EDITORIAL

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Ser uno en Cristo Jesús

El vínculo perfecto entre Dios y el ser humano, y entre los propios seres humanos, es el amor. Pero al amor de Dios a través de Jesucristo, supone una visión diferente que sobrepasa al contexto cultural particular, las condiciones políticas o económicas o el sentido común, por más racional que ello parezca. El apóstol Pablo plantea la necesidad de ser sensibles al Espíritu de Dios, pero eso sólo será posible a través de la mente y sentir de Cristo (1 Co. 2:16, Fil. 2:5). Es lo que identifica a los cristianos con el Señor.

Ser uno en Cristo Jesús es tener la mente de Cristo. Pero eso es algo que no se puede medir en términos de inteligencia, sagacidad o ancianidad ¿Qué significa tener la mente de Cristo? Para ello, debemos explorar algunas de sus actitudes:

Su actitud de confianza en Dios. Justo en la hora de la crisis o de prueba, es cuando probamos nuestra real confianza en Dios. Jesús se resistió a las tentaciones, anteponiendo aún las necesidades básicas de su humanidad como el alimento físico o la necesidad de aceptación y poder. Pero también, su deseo de que sea la voluntad soberana del Padre la que se cumpla aún en detrimento de nuestros propios temores e inseguridades. Tener la mente de Cristo significa tener la misma confianza en Dios que Jesús tuvo.

Ser uno en Cristo Jesús significa tener su actitud de perdón. No en la actititud soberana de perdonar pecados, que es sólo prerrogativa de Él, pero sí en perdonar a quienes nos ofenden. Nunca viendo que nadie pague mal por mal, sino venciendo con el bien el mal.

Tener la mente del Señor implica contar con su actitud de servicio. Escuchemos su afirmación de que su misión en este mundo no era para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate de muchos. Por ello, el desprecio al trabajo, especialmente al trabajo manual, es contrario al ennoblecimiento que hace Dios del trabajo.

Pero además, la mente de Cristo y ser uno en Él, implica replicar su actitud hacia grupos vulnerables de la sociedad. Un buen ejemplo es su actiud ante la mujer samaritana quien tenía características que la marcaban ante los ojos de la sociedad de su tiempo: era samaritana –aquellos que había “traicionado” las tradiciones del reino de Israel aliándose con los extranjeros-, era moralmente cuestionable por sus múltiples relaciones sentimentales y… era mujer.

El Día Internacional de la Mujer, anteriormente denominado Día Internacional de la Mujer Trabajadora, conmemora cada 8 de marzo la lucha de las mujeres por su participación en la sociedad y su desarrollo íntegro como persona, en pie de igualdad con el hombre. Según la ONU, en términos globales, en todo el mundo las mujeres están por debajo de los varones en todos los indicadores de desarrollo sostenible y de desarrollo humano. En nuestro México, los índices de desigualdad superan las medias globales, haciendo de ello un reto nacional y poniendo el punto en la agenda social de nuestros días. Desde hace muchos años, pero visibilizado en nuestros días por el reclamo de muchos grupos que luchan por los derechos humanos de las mujeres. Cada uno de esos colectivos, con sus propio enfoques, visiones, perspectivas, métodos de protesta y agendas de trabajo. Cada uno, de acuerdo a sus propios intereses sociales, económicos, y aún políticos.

El fundamento del Evangelio, desde el punto de vista de la santidad wesleyana, radica en la relación que tenemos en lo más íntimo con nuestro Señor, reflejada en la relación de amor al prójimo. Para el metodismo, este es uno de los fundamentos de nuestra fe. En palabras del propio Rev. John Wesley, ello es lo que caracteriza al movimiento metodista:

“Y mientras siempre ejercita su amor a Dios de esta manera, orando sin cesar, regocijándose en todo momento, y dando gracias por todo, este mandamiento está grabado en su corazón: «El que ama a Dios ame también a su hermano». Y por a su prójimo como a sí mismo, y a cada persona como a su propia alma. Su corazón está lleno de amor hacia la humanidad, hacia cada criatura del Padre de los espíritus de toda carne” (El carácter de un metodista, John Wesley). 

Por lo anterior, es especialmente notable el llamado que hizo el Colegio de Obispos de la Iglesia Metodista de México en días pasados, a ser muy sensibles al usar el apotegma metodista de “pensar y dejar pensar”. Que consideremos que esa actitud, debe ser usada en su más amplia acepción recordando que, “en lo que no ataque los fundamentos del cristianismo, los metodistas pensamos y dejamos pensar”. Por tanto, los fundamentos del cristianismo están en cuestiones realmente trascendentes y no sólo en las costumbres, la cultura, el gobierno, la historia o la sexualidad humana. Los fundamentos del cristianismo radican en la relación con Dios y la relación con nuestro/a prójimo/a.

Actualmente, aún desde ciertos sectores del propio cristianismo institucional hay, sin embargo, una fuerte inequidad en el trato a la mujer. Y eso es fundamental para el cristianismo porque daña nuestras relaciones como hermanos/as. Y menoscaba la relación con Dios, cuyo plan para la humanidad fue concebida “desde el principio”, como un plan redentor, liberador y restaurador de la relación con el Creador. Y en este plan, la Iglesia debe tener un rol proactivo y propositivo, donde la obra redentora de Cristo se hace efectiva rompiendo cualquier tipo de barrera segregacionista.

La agenda de la iglesia no debe ser sólo reactiva, porque eso conlleva el riesgo de caer en lo simplemente reaccionario. Históricamente, cuando la iglesia se pone del lado de la reacción, suele asociarse al lado opresor ya que carece de argumento.

Con motivo del Día Internacional de la Mujer en este 2021, el Consejo Latinomericano de Iglesias (organismo en el que participa la IMMAR desde su fundación en 1982, siendo una de las iglesias promotoras en su conformación desde 1978) declaró algunos puntos que pueden ser una interesante propuesta de agenda de trabajo:

  1. La integración de la perspectiva de género en toda actividad y documento que así lo amerite.
  2. La elaboración de protocolos con miras a transformar los escenarios eclesiales en lugares seguros y de protección de los derechos humanos de las mujeres.
  3. La difusión de un mensaje de equidad de forma clara y congruente tanto en sermones, liturgias, currículos, cultos tradicionales y cualquier otro medio de difusión moderno, al alcance de la iglesia.
  4. La integración a la iglesia de programas de prevención de la violencia de género. 
  5. La promoción y respaldo a iniciativas de autogestión de las mujeres.

Por ello, también convienen recordar algunos párrafos del Pronunciamiento de la Iglesia Metodista de México frente a la violencia de género, realizada por el propio Colegio de Obispos en febrero de 2020:

“Asumimos nuestra responsabilidad en la tarea de predicar la vida plena que encontramos en el Evangelio. Entendemos que la vida está amenazada por el pecado, el cual suele ser tan sutil que puede llegar a infiltrar la predicación cristiana. Afirmamos que el Evangelio de Jesucristo afirma la dignidad de la mujer, se opone a la violencia en todas sus formas y exige la transformación integral del ser humano. Pedimos perdón si es que no hemos mostrado esto con la radicalidad y claridad suficiente. Nunca seremos cómplices de la violencia, ya sea física o simbólica. Rechazamos toda práctica machista y nos comprometemos a denunciar todo abuso y violación que tenga lugar entre nuestras filas.

Desde nuestras vocaciones nos sumamos al rechazo a la violencia y ofrecemos un espacio de libertad, equidad y justicia a todas las niñas, adolescentes y mujeres que se acerquen a nuestras comunidades de fe.

Nos comprometemos a ser una iglesia que camina con los/las oprimidos/as de nuestro mundo. Nos comprometemos a denunciar a las estructuras, tanto dentro como fuera de la iglesia, que insisten en mantener un sistema de beneficios de unos sobre otros”.

El amor al prójimo es una gran oportunidad para alcanzar la meta del cristiano de iniciarse en la entera santificación. Para guiarnos y guiar al otro a una relación íntima con Jesucristo, para  ser partícipes de la justicia restaurativa del Reino. No de la justicia punitiva que busca dar a cada quien “su merecido”, sino la que trae paz y armonía al corazón. No la que busca venganza y destrucción, violencia y castigo, ojo por ojo; sino la que restaura y reconcilia. La que verdaderamente construye y deconstruye lo que merece ser construido a partir del conocimiento. 

En El Evangelista Mexicano suscribimos estos compromisos y nos unimos, como voz de la Iglesia Metodista de México, a través de los medios escritos. En esta edición, estimado/a lector/a, te compartimos algunas reflexiones sobre lo que el Espíritu habla a través de pastores y pastoras a nuestro pueblo. Que sea Él quien te hable para que tengamos el fruto que Dios exige de nosotros en nuetros tiempos. Que seamos uno en Cristo Jesús, para que el mundo crea. Para que México crea.

“De ahí que, teniendo la mente de Cristo, camina como Cristo también caminó. Por estas marcas, por estos frutos de una fe viva, trabajamos para distinguirnos de un mundo incrédulo y de todos aquéllos cuyas mentes y vidas no coinciden con el evangelio de Cristo” (John Wesley, El carácter de un metodista).