EDITORIAL

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Micromachismos, microfeminismos y macroviolencia

El 25 de noviembre ha sido declarado por las Naciones Unidas como el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Es motivo de diversas manifestaciones de rechazo contra prácticas que, en muchos casos, representan hábitos que son parte de la “cultura machista” que vivimos. Pero esas manifestaciones no sólo se refieren a las marchas multitudinarias que vemos en las calles de las principales ciudades, que van desde contingentes gritando consignas y mostrando pancartas, hasta grupos –no tan numerosos como los anteriores- que, aprovechando el anonimato en la multitud y embozados, pintan y destruyen parte de la infraestructura urbana; también nos referimos a todas esas manifestaciones públicas de alguna persona como muestra de adhesión portando un moño, pañoleta o prenda de vestir de algún color en particular: morado, naranja o el que corresponda al día en particular, aún desatando tendencias comerciales o hasta la generación de modas en la vestimenta para la ocasión. O a esos eventos que se organizan con motivo de este tema: mesas redondas, foros de discusión, seminarios, conversatorios, etc.

En este 2021, la propia ONU ha informado que 1 de cada 3 mujeres ha sufrido abusos a lo largo de su vida. Lo interesante de este informe, es que en tiempos de crisis las cifras aumentan, como se vio durante la pandemia de COVID-19 y las recientes crisis humanitarias, conflictos y desastres climáticos. Un nuevo informe de ONU Mujeres, basado en datos de 13 países desde la pandemia, recoge que 2 de cada 3 mujeres padecieron alguna forma de violencia o conocían a alguna mujer que la sufría. A su vez, se llegó a la conclusión que estas mujeres tienen más probabilidades de enfrentarse a situaciones de pobreza y escasez de alimentos.

Pareciera, entonces, que el problema no es un asunto exclusivamente cultural o de “roles de género”. Y mucho menos, es un asunto de “estructuras patriarcales”. En general, podemos decir que la violencia de género no es otra cosa que una subcultura del pecado. El pecado social de no reconocernos en el otro, de no soportarnos ni amarnos los unos a los otros, de carecer de la capacidad de pensar en las necesidades los unos de los otros. Y allí es donde la Iglesia tiene su labor.

Es necesario realizar un constante ejercicio en el cual sea posible repensarnos con el fin de identificar desde qué representaciones, ideas y conceptos percibimos la realidad que nos circunda y preguntarnos si es posible realizar lecturas alternativas por fuera del imaginario colectivo existente en la sociedad.

Por eso, es indispensable repensarnos como una Iglesia en situación, inserta en un contexto en constante transformación y haciendo hincapié en su potencial de cambio, para transformar nuestro entendimiento sobre eso que ahora en esos hábitos conocidos como “micromachismos”, que en el propio concepto son reducidos a un género o a una estructura de opresión “patriarcal”. Pero el asunto es mucho más profundo.

Los estereotipos, los prejuicios y actos de discriminación en los que muchas veces caemos, aun sin darnos cuenta de ello, no son producto de una lucha de poderes ni de una lucha de géneros. Son un producto de la irresponsabilidad que hemos tenido por no cuidarnos ni amarnos los unos a los otros. El problema de la violencia contra la mujer, no es un problema de hombres contra mujeres. Es un problema de seres humanos que no cuidan a seres humanos. Y aquí debemos ser muy sensibles y cuidadosos, principalmente en un tiempo de múltiples cambios en relación con el paradigma de la sexualidad, que provoca rupturas, modificaciones y cuestiona las estructuras de poder vigentes y que sostienen múltiples comportamientos sexuales que obturan y reproducen estereotipos y estigmatizaciones.

Es justamente John Wesley quien reflexionó sobre la capacidad del ser humano de tomar sus propias decisiones, en un mundo religioso de su época que heredaba la cultura religiosa autoritaria y legalista del catolicismo romano y del anglicanismo, pasando al otro extremo del calvinismo determinista que, si bien enfatizaba la gracia de Dios como acto de misericordia para la salvación de las almas, dejaba de lado la propia capacidad de la mente humana para plantearse cuál debe ser su papel en la transformación de la realidad que le toca vivir.

En el tiempo de Wesley, la Iglesia de Inglaterra no se conectaba con la vida real de la gente común. Irónicamente, el ministerio de Jesús fue todo lo contrario. Cuando Jesús hablaba, la gente común lo oía. Wesley deseaba cerrar la brecha entre la fe real y la gente real.

En esta edición, estimado lector, te ofrecemos diversas reflexiones en este sentido. No buscamos caer en una postura contestataria a la situación actual que vivimos en nuestro México con un simple “no a la violencia contra la mujer”, sino ir más allá. Queremos hacer un llamado a la responsabilidad, desde la ética cristiana pero con el énfasis de la libertad en Cristo, para que transformemos nuestros corazones y eso nos lleva a cambiar nuestras actitudes, educandonos, reeducándonos y educando a las siguientes generaciones en el amor de Cristo que transforma y que da esperanza, que libera y brinda vida plena, que alimenta y engrandece el espíritu del ser humano.

Sigamos reflexionando sobre el tema, para construir una ruta a seguir como iglesia que comience con una capacitación seria a ministros para pastoral hacia las comunidades vulneradas y segregadas en nuestro México, ya que cuando hay actitudes amables, la iglesia puede florecer. La Iglesia Metodista de México debe centrarse en facilitar la relación con Dios de las personas, no alejarlas. En cualquier tema, como en éste, podemos tener posturas, pero sobre todo debemos tener compasión. Debemos educar a nuestras congregaciones, y para ello se requiere un programa educativo al respecto. 

No limitemos la gracia ni el poder de Dios a un simple catálogo de pecados o de leyes qué cumplir, ya que no estamos llamados a señalar las diferencias ni abonar a la segregación o a la polarización. Debemos ser la mano tendida de Dios. Sólo ello contribuirá a la disminución de la violencia espiritual que vivimos.