En todo tiempo ¡Dios es nuestro Dios!

En todo tiempo ¡Dios es nuestro Dios!

Sermón pronunciado en el culto memorial realizado en la CAM, a un año de haber iniciado la pandemia de Covid-19

Obispo Moisés Morales Granados

“Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; El nos guiará aun más allá de la muerte”.

Salmo 48.14

20 de marzo de 2021

Conferencia Anual de México, como su obispo les saludo y les acerco un abrazo fraterno.

Si nos preguntamos qué ha guiado los últimos doce meses la respuesta sería difícil de lograr. Sin duda la incertidumbre, el miedo, la enfermedad y la muerte han sido un hilo conductor de este tiempo, pero también lo han sido los problemas económicos, el conflicto político, las tensiones y las polarizaciones. Este ha sido el año que nunca imaginamos, que nunca esperamos; el año que ha dejado escombros y pérdidas; el año en que el miedo ha tocado a nuestra puerta. Y, además, es el año en que no todos hemos llegado hasta este día, pues tanta gente ha sido llamada a la eternidad sin que lo sospecháramos antes. Por esta razón, porque las despedidas no han sido posibles y las pérdidas han sido muchas, es que estamos conectados una vez más a la distancia, pero sabiendo que estamos en un mismo corazón y que el mismo Espíritu nos congrega en Cristo. 

En muchos lugares del país, pero especialmente en la Ciudad de México, estas semanas han estado marcadas por un pequeño milagro que se repite cada año. Luego del breve invierno y de tener las calles llenas de hojas quebradizas, las calles comienzan a tomar un rostro diferente marcado por el de las jacarandas, ¿quién no conoce las jacarandas?. En los camellones y los parques, ya sean en conjunto, una tras otra, o alguna solitaria en una esquina, las jacarandas marcan que un nuevo tiempo llegó. Cuando florean las jacarandas quiere decir que el frío se ha ido y que el calor comenzará. No hay mejor reloj que las jacarandas: todo pronóstico parece vano frente al color de sus flores que marcan una nueva estación. En ocasiones pienso que todo el año, con cualquier suceso que pueda tener, está marcado por el ritmo de las jacarandas que provocan la resurrección de una ciudad entera. Es un tiempo diferente al calendario, medido por sus flores que surgen, que caen creando alfombras, y que vuelven a aparecer. 

Cuando inició la pandemia las jacarandas ya habían florecido. Al igual que el ciclo de una jacaranda, este año nos ha despojado de flores, de hojas, de vida, de proyectos, de personas amadas, de celebraciones y despedidas. Hemos atravesado el verano con sus complicaciones y el invierno con sus adioses. Ha pasado el tiempo de las ramas secas y de las calles llenas de hojas quebradizas. Sin embargo, las jacarandas han vuelto a dar sus flores y las calles se han pintado de otro color. Hay flores de muchos colores, árboles que comienzan a dar su fruto y aves ausentes que están regresando a nuestros pueblos y ciudades. Es cierto que la pandemia aún no termina, pero el pueblo cristiano vive de pequeñas señales que otorgan grandes verdades, y una señal cotidiana son las jacarandas, la flores, los árboles frutales y el verdor del pasto. Esas señales, puestas por el Creador, nos anuncian la resurrección: la vida que surge luego de los inviernos de la existencia.

Cuando la vida se torna difícil nos queda vivir de pequeñas señales, a veces tan ocultas que pasan desapercibidas por su tamaño o por lo cotidianas que son. Esas señales son pequeñas semillas de Dios esparcidas en el corazón de las personas y en cada rincón del mundo. Semillas que se expresan en un mensaje al celular, un abrazo, un saludo, una medicina que llegó de pronto, un trámite imposible que se pudo realizar, una sonrisa, un niño jugando, un pájaro cantando cerca de la ventana o las flores. Cuando la vida es difícil el caos lo amenaza todo y las grandes verdades que nos sostienen parecen enflaquecer porque no coinciden con lo que vivimos. No obstante, el Dios que siempre nos acompaña nos dota de señales puestas frente a nuestra mirada para que recordemos dos grandes verdades: la primera, que nunca estamos solos; la segunda, que la vida siempre ha de vencer, pues somos familia del Viviente. 

Hoy leeremos los nombres de quienes no han podido ver las jacarandas de este año. Son decenas de nombres, muchos más de los que pude haber imaginado. Sin embargo, cada nombre está gozando de aquella presencia que le ha llevado al árbol de la vida, cuya hoja es de salud para todas las naciones. Mientras vemos las jacarandas de este año, cada hermano y hermana que ha partido está ya en plena salud dando gloria al Cordero que venció. Mientras las ciudades se pintan de colores, cada persona que fue llamada por su Señor ahora está viendo florecer la vida que se nos ha prometido.

Dice el salmista: “Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; Él nos guiará aun más allá de la muerte.” En el tiempo de florecer, Dios es nuestro Dios; en tiempo de muerte, Dios es nuestro Dios; en el invierno, Dios es nuestro Dios; en primavera, Dios es nuestro Dios; en tiempos adversos, Dios es nuestro Dios; en tiempos de despedida, Dios es nuestro Dios; y Dios será nuestro Dios cuando llegué el tiempo de la resurrección. Así como todo el año parece ser guiado por las jacarandas que florean, así Dios nos guía desde el principio y aún más allá de la muerte. No hay otro Dios: el que nos guía es nuestra esperanza.

Mientras tanto, tenemos las jacarandas que nos recuerdan que la resurrección será una realidad para todas y todos. Tenemos el color de las jacarandas que nos señala aquello que ha sido prometido: que la vida ha de surgir. Porque el Dios que hace resurgir a las jacarandas cada año también es el que ha abrazado a quienes partieron, y es el que nos susurra al corazón el mensaje de esperanza: “¡Vive, no estás solo! ¡Vive, no estás sola!”

¡Gloria por siempre a Cristo!  Amén.