El Año de la Fe
Este año que comienza nos impone retos y perspectivas. Si hace un año exactamente, hubiésemos soñado el inicio de éste, jamás habríamos atinado la realidad de hoy.
Hoy, hemos escuchado, vivido y experimentado toda clase de experiencias a lo largo de los meses más recientes, que nos hacen aún cuestionar cuál es el propósito de Dios para nuestra vida como individuos y como comunidad. La incertidumbre permea en todos los ámbitos de nuestra sociedad, desde los más globales hasta los más íntimos y personales.
Pero Jesús nos llama, como ayer, hoy y siempre, a tener fe en Él. Pero no a una fe contemplativa y ociosa, sino una fe interiorizada en ese propósito divino de Dios que implica la regeneración de nuestro corazón para una vida plena. No es una creencia convenenciera, materialista y utilitaria. Es una fe actuante que nos hace poner la mano en el arado y no volver la vista atrás. No creemos en Dios porque nos es útil. Le creemos al Señor porque sabemos hacia dónde vamos. Es la certeza en nuestras acciones para cumplir el propósito al que Él nos ha llamado: el amor a Dios y a nuestro prójimo, no como una simple emoción, una dádiva caritativa o un ejercicio intelectual, sino como una actitud permanente de compromiso por el más necesitado, el oprimido y el angustiado por las injusticias que la realidad contemporánea impone.
Por eso, este año que comienza no está lleno más de desesperanza. Sin duda, habrá obstáculos, caídas y muerte, pero nos movemos con la certeza de lo que veremos al final del camino. Porque sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman, es decir, de los que Él ha llamado de acuerdo a su propósito.
La fe no es lo que creemos, sino lo que hacemos en virtud de la certeza que tenemos.
Y en el empeño de esa fe, nos va la vida de por medio. No la muerte, sino la vida misma. Cada segundo, cada minuto y cada día de nuestra vida debe estar dedicado a ese propósito. Implica esfuerzo, perseverancia y disciplina. No es para cualquiera, pero está disponible para todos.
Vivimos tiempos de desesperanza, angustia e incertidumbre. Pero también debiesen ser tiempos de profunda reflexión en qué debemos hacer: como individuos, como sociedad y como iglesia. Estamos viviendo crisis sociales, económicas, ecológicas y de salud pública. Pero estos sólo son síntomas de un gran mal que aqueja a nuestra sociedad posmoderna: la creencia popular de que somos autosuficientes.
Vivimos una era en donde “todos sabemos de todo” y creemos que nadie puede aportarnos nada. De esa manera hemos degradado nuestros cuerpos, nuestras economías y nuestrohogar llamado planeta Tierra, porque el mayor desastre de la humanidad es no reconocer que somos un desastre, que ha permeado todos los ámbitos como describe el salmista:
Tan soberbio es el impío que no busca a Dios,
ni le da lugar en sus pensamientos.
Y se dice: «Jamás voy a tropezar.
¡Jamás me alcanzará la desgracia!» (Sal. 10: 4,6).
Es hora de ponernos en las manos de Quien sí sabe lo que hace. Debemos reconocer que hemos sido vanidosos y soberbios, que hacemos muchas cosas inútiles, despilfarrando el patrimonio que Dios nos ha dado: nuestros recursos naturales, nuestros seres queridos, nuestro tiempo. Pero, también, Él nos ha dotado de muchos talentos que son un fiel reflejo de Su gloria.
En El Evangelista Mexicano, deseamos que este año sea de compromiso con el derecho y la justicia en nuestro mundo, que ponga de manifiesto el amor a Dios, nuestro Señor y a nuestro prójimo. Y si falta el amor, de nada sirven las experiencias que propicien nuestras celebraciones de año nuevo, ni cualquier otra celebración. Que sea el año del compromiso con la vida conforme a los valores del mundo nuevo según Dios.
La fe y la espiritualidad cristiana se desarrollan en compromiso con el mundo. No queremos simplemente que este año “sea mejor que el anterior”, hay que comprometernos a que nosotros seamos los cristianos de fe que exigen las circunstancias de nuestro tiempo.
Que este año 2021 sea el año de la fe. De esa fe que, con certeza en la presencia de Jesucristo en tu vida, transforme, dirija e ilumine tus acciones diarias. Que el amor pleno de Dios sea en ti.
