 1738, Wesley asistió a un servicio religioso de la sociedad morava en la calle Aldersgate, en Londres. Allí escuchó al coro cantar el Salmo 130. Después, el predicador leyó una porción del Prefacio de Martín Lutero a los Romanos. Wesley describe en su diario dicho momento:

«Como a las nueve menos cuarto, mientras escuchaba la descripción del cambio que Dios opera en el corazón por la fe en Cristo, sentí arder mi corazón de una manera extraña. Sentí que confiaba en Cristo, y en Cristo solamente, para mi salvación. Y recibí la seguridad de que Él había borrado mis pecados y que me salvaba a mí de la ‘ley del pecado y de la muerte’. Me puse entonces a orar con todas mis fuerzas por aquellos que más me habían perseguido y ultrajado. Después di testimonio público ante todos los asistentes de lo que sentía por primera vez en mi corazón».

La celebración del día mundial del metodismo (24 de mayo) nos obliga a delinear un perfil del metodista que es, esencialmente, un cristiano que se caracteriza por ser alguien que:
• Ama al Señor su Dios con todo su corazón y con toda su alma y con toda su mente y con toda sus fuerzas, y a su prójimo como a sí mismo;
• Y tiene el amor de Dios derramado en su corazón por el Espíritu Santo que le fue dado.

Ese amor se manifiesta abundantemente en los frutos que han sido el sello del movimiento metodista, desde entonces. En el caso de México, desde su llegada al país en el último cuarto del siglo XIX, la obra metodista se caracterizó por su presencia social motivada por un proyecto de regeneración espiritual y social que traían las misiones metodistas y que respondían, también, a su propia visión cultural y económica. Además de la primera red de congregaciones a lo largo de las principales rutas comerciales ferroviarias del país, los metodistas establecieron una red de instituciones de servicio social que comprendieron escuelas de educación primaria, hospitales, dispensarios médicos y centros sociales, enfocados a asistir las necesidades básicas de clases sociales “en transición”, con el objetivo de mejorar sus condiciones económicas y sociales, además de espirituales. Entre estas clases sociales encontramos a ferrocarrileros, mineros y maestros. Fueron notables, dentro de la organización de las iglesias metodistas, la organización de Sociedades de Temperancia para combatir las adicciones, especialmente el alcoholismo, y de las Sociedades Mutuales, que organizaban a los trabajadores en situaciones de apremio, para apoyarles con créditos accesibles y otros apoyos económicos.

Desde el cristianismo es necesario trabajar, y no solamente desde sus propias obras sociales aunque sí prioritariamente desde ahí, en las tareas de concientización y sensibilización social, para poder crear una cultura más solidaria, con más compromiso y más cooperación con los pobres de la tierra. Los metodistas deberían ser los más capacitados para esta sensibilización social y no dejarlo solamente en manos de movimientos más o menos humanistas.

No es un trabajo esporádico, sino el fruto de un trabajo serio, continuo, constante y coherente en el que, sin duda alguna, deben involucrarse los creyentes, dando siempre ejemplo no sólo con sus palabras o acciones solidarias, sino desde sus estilos de vida, sus principios, sus prioridades y desde la vivencia, comprensión y puesta en práctica de los valores del Reino.

Por ello, es necesario comenzar a hacer una profunda reflexión con ciertas preguntas básicas: ¿Cuál es el proyecto de sociedad que predomina actualmente? ¿Cuáles son nuestras clases sociales emergentes o “en transición” hoy? ¿Cuáles son los grupos vulnerables de nuestra sociedad mexicana? Como embajadores del Reino, debemos avanzar hacia una misión profética y a promover los valores del Reino en la sociedad mexicana del siglo XXI. ¿A quién se acercaría Cristo hoy? ¿Qué medios de difusión usaría? ¿Qué milagros operaría?

Entonces, sí es posible definir un perfil del metodista mexicano del siglo XXI que considere una ética cristiana, pero que también sea fiel a los principios que fundaron el metodismo original. Algunas de las características de este “metodista de hoy” serían:
• Ama a Dios y a su prójimo.
• Es sensible al dolor del semejante.
• Piensa en grupos vulnerables.
• Atiende carencias inmediatas de los necesitados.
• Descubre causas del dolor del pueblo.
• Estudia mucho, sobre todo la Biblia.
• Propone soluciones congruentes que beneficien a las personas, al medio ambiente y a la sociedad.
• Planea, organiza y ejecuta proyectos que impacten a su comunidad, demostrando el amor de Dios derramado en su corazón.
• Tiene un comportamiento ético intachable.
• No pierde de vista que, siempre, su labor es parte de extender el Reino de Dios.

Los metodistas mexicanos de hoy, tenemos el reto de construir una contracultura ante las ideas y pensamientos egoístas y acumuladores del mundo, mientras vamos delineando acciones proféticas orientadas a la solidaridad y el compromiso con el prójimo sufriente, siguiendo los pasos de Jesús.

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