Iglesia joven, salvación comunitaria
El 12 de agosto ha sido designado por la Organización de las Naciones Unidas como el Día Internacional de la Juventud, para fomentar los ideales de paz, respeto mutuo y comprensión entre los pueblos, especialmente entre la juventud de las naciones. Desde 1999 se celebra ese día promoviendo la participación, el desarrollo y la paz, enfatizando la capacidad innovadora de la juventud para la salud de los seres humanos y el planeta. Este año de 2021, se ha orientado hacia la participación juvenil en la transformación de los sistemas alimentarios del mundo, entendiendo que es uno de los temas más sensibles que dictarán las políticas mundiales de los próximos lustros.
El Concilio Mundial Metodista, desde 2019, ha integrado en sus planes de trabajo de Evangelismo Mundial, seis grandes líneas estratégicas de trabajo en su visión de extender el Reino de Dios en la Tierra. Una de ellas, es alcanzar a las nuevas generaciones: la atención especial a la niñez y a la juventud dentro de las comunidades de fe del Pueblo llamado Metodista. La Iglesia Metodista de México no ha sido la excepción como partícipe de ese llamado, por lo que está comprometida a esta atención en un acto de amor pero, también, como una responsabilidad dentro del plan salvífico de Dios para la humanidad, tan necesitada hoy de Su amor.
Sin embargo, debemos reflexionar en lo personal y en lo comunitario, si estamos cumpliendo con este compromiso, con la pertinencia, diligencia y nivel de excelencia que nos demanda la realidad de nuestros días.
Por un lado, escuchamos que «la soberbia de la juventud actual» no le permite acatar las enseñanzas de de las generaciones pasadas, o que sobrevaloran su formación académica sobre su formación religiosa espiritual. Y por otro lado, la «iglesia adulta» menosprecia la experiencia de las generaciones más jóvenes, en otro contexto y otras condiciones a las que ellos vivieron. Pero tampoco se dan cuenta que ya han sido rebasados: en experiencia, en conocimiento y en formación. Es muy común escuchar opiniones sobre la poca capacitación, entrenamiento y formación académica de nuestros ministros eclesiásticos: clérigos y laicos. Cada vez es más común encontrar mejor preparación y formación académicas en las Ligas de Jóvenes, que entre las filas del ministerio eclesial. El mundo no es el que era antes, dicen estos. El mundo ya cambió, dicen aquellos.
Eterno dilema, eternas discusiones, eternas diferencias. Como ayer, como mañana; como siempre. Pero el amor de Cristo no une siempre. Porque Él es el mismo, hoy, mañana y por los siglos.
Debemos, por tanto, cuestionarnos, ¿Para qué somos iglesia? En nuestra generación –de la que seas, querido hermano-, nuestro Dios y Creador nos está hablando fuerte y claro. Es común escuchar en nuestros pasillos que la iglesia debe llevar el “mensaje de salvación”. Eso es sólo uno de los medios, pero no es un fin en sí mismo. El fin es la edificación del Reino de Dios. El centro de nuestra labor es Dios, no nosotros. Por ello hablar de salvación personal y salvación comunitaria es colocarnos ante una falsa disyuntiva, como nos lo hace ver Ignacio Simal en su artículo de esta edición. No hay experiencia integral de salvación sin comunidad, la fe cristiana necesita de una convivencia de la fe. Es decir, es necesaria una comunidad para vivir una vida plena. Y allí entramos todos, por eso debemos integrarnos todos: la naturaleza de la iglesia es la naturaleza de la salvación de Dios.
Por tanto, ante la actitud rebelde del joven no debemos caer en fórmulas simplistas como “no se acatan a la Palabra de Dios”, “si no les gusta que se vayan”, “la juventud de hoy está perdida”. Eso no muestra la mínima empatía. Esos son falsos moralismos.
En esta edición te ofrecemos, estimado lector, varias reflexiones sobre el papel de la iglesia para la juventud, el papel de la juventud en la iglesia, y la oportunidad que nos brindan las condiciones contemporáneas de nuestra sociedad para hacer de nuestras iglesias verdaderas colonias del Reino, en las que participen niños, jóvenes, mujeres y hombres. Todos juntos, con el único objetivo de mostrar la identidad de los discípulos del Señor, en unidad, para que el mundo crea.
La Iglesia es la oportunidad para todos, para los jóvenes y los no tanto, para ser parte de la edificación del Reino.
“Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento; antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia”.
Eclesiastés 12:1-2
