¿Cómo predicaron Samuel, Pablo o Jesús? Es natural pensar que cuando se tiene a la predicación como oficio se da por hecho que se conoce su herencia Escritural, pero difícilmente hacemos por iniciativa propia una autocrítica al respecto. Demos ahora un breve vistazo a algunas características de los sermones del Antiguo y Nuevo Testamento.
p. J. Dávila
“La hierba se seca y las flores se marchitan, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Isaías 40:8 NTV).
Continuando con el vasto tema de la Homilética, quisiera dar un vistazo breve a algunas definiciones de esta, además de consultar las particularidades que algunos académicos han observado sobre los sermones bíblicos, distinguiendo entre los sermones del Antiguo y Nuevo Testamento. Nuevamente le agradezco esta oportunidad de compartirle mis modestos apuntes, espero puedan aportar alguna reflexión a su vida y ministerio.
Definición de homilética
La Homilética puede ser definida como “el arte de la predicación”; es la ciencia que se especializa en la preparación y comunicación del mensaje de la Palabra de Dios (Cotto, 2013); es también una herramienta que utiliza el predicador, estructurando de manera clara y ordenada, un mensaje para todo aquel que quiera oír.
“Homilética” se deriva del vocablo griego “homilein”, que significa “tener comunión o tener interacción con una persona”. Su instrumento de trabajo es el “sermón”, mediante el cual expresa de manera clara y ordenada el contenido doctrinal de su cometido.
A su vez, la palabra “sermón” se origina de una derivación de la palabra latina “serere” que proviene de la acción de “ensartar, clavar, estocar, herir, injertar”, siendo su propósito definido “herir el alma del oyente (emociones, mente, cultura y tradiciones), y moverle a una transformación de su interior” (Franco, 1975), haciendo referencia a un principio espiritual o pensamiento moral que era injertado en el corazón del oyente para crecer y dar fruto.
Homilética en la historia bíblica
Podríamos llamar entonces “Homilética bíblica” a toda herencia Escritural ya sea del Antiguo o del Nuevo Testamento, siempre y cuando implique un mensaje a una audiencia, con el propósito de dar a conocer la voluntad de Dios al género humano.
Aquí aprovecho para preguntar: ¿qué tan “Escriturales” somos realmente en nuestros sermones? Permítame expresarlo de la siguiente (y atrevida) manera: ¿qué tanto se parecen sus sermones dominicales a los de Moisés o Samuel el profeta? Es natural pensar que cuando se tiene a la predicación como oficio se da por hecho que se conoce su herencia Escritural, pero difícilmente hacemos, ocasionalmente y por iniciativa propia una autocrítica al respecto, y sin embargo es importante recordar nuestras limitantes humanas, pues no se trata del predicador, sino del mensaje. El predicador, por talentoso que sea, no debe buscar trascender, sino dar a conocer el mensaje divino, pues este permanece para siempre.
Demos ahora un breve vistazo a algunas opiniones que académicos experimentados han realizado sobre el tema, a la luz de la evidencia Bíblica.
Homilética veterotestamentaria
Los sermones del Antiguo Testamento son muy variados en cuanto a sus predicadores, contenido, circunstancias y propósitos. Si bien, encontramos sacerdotes, jueces, reyes y profetas dando discursos intencionales al pueblo, difícilmente podríamos obtener una estructura estricta de sus sermones. Sin embargo, hay algunos elementos comunes que comparten entre sí las predicaciones veterotestamentarias.
Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, la predicación se enfoca en hablar estrictamente de Dios y/o Su voluntad para con su pueblo; también se expresa mediante símbolos (alianzas y pactos) que refuerzan la enseñanza (hoy podría ser visto como recursos didácticos para el pueblo), narrativa histórica, poesía, analogías y revelación profética (escatología), entre otros (Brown, 1972), pero quizás la característica más importante era el impacto en los corazones de la audiencia. Por ejemplo, cuando la profetisa Hulda, predicó en tiempos del rey Josías (2 Reyes 22), el rey mismo, toda su corte, y toda esa generación de Israel se conmovieron buscando la santidad de Dios, y fueron salvos del juicio divino (Franco, 1975).
De la misma manera, en tiempos de los patriarcas, los jueces, los reinos, y especialmente en el tiempo de los profetas, quienes llevaban el mensaje divino al pueblo confrontaban profundamente los corazones de su audiencia, llevándoles a una sincera introspección y transformación (Palomin, 2015). Aún con el uso insistente de alegorías y simbolismos se expresaba claramente un mensaje profundo, conocido como “abstracción teológica” (MacArthur, 1996), que no se limita a brindar información, sino ofrece a la audiencia la oportunidad de entender los principios doctrinales y éticos que crecerán en la vida del individuo de manera natural ajustándose a las circunstancias. Aún hoy, por ejemplo, la expresión “hijos de Abraham” no se usa en un sentido de información genealógica, sino en conexión con un principio imperecedero de identidad.
Podría concluirse que el elemento común de los sermones del Antiguo Testamento no es su forma, o las características de su orador, sino el resultado que producía el mensaje en la audiencia.
Homilética neotestamentaria
La predicación en el Nuevo Testamento naturalmente tiene herencia veterotestamentaria, y por ende, comparte cualidades muy tangibles con esta, como los recursos poéticos, símbolos, revelación profética y escatológica, y nuevamente la respuesta al mensaje. Basta analizar cualquier sermón del apóstol Pablo para encontrar una gran colección de referencias Escriturales, artísticas y culturales en él, y, sobre todo, valiosas exhortaciones doctrinales en toda su literatura que motiva al creyente a crecer en conocimiento y fruto. Esta última característica se cumple estrictamente en todos los sermones bíblicos.
Entonces, ¿qué diferencias podría haber entre los sermones del Antiguo y Nuevo Testamento? Resulta que, de acuerdo con algunos académicos, hay particularidades muy especiales que los distinguen. Por ejemplo, Olivar menciona que mientras el Antiguo Testamento hablaba de promesas y esperanzas que aún no se habían experimentado, el Nuevo Testamento predica de lo que todos ya habían sido testigos, habiendo visto y oído (Olivar, 1991).
A.W. Blackwood (1979) dice que el predicador por excelencia es Jesucristo, así que el modelo de predicación del Nuevo Testamento es muy paradójico, ya que sólo se encuentran dos tipos de predicadores: Jesucristo mismo (quien hablaba de su propia persona) y sus seguidores (que predicaban sobre Cristo). Así que podríamos identificar este “molde” particular en el sermón Neotestamentario.
Otra característica de la homilética del Nuevo Testamento puede ser el uso de elementos cotidianos de la audiencia. Es común ver a Jesucristo hablando en parábolas, usando ilustraciones con las que estaban profundamente relacionados (Brown, 1972), por ejemplo, oficios, alimentos, cultura, etc. Si bien, esta característica también es propia del Antiguo Testamento, en los mensajes neotestamentarios no se necesita ejercer un oficio para tener los elementos a la mano (alfarero, herrero, etc.), ni se usan tantos símbolos altamente dramáticos (el valle de los huesos secos, por ejemplo), sino objetos más cotidianos como semillas, lámparas y alimentos habitualmente encontrados en todas las mesas de su época. La intención evidente es evitar que de alguna manera se vea afectado el alcance del mensaje, pues, aunque no todos son herreros, o no todos entran en el éxtasis de una visión, todos podían tener un trozo de pan en sus manos.
En conclusión, personalmente creo que la Homilética Bíblica nos muestra una sensibilidad a la necesidad de la gente. Aunque es profunda y divina, siempre está al alcance del destinatario. Es hermosa y mística, pero no ostentosa como para discriminar a quien tiene hambre de Dios, sino se revela apropiadamente a las distintas generaciones. Cuando se hace apropiadamente nos recuerda que el predicador, por talentoso que sea, no es el importante, sino el mensaje del que es responsable, pues sacia el hambre de aquellos necesitados del abrigo divino.
En pocos años de ministerio, ya he predicado cientos de veces en distintas congregaciones, y no dejo de pensar, ¿qué tan sensibles han sido mis sermones a las necesidades de quien me escucha? Semana tras semana, ¿qué produce en la grey nuestro sermón dominical? Y de forma ligeramente más pretenciosa debo preguntarme, ¿qué tanto se parecen mis sermones a los de los profetas del Antiguo y Nuevo Testamento? Al final del servicio, ¿cuántos se sintieron desafiados o consolados por la palabra que fue dada? Al fin y al cabo, fuimos llamados por el mismo Dios, al mismo ministerio de esos admirables siervos: predicar la Palabra de Dios.
Que Dios nos dé sabiduría para guiar a su Pueblo.
Por favor, siéntase libre de enriquecer mis notas con sus comentarios, estoy seguro de que podemos crecer juntos.
Su hermano y consiervo,
p. J. Dávila.
BIBLIOGRAFÍA
- BLACKWOOD, A. W. (1979). La Preparación de Sermones Bíblicos. New Jersey, Estados Unidos: Casa Bautista de Publicaciones.
- Brown, R. E. (1972). Comentario Bíblico San Jerónimo. Madrid, España: Ediciones Cristiandad.
- Cotto, I. (2013). Fiesta en la Casa de Dios: Reflexiones Pastorales en torno a la Liturgia Cristiana. Editorial Nueva Comunidad
- Franco, J. S. (1975). Introducción a la Predicación Bíblica. Medellín: Seminario Biblico Unido de Colombia.
- MacArthur, J. (1996). El Redescubrimiento de la Predicación Expositiva. Nashville, USA: Caribe.
- Palomin, S. R. (2015). Selah. Obtenido de Brevísima Historia de la Homilética y la Predicación: http://www.webselah.com/brevisima-historia-de-la-homiletica-y-la-predicacion
P.J. Dávila, Licenciado en Teología por el Seminario Metodista Juan Wesley en el año 2012, y ordenado como Presbítero en el 2017. Con 12 años de experiencia en el ministerio pastoral en congregaciones de la Conferencia Anual Oriental. Actualmente soy pastor en la frontera Norte de México, sirviendo en la Iglesia Metodista Monte Carmelo, en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Esposo y padre, llamado a pastorear a la grey del Señor.