
Espíritu y verdad
David Almanza
“Pero se acerca el tiempo —de hecho, ya ha llegado— cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. El Padre busca personas que lo adoren de esa manera. Pues Dios es Espíritu, por eso todos los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.
Juan 4:23-24 NTV.
Si eres cristiano/a, sin duda has escuchado la frase “hay que adorar a Dios en espíritu y en verdad”. Los ministros de alabanza usan esta frase constantemente. Suena bonito y es una excelente exhortación, ¡hasta que nos damos cuenta que, por lo general, nadie lo explica!
Nos dicen que debemos adorar a Dios en espíritu y verdad, pero no nos dicen qué significa ni cómo hacerlo.
¿Qué es adorar en espíritu y verdad? ¿Cómo adoro a Dios en espíritu y verdad? ¿De dónde sale la idea de adorar en espíritu y verdad?
Esta idea de que adoremos a Dios en “espíritu y verdad” nace en la conversación que Jesús tuvo con una mujer de Samaria en Juan 4:6-30. Cuando la charla entre Jesús y la mujer llegó al punto de la adoración a Dios, ella le discutía o preguntaba, sobre los lugares de adoración; por qué los judíos querían que se adorase a Dios en Jerusalén, pero los samaritanos decían en el Monte Gerizim (v. 19-20).
Jesús entonces revela algo muy importante: “Pero se acerca el tiempo -de hecho, ya ha llegado- cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. El Padre busca personas que lo adoren de esa manera. Pues Dios es Espíritu, por eso todos los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. Juan 4:23-24.
Pero, ¿a qué se refería Jesús?
Jesús no cita la ley ni tampoco se va a las fiestas tradicionales, Jesús le habla del corazón, de algo más sencillo: la adoración a Dios no se debe limitar a una localización geográfica o templo, ni a liturgias, apariencias o sacrificios. Al llegar Jesús, la separación entre judío y gentil no era relevante, ni tampoco lo central del templo que era el orgullo de los judíos. La adoración ahora se basa en la gratitud de la comunión que el hombre tiene con Dios Padre, a través del sacrificio de Cristo.
Por lo cual, la adoración se convirtió en un asunto del corazón (no en acciones externas), dirigido por la verdad, no la ceremonia. ¿Qué es nuestro “espíritu”? En Deuteronomio 6:4, que Jesús repite en Mateo 22:37-38. Todos lo conocemos:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”.
Para poder adorar a Dios en espíritu y verdad necesariamente incluye amarlo con todo nuestro corazón, toda nuestra alma y toda nuestra mente.
¿Por qué? Porque nuestro espíritu incluye todo lo que somos: nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente.
Esa parte inmaterial de nosotros que cubre nuestras emociones, nuestro carácter y nuestros pensamientos. Por lo tanto, una adoración como Jesús la describió requiere una sintonía y armonización de todo y en todo para un solo propósito: agradarlo a Él con todos los aspectos de quiénes somos.
¿Qué es “en verdad”?
El hecho de que nuestra adoración también debe ser “en verdad” significa que nuestra adoración está correctamente informada. Es decir, a menos que tengamos un conocimiento sobre el Dios que adoramos (sus atributos, sus obras y sus promesas), no se puede adorar “en verdad”.
Una adoración a Dios “en verdad” es diferente a “de verdad” o “de veras.” La sinceridad de nuestra adoración no tiene que ver con Dios ni sus atributos. Cuando adoramos en verdad, nos colocamos en el centro de la realidad sobre quién es Él, el conocimiento de lo que ha hecho y la confianza de lo que ha dicho y lo que hará.
Adorando “en espíritu y verdad”
Tanto nuestro espíritu como la verdad y realidad de quién es Dios deben estar presentes para que nuestra adoración honre a Dios.
El espíritu sin la verdad conduce a una experiencia natural, emocional y eufórica. Una vez que cese la emoción (cuando se va el momento), también cesa nuestra adoración. Por otro lado, la verdad sin espíritu, nos puede llevar a cierto tipo de legalismo, sin gozo y sin pasión.
La combinación de ambos aspectos de la adoración nos lleva a una apreciación gozosa de Dios, a la luz de las Escrituras. Mientras más conocemos sobre Dios, más aspectos de su grandeza podemos adorar. Mientras más conocemos, más profunda será nuestra adoración. Mientras más profunda nuestra adoración, Dios es más glorificado.
Es la verdad, y sólo la verdad, lo que puede influir de forma apropiada sobre nuestras emociones de tal manera que honren a Dios. La verdad de Dios, siendo de infinito valor, merece infinita pasión. El hecho de que la adoración sea algo tan íntegro y abarcador de nuestro ser, no se limita (como bien dijo Jesús) a un lugar, sino que adoramos a Dios en todo tiempo y lugar. Por lo tanto, aunque nuestra expresión de adoración puede variar (puede ser más pasiva o expresiva), lo que importa es a quién adoras y que lo adores “en espíritu y verdad.”
Una última cosa. Es imposible adorar a Dios en espíritu y en verdad si no amamos, cuidamos, toleramos y ayudamos a nuestros hermanos; el más grande ayude con amor al más pequeño; el más fuerte cuide con amor al más débil. Debemos amar, cuidar y ayudar a nuestros hermanos. Nadie que tenga celos, antipatía, enojo, o siquiera desagrado con un hermano, puede adorar a Dios en espíritu y en verdad.