Leonel Iván Jiménez
“Vanguardias Juveniles” – LMJI
Romanos 4.1-12
El apóstol Pablo, acostumbrado a sorprendernos en sus cartas, presenta en Romanos 4 al imperfecto ejemplo de la fe. Es cierto que Abraham ha sido llamado con muchos nombres, pero ninguno hace justicia a lo que fue parte de su vida, la cual estuvo marcada -como cualquiera- por momentos llenos de gloria y pasajes plenos de oscuridad. Sin embargo, a primera vista Abraham es el ejemplo de varias cosas que no se deben hacer: desde tramposas ventajas en los negocios hasta decir que tu esposa es tu hermana y luego sacar ganancia de eso. Pero el ejemplo de Pablo no destaca la vida de Abraham, pues supone que los lectores la conocemos, sino la manera en que este extraño personaje fue encontrado por Dios.
La manera en que Dios encontró a Abraham es el tema central de su historia y de lo que elabora Pablo en esa sección de la Carta a los Romanos. Abraham no ha hecho nada que pueda contarse como suficiente a su favor, ni siquiera la extraña y radical obediencia que algunas veces mostró. La balanza, si estuviera por sí sola, marcaría que Abraham ha perdido todo. Su vida de claroscuros -insisto, como cualquier vida- aparece lejana a Dios sin posibilidad de reconciliarse, salvo por un elemento. Ese elemento es el más pequeño de todos, pues no se refiere ni a su piedad, ni a sus oscuridades, ni a sus logros o su inteligencia, sino a poder creer, a su capacidad de confiar. “Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”, dice el texto.
Pero Abraham no fue el que creyó en realidad. Lo que hizo Abraham fue responder a Alguien que se le acercó en los avanzados años de su vida para explorar tierras extrañas, no sólo las que salían del mapa, sino también las que desafiarían su corazón. Dios se acercó a Abraham y por eso el creyó y confió, y por esa confianza es que es declarado justo. Nada inicia en Abraham, sino que todo inicia en el Dios que se acerca. Abraham no tiene a Dios, sino que Dios tiene a Abraham. Abraham tiene riquezas y familia, tiene sirvientes, ciertamente tiene un oído agudo que alcanza a escuchar la voz del Señor, pero él no tiene a Dios. Dios tiene a Abraham. Dios decidió mirar a Abraham y decir ¡Sí!
Podemos ver de muchas maneras a Abraham, lo mismo que a los tantos personajes bíblicos y los personajes de nuestra vida, pero cuando Dios se acerca hay un artificio que se cumple. Es cierto que Abraham se sigue equivocando luego de que Dios lo encuentra, pero algo ha cambiado. Los demás lo ven como un rico, Lot lo ve como competencia, su esposa lo ve como alguien que la ha traicionado, el faraón lo ve como un peligro, pero Dios lo ve tal como no es, como sólo puede ser desde su mirada: como una persona que es justa. La fe no es un artilugio de magia que limpia todo, sino una gran exclamación: ¡a pesar de! A pesar de las carencias, a pesar de las fallas, a pesar de los claroscuros, a pesar de las confusiones, a pesar de las traiciones, a pesar de cualquier carga que se lleve en las espaldas, a pesar de lo que hemos escuchado, a pesar de lo que dicen de nosotros, a pesar de lo que vemos en el espejo por las mañanas, a pesar de los secretos guardados, a pesar de cualquier cosa Dios nos ve de manera diferente porque nos ha encontrado para llevarnos a las extrañas tierras en donde recibimos el ¡Sí! de Dios; la afirmación de nuestra vida; el ¡Sí! que dice “¡quiero que vivas!” “¡quiero que caminemos juntos!”
Darse cuenta de lo que Dios hace, de lo que Dios dice sobre nuestra vida y lo que hace en nuestra historia, no es un escalón más en la vida espiritual, ni tampoco un incidente psicológico. No es un progreso en la escala de vida devocional, ni el fruto de nuestros esfuerzos, ni una emoción que forme parte de un buen momento. Darse cuenta de lo que Dios hace es una ruptura en el camino propio para iniciar el camino con Dios. Saber que hemos sido encontrados por Dios es saber que algo se rompe, como aquel velo del templo que se rasgó el día de la crucifixión, y que inicia algo nuevo: el camino con Dios. Nada es igual. Nada será igual, pues Alguien ha salido a nuestro encuentro y nos ha visto como lo que no somos a ojos propios y extraños, pero que en verdad somos bajo su mirada: gente justa, personas amadas, historias transformadas.
Una cosa más. La fe de Abraham le fue dada como regalo. No fue comprada, ni alcanzada por esfuerzo alguno, sino recibida. Hemos dicho que Dios tenía a Abraham. También podemos afirmar que Dios te tiene a ti y que ha dado su ¡Sí!, y que afirma tu vida. Ciertamente nuestra vida está llena de claroscuros con asuntos que son públicos o íntimos que alegran o causan pesar. Sin embargo, recibimos el mismo regalo que aquel errante arameo: el regalo de poder confiar. Puedes confiar en que Dios te afirma y que te mira de maneras en que nadie te mira, y susurra tu nombre para hacer emerger lo que todavía no eres. Puedes -podemos- confiar en que Dios se ha acercado de manera tan radical que los claroscuros son traspasados por su amor de tal manera que somos libres para que haya una ruptura en nuestro camino y podamos andar por esta tierra extraña acompañados por Dios.
REFERENCIA
Jiménez, Leonel Iván. (2021). ¡Sí! Febrero 26, 2021, de Las palabras de Iván Sitio web: https://laspalabrasdeivan.wordpress.com/2021/02/26/si/