Evangelización que incluya, no que excluya
En las crisis se conoce el temple de los individuos y de las sociedades. Es en la adversidad cuando aflora el verdadero ser de individuos y pueblos. Cuando se demuestra de qué estamos hechos para afrontar las circunstancias históricas que vivimos. Allí es donde se demuestra el carácter de un hombre, de una mujer, de una comunidad o de un grupo.
En nuestros días, hemos oído constantes llamados a la unidad, lo que muestra que es una aspiración que ronda en diferentes ámbitos como la cultura, la educación, la política, la salud o la economía. A nivel local y a nivel global. Entre individuos, entre pueblos y aún entre naciones. Entre grupos, razas, géneros, religiones y filiaciones diversas.
Y es que pareciera que, ante la crisis y la incertidumbre, se han acendrado las divisiones. El miedo saca relucir el vacío que vivimos como sociedad. El miedo nos arrincona, nos somete y nos paraliza. ¿Miedo a qué? A todo. A lo desconocido, a lo diferente y a lo inseguro. A lo que nos saca de nuestra zona de comodidad.
Porque el miedo es tinieblas y obscuridad. El miedo es soledad, y la soledad nos desgarra y nos degrada.
Es por lo mismo que, en estos días aciagos, los cristianos debemos ser luz que combate la obscuridad. En su segundo “Yo Soy” de Jesús en su Evangelio, dice: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). La luz siempre se asocia con el conocimiento y con lo bueno. El propio apóstol Juan dice:
“En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla”.
Juan 1:4-5 NVI.
“Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo. El que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció”.
Juan 1:9-10 NVI
Pero aquella, es la primera vez que Jesús se identifica a sí mismo como la luz del mundo. Jesús es la luz del mundo, porque es la Gloria de Dios revelada. También entendemos que la luz es lo contrario a la oscuridad. Y en la Biblia, se utiliza la oscuridad para representar el estado en el que nos encontramos todos los humanos pecadores antes de venir a Cristo. Y el miedo es un síntoma del pecado en el que vivimos como sociedad.
El pasado 15 de enero se conmemoró en los Estados Unidos de América y otros países, el aniversario del natalicio del pastor bautista Martin Luther King Jr., quien fue el principal militante de la no violencia en el movimiento de derechos civiles, protestando con éxito contra la discriminación racial en ese país. Una de las figuras emblemáticas que, siguiendo la verdad del Evangelio e identificando algunos síntomas del pecado social, levantó su voz profética con algo más que sólo protestas políticas o propuestas legislativas. Suponía aquello un cambio en la forma de ver la vida en comunidad. Una vida en común, una vida en amor. El amor de Cristo reflejado en las relaciones interpersonales de personas de diferentes etnias, religiones y grupos sociales.
También, cada año, en torno al 27 de enero, la UNESCO rinde tributo a la memoria de las víctimas del Holocausto y ratifica su compromiso de luchar contra el antisemitismo, el racismo y toda otra forma de intolerancia que pueda conducir a actos violentos contra determinados grupos humanos. El 27 de enero se conmemora la liberación en 1945 por las tropas soviéticas del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau; la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó oficialmente esa fecha Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
Hace algunos años, tuve la oportunidad de visitar las instalaciones del campo de concentración de Sachsenhaussen, en Orianenburg, cerca de Berlín, Alemania. Fue la primera instalación de este tipo construida por los nazis en 1936. Los testimonios allí recogidos, donde perdieron la vida de la manera más atroz más de 30 mil personas (no sólo judíos, también disidentes políticos, extranjeros, gitanos y homosexuales), son una muestra de que, aún a más de 75 años de estos acontecimientos, todavía hay mucho por hacer para atender, no sólo los traumas remanentes, sino promover la educación sobre las causas y las consecuencias de tales actos, así como a fortalecer la resiliencia en los jóvenes, principalmente, contra las ideologías de odio.
Por otro lado, los cristianos tampoco debemos esconder los valores del Reino y los valores bíblicos. Hay que promoverlos constantemente en el espacio público comunitario, de forma evangelizadora, levantando nuestra voz profética, clamando por los valores justos y ejerciendo la crítica de las políticas que pueden crear desigualdades, olvidos y marginaciones. Más aún, deberíamos ir trabajando todos estos valores con el ejemplo. Eso sería una evangelización efectiva.
Debemos cuestionarnos seriamente, también, por qué la gente sigue dando la espalda al cristianismo. La auténtica espiritualidad cristiana siempre va a estar en relación con ser manos tendidas de ayuda a un mundo que nos necesita y que quiere ver en nosotros no solamente doctrina y rito, sino vidas transformadas que buscan la práctica de la justicia, de la misericordia y de la fe.
Hoy, querido lector, ponemos en tus manos esta edición de El Evangelista Mexicano, con el deseo de que conozcas más de Dios. Pero que ese conocimiento te lleve un encuentro con Cristo como la luz en tu vida. Pero aún más, con la expectativa de que eso marque un parteaguas invitándote a que te comprometas con tu prójimo como un acto de responsabilidad de esparcir esa luz que no ha sido hecha para esconderse, sino para mostrarse ante el mundo.
Que así sea.
