EDITORIAL

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Jesús Vino a Darnos Identidad

Hoy vivimos en un época de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad. Lo que Zigmunt Bauman nombró como la “vida líquida”, en la que nada se consolida, todo es veleidoso y no hay verdades absolutas. Ello aplica a todos los aspectos de la vida humana, desde los más altos valores comunitarios hasta las ideas más íntimas del individuo. El concepto de “líquidez” que se va entre las manos, aplica al miedo, al amor, a las relaciones personales. En términos del propio Bauman:

“La Sociedad moderna líquida es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en una rutina determinadas” (Bauman, Vida líquida).

Y eso ha tenido consecuencias en la vida de esta generación. Cada vez, pareciera que es más difícil que tengamos rutinas y hábitos de comportamiento, especialmente si estos se basan en valores aceptados universalmente desde tiempos inmemoriales. Porque ya no hay valores, sino sólo identidades temporales que van y vienen, que se desvanecen y se transforman casi a diario. Porque además, no depende de un sistema de valores sino de la percepción de uno mismo: nada es verdad ni mentira, sólo depende de la circunstancia y enfoque de cada quien. Ello también está impidiendo la consolidación de las instituciones y, en este mismo proceso, dificultando la producción de sentido, del sentido de la acción social y, en definitiva, del sentido de la comunidad. Y las comunidades de fe, como la iglesia cristiana, no está ajena a estos vaivenes.

En esta edición, querido/a lector/a de El Evangelista Mexicano, ponemos a tu alcance diversos artículos que analizan parte de esta situación. Te recomendamos el trabajo de Pablo Martínez Vila sobre las relaciones familiares en estos tiempos que  enfatizan el individualismo y que relativizan las verdades que han sido aceptadas durante mucho tiempo. Es motivante el análisis que hace sobre el comportamiento de las sociedades y, de acuerdo a esta volatilidad, se hacen más evidentes los liderazgos “oclocráticos” a nivel mundial –y en México- donde la narrativa populista es capaz de mover a una muchedumbre alienada, poco pensante y manipulable, a la que se engaña con una facilidad pasmosa. Y más aún, en aquellas masas en donde la ignorancia se convierte en caldo de cultivo de toda clase de arranques irracionales y fanáticos.

Históricamente, el metodismo ha sido promotor de la ilustración a través de centros educativos, desde la perspectiva de la luminosidad del Evangelio de Cristo, para el despertar de las consciencias a una nueva visión que regenera al individuo como fruto de un corazón nuevo que irradia y vive en el amor del Señor.  En nuestro país y como parte de la comunidad latinoamericana, la Iglesia Metodista, desde 2004, el día 9 de febrero de cada año celebra el “Día de la Educación Metodista en América Latina”, conmemorando la fundación en 1874 de la primera Escuela Metodista en nuestro subcontinente: el Instituto Mexicano Madero, inicialmente en la Ciudad de México y trasladado años después a Puebla. Siempre con la visión de combatir el fanatismo, la idolatría y la ignorancia con la luz del saber, pero sobre todo, por la verdad liberadora del Evangelio de Vida que encontramos en Cristo Jesús.

En estos tiempos de incertidumbre y ante las ideologías, nuevas o viejas, no podemos dejarnos llevar por actitudes reaccionarias sino por aquellas que demuestren compasión; no debemos imponer, sino exponer. Lo reaccionario sólo demostraría nuestra profunda ignorancia e incapacidad. Nuestro argumento es la luz: el amor de Dios y la paciencia de Cristo. Compasión y comprensión, a fin de poder comunicar el Evangelio de manera efectiva. Debemos también comprender que muchas de las personas que adoran estas nueva éticas y moralidades, están guiadas por el gran vacío que existe en la sociedad, así como una gran necesidad de afecto y de significado; las “nuevas” ideologías permean todos los ámbitos, aún el espiritual, religioso y eclesiástico. Pero también, las “antiguas” ideologías que, basadas en el oscurantismo ultramontano, promueven una cerrazón basada en la ignorancia y los fanatismos de siempre.

Ese vacío que el mundo tiene sólo es el reflejo una profunda soledad y, sin duda, suponen una búsqueda –quizás sincera- de relaciones de amor auténtico. Sin embargo, esa necesidad difícilmente será satisfecha por una ideología basada en el individualismo y el yo permanente. Nuestro compromiso, como discípulos del Maestro del Evangelio de la Vida es, como lo señalan Joel Forster y Emmanuel Buch en sus artículos de esta edición, “explicar con paciencia, pasión y convicción la historia mejor del Evangelio”. El Evangelio de la Vida perdurable.

No puede haber trabajo por la dignidad y la igualdad, sino por la visión moral que la origina basada en el mensaje de Cristo. Sigamos su ejemplo, identifiquemos y sentémonos con las personas rechazadas, oprimidas y violentadas. Establezcamos relación con ellas, pasemos tiempo con ellas, escuchemos sus heridas. En suma, amémonos unos a otros como Él nos amó primero. 

Jesús no vino a afirmar nuestras ideas y confirmar nuestras ideologías. El llamamiento de Jesús, para el hombre, para la mujer, para la personas LGTB, para los violentados, para los heridos y vilipendiados, es a descubrir nuestra verdadera identidad en Él. La liberación que ello produce, pondrá fin a la eterna indefinición. Jesús es quién nos da identidad. Nadie más.

Que el amor de Cristo sea un hábito en nuestro corazón. Esa es la tarjeta de identidad del cristiano.