EDITORIAL

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¿Para qué somos Cristianos?

Vivimos en permanente encono y división. En todos los ámbitos: desde el más íntimo y personal, hasta en lo comunitario y social. Desde lo más cotidiano, hasta las más altas esferas políticas nacionales e internacionales. Y todo ello, producto del pecado que subyace en la humanidad, una naturaleza que nos impulsa a no hacer el bien, aunque queramos. Porque “el querer el bien está en nosotros, pero no el hacerlo”.

Desde graves conflictos internacionales, como el que se vive –desde hace siglos- en Medio Oriente, en donde palestinos e israelíes libran una inmisericorde lucha de facciones invocando derechos divinos en uno y otro sentido, usando todo cúmulo de armas bélicas y políticas, destruyendo al oponente en todos los sentidos. Hasta la realidad que se vive en naciones donde el racismo es un tema de seguridad nacional, donde se promueve la superioridad de las etnias por razones “hasta científicas”. Llegando a realidades nacionales como la mexicana, en donde existe una polarización social aún promovida desde las altas esferas del poder público, con discursos clasistas en donde se crítica los “aspiracionismos” de “querer tener más”, o se desprecia al pobre “porque es flojo”. En un ambiente crispado por las recientes elecciones en nuestro país, en donde la renovación del poder público se ha convertido en un concurso de popularidad a través de campañas mediáticas que no proponen nada, pero que entretienen y, sobre todo, denostan y señalan el error ajeno. Lo que está mal en el de enfrente, demuestra que yo soy “menos peor”. Y así, los dirigentes políticos nacionales, se convierten en verdaderos bufones de la cotidianeidad que entretienen al público, pero que no entienden que la aspiración de una comunidad está más allá de las facciones, los partidos, los egos o los intereses personales.

¿Quién nos librará de esta inmisericorde realidad? El pensar en nosotros mismos, antes que en el otro, nos lleva a estas realidades. Pero no se trata de que “otros” hagan lo que “yo” debo de hacer. Debemos comenzar por nosotros y, en la acción, con quienes nos rodean.

La Iglesia de Cristo tiene, por tanto, el imperativo de trabajar por la curación de naciones y pueblos divididos. Hablar y hacer, para sanar las vidas y corazones heridos. Curar cicatrices. Preocuparse por el bienestar de las personas, no pensando en el color, la clase social, la preferencia política, el género o los antecedentes culturales. Nuestro querido México sigue conservando una herencia muy profunda en sus raíces clasistas que le dio origen como nación. Allí tenemos un reto muy profundo que considerar.

Pero, ¿cómo tratar al pecador? Hagamos uso de la enseñanza de Cristo. En el episodio en el que a Jesús le presentan a la mujer adúltera, ella era culpable, no había duda de ello. La ley en Levítico 20:10 condenaba tanto a hombre como a mujer que cometieren adulterio. Pero, en aquel caso, el que no presentaron al hombre evidencia que los “fiscales” no estaban interesados en hacer cumplir la ley. Tenían otro motivo. En realidad, no tenían interés en apedrear a esta mujer, lo que querían era atrapar a Jesús. Quien hace énfasis en las fallas del otro, quiere atraparnos en un callejón sin salida. Tenemos que reaccionar como nuestro Maestro.

Podemos tener el derecho de ser jueces de otros, con tal que cumplamos un requisito, y este requisito es estar exento de pecado. Jesús no rechazó ni juzgó, fue misericordioso. Sin embargo, eso también incluyó una actitud extraordinaria para con la mujer: le exigió un cambio radical en su vida, le mandó no pecar. No se lo sugirió ni la trató de convencer, se lo ordenó.

Son muchos los que creen que se pierden porque han cometido cierto pecado. Una persona comete estos pecados porque está perdida. Jesucristo perdona los pecados, todos los pecados. Él es el Salvador.

Por otro lado, Jesús también es firme ante quienes abusan del poder. Jesús nunca los protege. En esta edición, la Dra. Jennifer Leath nos convoca a la reflexión profética sobre la ética de Jesús que, si bien se centra en el conflicto palestino-israelí en su fase contemporánea, aplica también para todos los ámbitos en todas las naciones de todos los tiempos. Nunca veremos a Jesús protegiendo a los que pisan a los otros para beneficiarse a sí mismos. Tampoco, lo veremos tratando de asaltar el poder político: “Jesús  siempre  encontraba a los que tenían menos que él y los fortalecía en mente, cuerpo y espíritu. Jesús no estaba mirando hacia arriba para escalar. Jesús estaba mirando hacia abajo para levantar”.

Y Jesús siempre pondrá la vida para defender a los más débiles.

Hace algunos años, el Rev. Donald English, quien fuera presidente del Concilio Mundial Metodista en 1986, nos compartía:

“Todo nuestro trabajo cristiano puede tener una dimesión misionera, todo lo que hacemos como cristianos conlleva la pregunta de por qué lo hacemos. En todas nuestra actividades de trabajo social, ¿pretendemos que la gente conozca, ame y sirva a Cristo?

Podríamos aplicar la pregunta a la tarea de la evangelización. Cada parte de la evangelización, por mínima que sea, tendrá una dimensión social. No podemos invitar a la gente a ser discípulos de Cristo sin que se de un cambio social en su vida. Pero, ¿hay intención social en nuestra evangelización? ¿Es verdad que nos interesan las circunstancias que disfrutan o soportan aquellos a quienes predican el evangelio? Nuestra respuesta honesta a estas preguntas mostrarán con cuanta eficiencia o ineficiencia mantenemos juntas las dos grandes áreas de la actividad evangelizadora, la acción compasiva y la predicación del evangelio”.

El problema del racismo, el clasismo, la discriminación y la falta de generosidad, es el pecado que vive en nosotros. Y por tanto, es un tema de esclavitud, que requiere liberación. Una liberación mental, pero sobre todo, una liberación espiritual. Las opresiones, los clasismos y racismos, son producto de esta esclavitud.

¿Quién nos librará? Jesús nos hace, nuevamente, un llamado a la verdadera libertad. El es el Camino, la Vida y la Verdad. Si le conocemos, conocemos la Verdad que nos hace libres al fin.