El Metodismo ante la Revolución Mexicana (parte 2)

El Metodismo ante la Revolución Mexicana (parte 2)

El posicionamiento adoptado por la denominación ante la Revolución fue un reflejo de su limitada capacidad para flexibilizar sus estructuras eclesiales. Ello no sólo le impidió convertirse en un actor revolucionario, después de la Revolución tampoco pudo mantener sus espacios en el campo religioso.

Ramiro Jaimes Martínez

El Abogado Cristiano, las elecciones de 1910 y la revuelta maderista

El AC mencionó las campañas presidenciales y las elecciones de 1910 hasta el 30 de junio de dicho año. El escritor de la sección llamada «A través de la semana», Epigmenio Velasco, era uno de los principales pastores mexicanos de la IME. Lejos de comentar las arbitrariedades del gobierno contra el partido antirreeleccionista y su candidato, consideraba las elecciones como un paso hacia la «verdadera democracia». Esta declaración inicial contrasta con la siguiente confesión:

Desde luego, debemos repetir que nosotros no nos ocupamos de política, pues es un poco ingrata la tarea de «hacer política», especialmente para nosotros que no aspiramos á puestos y granjerias entre los servidores de la nación. Nuestra esfera de acción es muy distinta, y por eso nos mantenemos enteramente ágenos [sic] á la política. Sin embargo, en lo particular tenemos nuestras convicciones, nuestros ideales políticos; tenemos formada nuestra opinión acerca de nuestros gobernantes, conocemos sus defectos y sus virtudes, y también quisiéramos ver tales y cuales cualidades en nuestros mandatarios, pero estas opiniones que tenemos no nos llevan hasta entrar activamente en los distintos grupos militantes; nos conformamos con ver el movimiento desde lejos, porque, repetimos, nuestro campo de actividad es muy distinto.

Podría decirse que era el argumento que en adelante las denominaciones metodistas esgrimieron para explicar su inacción política: los ámbitos separados entre el poder del Estado y la religión, a pesar de que el adversario principal en el campo religioso no respetara dicha regla. Siguiendo este postulado, Velasco no comentó las particularidades de reeleccionistas y antirreeleccionistas, sólo recalcaba la satisfacción de ver tantos jóvenes obreros ejerciendo su deber ciudadano. Sin embargo, reconoce que la contienda no ha sido tan limpia como deseaba:

Es posible que haya habido fraudes en algunas mesas, pero los antirreeleccionistas desplegaron mucha actividad enviando comisionados, y otros que aunque no lo fueron, obraron motu propio para denunciar cualquier irregularidad que se cometiera; debido á esto, sin duda, las irregularidades pueden haberse reducido al mínimo.

Califica como «descuidos» el que algunos votantes, como él mismo, no recibieran boleta para escribir su voto. Concluye esperanzado que a pesar de las irregularidades la democracia plena arribaría a México en el futuro:

Todas estas irregularidades y olvidos se pasarán, y pronto esperamos ver el día cuando nuestro pueblo solícito, inteligente, ordenado y juicioso, vaya á depositar su voto en las urnas electorales para llamar á los puestos públicos á aquellos que representan su ideal de orden, de prosperidad y de justicia; nuestro pueblo está educándose más y más, y vendrán mejores días en el ejercicio del sufragio.

El 14 de julio el cuadro de esperanza de Velasco se desdibujó un poco por las denuncias antirreeleccionistas y las protestas populares. Aunque reafirmó su postura que ellos preferían ver los toros desde la barrera, concedió cierta razón a los antirreeleccionistas, afirmando que la efervescencia se explicaba por la intensa participación ciudadana:

Se explica, por lo tanto, que menudeen tanto las protestas de cuantos han visto de alguna manera ultrajados sus derechos y pisoteada la Constitución. Mientras tanto nosotros, ajenos á todo movimiento político, á la distancia observamos los acontecimientos, anhelando que llegue pronto el día cuando en el azulado cielo de la Patria resplandezca el sol de la verdadera democracia.

Esto fue lo último que se escribió en el semanario acerca del conflicto poselectoral. No hubo referencias al encarcelamiento de Madero ni al Plan de San Luis y solamente se rompió el silencio sobre el asunto hasta noviembre, por el tiroteo entre el líder de los maderistas en Puebla, Aquiles Serdán, y las fuerzas del gobierno. Pero antes de tocar ese tema es conveniente detenerse brevemente sobre la postura del ac sobre la violencia, particularmente como medio de presión política, pues explicaría parte de esta actitud condescendiente hacia el gobierno.

En julio el escritor de la sección de «Notas y comentarios» expresaba su opinión sobre la violencia como forma para solucionar la injusticia de las autoridades. El artículo comentaba la ejecución de tres cabecillas de un alzamiento en Valladolid, Yucatán, una población maya. El levantamiento se debió a los continuos abusos del jefe político, al cual mataron.

Es de lamentarse que desoyendo los dictados de la razón y la prudencia, los levantados hayan tomado tan cruel venganza contra el jefe político á quien asesinaron, así como á algunas otras autoridades; aunque sea cierto, todos dicen, que el jefe político se había hecho odiar por sus arbitrariedades é injusticias. Nunca da buen resultado remediar un mal causando otros males.

En el párrafo anterior el escritor utiliza el razonamiento de Cristo en el Sermón de la Montaña: No pagar el mal con el mal, aunque en este caso, el primer ofensor fue un funcionario público. Sin embargo, al igual que en las irregularidades electorales, la restitución del agravio no debe realizarse por vía violenta. Si existieron diferencias respecto de la participación política entre los pastores mexicanos que colaboraban y dirigían el AC y los misioneros estadounidenses, éstas no se reflejaron en el semanario, por lo menos durante 1910.

Además del caso anterior, en «Notas y comentarios» y «A través de la semana» se comentó a lo largo del año noticias sobre levantamientos y revoluciones en Honduras, en Cuba, en China y en Portugal. Iban desde motines de negros hasta revoluciones liberales antimonárquicas. En todos los casos, excepto el último, la repulsa hacia la violencia era patente, similar a la observada en las denuncias de agresiones perpetradas por «fanáticos» católicos contra evangélicos, en las pocas notas rojas, y la militancia metodista contra las corridas de toros, la pelea de gallos y el boxeo.

Pero a finales de noviembre iniciaron las hostilidades entre las fuerzas del gobierno y los maderistas, las cuales fueron subestimadas por el régimen y la prensa nacional. Epigmenio Velasco escribió:

Barruntos de revolución han corrido durante la semana. A tiempo descubrió el gobierno un complot preparado por los antirreeleccionistas, que, de no haber sido así, á estas hora la república estuviera envuelta por el humo de la pólvora y extremeciéndose [sic] en medio del fragor de los combates.

El escritor nada decía sobre las razones maderistas, pero no ocultaba su asombro ante la magnitud de los preparativos revolucionarios, sus pertrechos y organización. Pero sobre todo resaltaba la determinación de los alzados, palpable en el episodio sangriento ocurrido en Puebla en la casa de Aquiles Serdán:

Ese acontecimiento ha conmovido á todo el país y le ha permitido darse cuenta más exacta de lo avanzado de los preparativos de los revolucionarios. Desde luego se supuso que en otros lugares pudiera suceder algo semejante á lo de Puebla, y no fue sin fundamento tal suposición, pues las fuerzas federales han tenido que emprender la persecución de los revolucionarios en el estado de Tlaxcala, han tenido que hacer frente a los obreros amotinados en la fábrica de Río Blanco, cerca de Orizaba, y el gobierno se ha visto en la necesidad de tomar medidas precautorias en los estados para evitar nuevos motines.

En cuanto a las fuerzas del orden se destacaba su eficiencia por lo cual daba como un hecho que el complot había fracasado y que todo volvería a la normalidad. Solamente se esperaba el «golpe de gracia», la captura de Madero en Estados Unidos. Por lo tanto, el punto de vista de los escritores del AC era similar al de los misioneros, como John W. Butler. En general puede decirse que el metodismo estadounidense sentía un gran respeto por Díaz. Por ejemplo, en junio la Convención Mundial de Escuelas Dominicales en Washington, a la que había asistido Butler, envió un mensaje especial al presidente de México.

Para la siguiente semana el AC no publicó sobre la revolución maderista. En «Notas y comentarios» se discutían las noticias usuales, cartas de otras misiones metodistas latinoamericanas, acontecimientos curiosos (como la aprehensión de un sujeto que afirmaba haber inventado el juego de polo), la muerte de celebridades mundiales (en ese mes ocurrió el deceso de León Tolstoi), el avance de la democracia en otras regiones del globo (la instauración del parlamento en el imperio chino) o los viajes del ex presidente estadounidense Theodore Roosevelt. Otras notas recurrentes, como las de carácter anticatólico o los debates con los bautistas, brillaron por su ausencia.

Pero a pesar del anunciado deceso del pronunciamiento maderista, el 8 de diciembre se comentó la toma de posesión del general Díaz por otro periodo presidencial. Aunque se dejó constancia de los méritos y el buen estado de salud del presidente, el escritor de las «Notas» retomó las propuestas de Madero sobre el cambio pacífico del poder antes de las elecciones (aparecidos en su éxito editorial La sucesión presidencial de 1910): puesto que era muy probable que Díaz muriera durante la presidencia, el cargo verdaderamente importante era la vicepresidencia, de tal forma que ésta podría concederse a Madero. Por lo tanto, el AC, después de la protesta usual (ellos no «hacían política») secundaba la sugerencia del diario porfirista La Patria: en vista de la impopularidad de Corral proponía que el vicepresidente electo renunciara voluntariamente «por la paz y el bien del país» ganándose «un lauro de gloria, y llamarse ‘el salvador de la patria’, si hace el sacrificio de renunciar ahora y dar fin a la efervescencia popular que se ha manifestado en las intentonas de revolución». Finalmente elevaba sus oraciones para conjurar el fantasma de la violencia.

Por su parte Epigmenio Velasco, quien seguramente daba más crédito a la información oficial o era más optimista, se mostró menos cauteloso y veía una pacificación casi completa. Los maderistas, sin un jefe visible, no pudieron sino «ofrecer asonadas locales en distintos puntos del país, especialmente en la frontera del norte, asonadas que á nada han conducido como no sea á alarmar al vecindario y dar un poco de quehacer a las fuerzas federales. Madero anda de huido por los Estados Unidos del Norte y la causa maderista parece haber fracasado de un modo completo». No dejó pasar la oportunidad de criticar las exageraciones «amarillistas» de la prensa europea, que informaba de una revolución en plenitud.

Pero a pesar de sus deseos de pacificación, Velasco eligió las elecciones y la revolución maderista como dos de los sucesos nacionales más relevantes del año que concluía. En esta nota reconocía que el movimiento era más serio de lo que suponía, y que no se trataba de simples revoltosos, puesto que se encontraban bien armados y organizados en la región montañosa de Chihuahua. Aunque todavía tenía reservas sobre lo que los sublevados podían conseguir, deslizó la primera concesión de justicia hacia la causa revolucionaria: «No abrigamos mucha fe en lo que puedan conseguir los sublevados de Chihuahua, pero bien puede verse en todo esto un síntoma claro de algún cambio que habrá de realizarse tarde ó temprano en la condición política del país».

Para 1911 la información oficial ya no pudo soslayar la gravedad de la situación y el escritor de las «Notas» declaró la poca credibilidad que le merecían los anuncios de la prensa respecto de la completa aniquilación de la revolución. Mientras salieran tropas hacia Chihuahua y se notificaran enfrentamientos con partidas rebeldes de todos los tamaños era difícil seguir creyéndolo. Por lo tanto, anunció su decisión de ubicarse en el término medio entre la prensa oficial que «publica noticias que todos sabemos son nada más la milésima parte de la verdad» y la «prensa alarmista» que exageraba cuanto rumor alcance a percibir. Sólo esperaba el cese de la violencia y se pronunciaba por la renuncia de Corral para lograrlo.

Para finales de marzo los sucesos anunciaron que el movimiento maderista estaba cada vez más lejos de la extinción. El escritor de «Notas» comentó la presencia de tropas estadounidenses en la frontera y la suspensión de garantías individuales por seis meses. Sin embargo, esperaba que la ley marcial rindiera frutos y muchos revolucionarios depusieran las armas pues la revuelta «ya ha causado muchos males al país». Por su parte, Epigmenio Velasco manifestaba que la situación en Chihuahua seguía igual, pero además había grupos rebeldes en los estados de Morelos y Guerrero.

En abril las noticias sobre los movimientos militares fueron más frecuentes. Las notas comentaron que las tropas federales se concentraban en las ciudades de Chihuahua, Casas Grandes y Ciudad Juárez, mientras que los alzamientos en Morelos, Guerrero y Puebla cobraban fuerza. No obstante, en abril el escritor decidió tomar una posición más favorable hacia los revolucionarios, y francamente entusiasta respecto de la politización ciudadana, otorgando al movimiento cierta justificación:

No cabe duda, hay una reacción tremenda en el país: empiezan a llamarse las cosas por su nombre; se concede ya que estamos en estado de revolución y se concede que la revolución defiende principios y quiere reformas. Las reformas se han concedido ya en parte, y otras se han prometido. La revolución ha alcanzado, pues, una gran victoria moral, ya que en los campos de batalla no ha podido alcanzarla.

Podría pensarse que este cambio estaría motivado por las afinidades entre el proyecto social del metodismo y el liberalismo moderado de Madero; sin embargo, no afloró hasta que fue evidente que Madero estaba al frente de algo más que un simple levantamiento. Por su parte, Velasco todavía mantuvo una posición totalmente contraria a la violencia y observaba con pesimismo que la lucha se volvía más cruenta en el norte, especialmente en Agua Prieta. En ese lugar los combates provocaron daños en la población americana de Douglas. Además de los desastres de la guerra civil, observó, es posible que el asunto desembocara en una guerra internacional. Al parecer todavía albergaba alguna esperanza en una victoria del gobierno, debido al aumento en el salario de los soldados y el reclutamiento de mayor número de voluntarios. Aunque se hablaba mucho sobre acuerdos de paz, consideraba que las exigencias de Madero eran imposibles de conceder (nuevas elecciones para presidente y vicepresidente) mientras el gobierno se agenciaba mayores recursos para la lucha.

Sin embargo, una semana después, Velasco mostró coincidencias con el redactor de las notas, pues se refirió al intenso clima político y a la demanda de noticias sobre el desarrollo del conflicto. Al parecer comenzaba a ver la posibilidad de una derrota porfirista, pero también consideró factible que la amenaza de intervención estadounidense fuera el suceso que provocara el milagro de unir otra vez a los mexicanos por defender la integridad territorial. Es curioso que un pastor de su importancia, y por lo tanto, supuestamente más cercano a los misioneros extranjeros, planteara esta posibilidad, que de concretarse dejaría a los metodistas estadounidenses (de los que tanto dependían por sus recursos materiales y humanos) en una posición definitivamente incómoda. Posiblemente el acendrado patriotismo que fomentaban en sus escuelas pudiera ser la explicación de semejante actitud. Por otra parte, Velasco celebró como un triunfo de la democracia, gracias al espíritu revolucionario, el que los diputados llamaran al secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra, a rendir un informe sobre la situación, y que la iniciativa de no reelección fuera aprobada. Igual actitud mostró ante el anuncio de que Madero estaba dispuesto a entablar pláticas para firmar un armisticio.

El 11 de mayo se publicó en el AC el manifiesto del presidente Díaz a la nación, fechado el día 7, en el que informaba sobre el armisticio con los revolucionarios y las negociaciones, que fracasaron, pero que dejaba abierta la posibilidad de renunciar. Ese mismo mes los maderistas capturaron Ciudad Juárez y el gobierno negoció la rendición. El 23 de mayo el ac notificó el triunfo de la Revolución. El escritor de las notas se congratuló grandemente por el fin de las hostilidades y el aumento en la demanda de los diarios, que vendieron varias ediciones en un día.

Por su parte, Epigmenio Velasco no daba crédito, pero no ocultó su contento por el fin de las hostilidades. Comparó la revolución maderista con una bola de nieve, y se identificó con su bandera democrática, bajo el grito de «Sufragio efectivo, no reelección». Reconoció que en sus inicios nadie tomaba en serio el levantamiento, pero evidentemente el respaldo popular lo había hecho triunfar: «El movimiento insurrecto, triunfante hoy, habrá de recogerlo la historia con cuidado esperando al sociólogo que descubriendo en él un rico filón de verdades preciosas, las extraiga en la forma de valiosas enseñanzas para normar la futura vida de la patria».

Por su parte, en junio, el escritor de las notas se mostró mucho más satisfecho. Anunciaba con entusiasmo la noticia y adelantaba por primera vez en el Acia necesidad de esta revolución ante un régimen tan estricto:

Es cosa hecha; ¡la revolución ha triunfado en toda la línea! La revolución ha derrocado un gobierno y plantado otro, ya es un hecho consumado. Seis meses de lucha durante los cuales se dio rienda suelta á anhelos políticos contenidos durante treinta años bajo la férrea mano del g[ene] ral Díaz, han modificado por completo la política mexicana. ¡Quién lo hubiera creído hace apenas unos cuantos meses! La nación entera se ha agrupado en torno del caudillo civil que osó encararse con el caudillo militar que, fuerte y abrumador, había dominado por espacio de treinta años. La victoria del uno sobre el otro es ya un hecho; parciales e imparciales tienen que rendirse á la evidencia, no queda otro camino.

La satisfacción y optimismo estribaba no sólo en que un civil fuera el vencedor, sino a diferencia de las revoluciones del pasado, este era un levantamiento nacional, que alcanzaba sus peticiones reformistas y «que se establece dentro de la ley por un gobierno de transición». Era tan significativo que exclamó, adjudicándose la gesta como un triunfo de la patria: «¡Nuestra revolución no es del tipo de las centroamericanas!» las cuales tanto habían comentado, y criticado, por espacio de un año.

Aunque concedía que el ejército estaba en obligación de defender al gobierno, era imposible que triunfara, pues «la nación toda estaba con los rebeldes, y al fin, una señalada victoria militar, la de C. Juárez, realizó el triunfo final de la opinión pública y no quedaba otra puerta que la renuncia del g[ene]ral Díaz […] y el viejo gobernante lo hizo, vencido por el peso abrumador de la opinión nacional». Compadecía al caudillo derrotado, pero la patria era más importante.

Para el escritor de las notas, la Revolución había triunfado en el terreno militar, pero la opinión pública también había jugado un papel. Por lo tanto, una vez alcanzada la paz junto con las reformas políticas, impulsadas por un «espíritu revolucionario» que había provocado la participación de todos, la gran vencedora había sido la Patria. Por su parte Velasco reforzó esta posición al limitarse a narrar los sucesos alrededor de la renuncia de Díaz, su reticencia, la manifestación popular, la represión de la policía y el ejército y finalmente el texto de dimisión del presidente. Sin embargo, su actitud cambió para el 8 de junio, narrando con entusiasmo la entrada de Madero a la ciudad de México.

Los primeros meses de la presidencia de Madero levantó grandes expectativas entre los evangélicos en general. Esperaban que el nuevo régimen hiciera efectivas las leyes de tolerancia religiosa y libertad de conciencia, lo cual favorecería su labor de propagación del Evangelio. Después de todo, era un presidente civil con banderas eminentemente liberales y democráticas, que compartía la visión metodista sobre la educación y los valores morales, y que además no era católico, sino espiritista. Es decir, miembro activo de una de esas asociaciones liberales con las que se habían identificado los metodistas, y como ellos, formaban parte de las minorías religiosas.

Sin la censura porfirista, este hubiera sido el momento ideal para quitarse las caretas y recordar a Madero a los metodistas que participaron en su campaña electoral y militar, o la importancia de las redes metodistas a su disposición. Sin embargo, nada de eso salió a relucir en los semanarios metodistas durante 1911 y 1912.

A pesar de las expectativas metodistas en Madero, su administración no fue capaz de traer el orden ni el progreso. Tampoco pudo evitar ser blanco de múltiples ataques por la prensa y los ex porfiristas, como el general Bernardo Reyes y Félix Díaz. Finalmente, durante el régimen huertista el AC no varió su postura neutral. Hizo votos por el regreso de la paz y se refugió en su labor religiosa y educativa hasta donde se lo permitieron los difíciles tiempos revolucionarios entre 1913 y 1917.

Consideraciones finales

Oramos porque los peligros y amenazas que actualmente ciernen sobre los cielos de la nación se alejen más y más; rogamos á Dios que no permita que la revolución nos desgarre las entrañas, porque tras de la revolución vemos otras amenazas más terribles para la patria. Paz y armonía, es lo que pedimos, y por ella trabajaremos desde nuestro rinconcito, alejados de las luchas y las intrigas de la política.

En el interior de la IME surgieron tendencias encontradas respecto de las elecciones y la revolución maderista de 1910. Por un lado, algunos pastores y laicos se unieron al movimiento antirreeleccionista, y posteriormente a las revoluciones de 1910 y 1913, mientras que, por el otro, los misioneros estadounidenses y el órgano oficial, el ac, guardaron silencio, otorgando un apoyo tácito al gobierno, cualquiera que fuese. Hacía mucho tiempo (1889) que los escritores del AC habían dejado de comentar los informes presidenciales del régimen porfirista. Seguramente porque éste era una garantía de orden y progreso, como muchos pensaban en México, pero también porque era una ordenanza de la Disciplina. Es evidente que al alegar neutralidad bajo la bandera de las ordenanzas paulinas, en realidad fomentaban la sumisión al gobierno, sin importar su legitimidad. Esta posición de sometimiento se mantuvo constante bajo los mandatos de León de la Barra, Madero (no obstante haber despertado un gran entusiasmo en la población evangélica yen la IMES) y Victoriano Huerta.

Sin embargo, los semanarios metodistas continuaron con su respeto a ultranza de las tesis paulinas, aunque algunos elementos fuertemente politizados de su «pastorado bajo», integrado casi exclusivamente por mexicanos, se involucraran en las protestas contra el régimen porfirista y en la revolución de Madero. De hecho, en el AC no se escribió favorablemente sobre la revolución hasta que fue evidente que no era una simple revuelta, sino un movimiento capaz de poner en jaque al estadista indispensable, lo cual eliminaba uno de los motivos por los cuales se habían guardado las críticas desde 1889: sin paz y orden no había razón para justificar la dictadura. Sin embargo, el AC no modificó mucho su posición. El régimen maderista fue saludado con la esperanza de que un gobierno civil consolidara los logros económicos e hiciera efectiva las Leyes de Reforma.

Según Báez-Camargo, que fue uno de los jóvenes metodistas que militaron en el constitucionalismo, la IME mantuvo una posición de neutralidad y abstención completa de toda actividad política, replegada en su labor religiosa y social, mientras muchos laicos y pastores se enrolaron en los ejércitos revolucionarios. Es decir, que dichos metodistas lo hicieron principalmente a título personal, y no siguiendo una directriz denominacional.

Es posible que las opiniones vertidas por los pastores-articulistas en el AC, el órgano oficial de la IME (es decir, no era cualquier publicación metodista), buscaran exclusivamente evitar la censura del régimen. Es igualmente posible que todos los metodistas enlistados en las facciones revolucionarias estuvieran siguiendo directrices de sus pastores. Sin embargo, ninguna de las dos posibilidades se ha apoyado convincentemente en testimonios escritos u orales. No obstante, algunos investigadores trataron de vincular el discurso de la disidencia religiosa como disidencia revolucionaria al gran relato de la Revolución mexicana elaborado por el Estado posrevolucionario. Pero al igual que éste, puede ser que aquél sea una construcción posterior.

Por lo tanto, a través del estudio del órgano oficial de la IME, puede decirse que la participación de los metodistas en el movimiento armado no fue motivada por directrices de las autoridades denominacionales, lo cual contradice la tesis del metodismo como una denominación militante contra Porfirio Díaz. Pero también tiene otras dos implicaciones que abonan a lo anterior. En primer lugar, que el control de los especialistas religiosos (misioneros principalmente pero también pastores mexicanos) sobre ciertos sectores de pastores y laicos tenía límites, y éstos eran muy similares a los del resto de la sociedad. Los motivos de los metodistas para enrolarse en el Partido Antirreeleccionista y posteriormente en la revolución maderista no eran muy distintos a los que impulsaban sus correligionarios no metodistas en las diferentes facciones revolucionarias. Asimismo los factores que posibilitaron tal decisión eran muy similares: educación, posición social, ocupación y la expectativa de un beneficio. Si el metodismo había formado hombres proclives a la participación política y revolucionaria, esto no se vio reflejado en los semanarios, y al parecer tampoco ocurrió como resultado de un mandato de la dirigencia denominational.

En segundo término, la imposibilidad de la denominación metodista por flexibilizar sus doctrinas y directrices. En este caso, las que regulaba su actitud hacia el gobierno civil. Podría considerarse que su posición marginal en la sociedad y en el campo religioso las obligaba a respetar el orden civil. Mientras la iglesia católica podía hacer caso omiso de ella y criticar abiertamente a los gobernantes que consideraba poco gratos, como fue el caso de Madero, los evangélicos no podían arriesgarse a tomar ese tipo de libertades. Hacer lo anterior hubiera significado poner en entredicho su labor religiosa y educativa, sus objetivos más importantes, y sobre todo transgredir las Leyes de Reforma, su bandera y cobijo de nacimiento.

Sin embargo, sin descartar esa posibilidad, es evidente que la denominación no tenía mecanismos internos para realizar ese tipo de adaptaciones. Desde su organización y forma de gobierno, y pasando por sus doctrinas, formas de alabanza hasta sus estrategias proselitistas, todo seguía un modelo institucionalizado. Lo anterior se puede aplicar al considerar la posición de apoyo que la cúpula metodista adoptó en relación con el gobierno porfirista. Aunque había argumentos para mantener una actitud crítica ante Díaz, por hacer caso omiso de las Leyes de Reforma, los líderes metodistas, misioneros y pastores mexicanos, por lo regular callaron respecto de este punto aduciendo neutralidad.

Sin embargo, mientras la denominación tomaba posturas de sometimiento al gobierno, muchos de sus laicos hicieron lo contrario. En la práctica esto mostraba la dificultad de la jerarquía denominacional por incorporar las inquietudes de algunos de sus miembros, pastores y oficiales, quienes finalmente decidieron por la acción revolucionaria.

En cierta forma ambos puntos podrían achacarse al éxito del proyecto metodista de reforma social a escala individual. Es decir, puesto que se buscaba fomentar el voluntarismo laico, con base en valores democráticos e individualistas, luchar en grupos revolucionarios que se abanderaban con estos ideales no parecía tan contradictorio. Por ello, los que decidieron participar en el movimiento armado, y por lo tanto desobedecer a la Disciplina, lo hicieron a pesar del respeto mostrado por las autoridades de la denominación hacia los gobiernos constituidos.

Esto puede interpretarse como la expresión de los límites del control denominacional sobre los laicos en un sentido general. Dicho control puede considerarse, específicamente en su expresión organizacional y doctrinal, como uno de los factores que muestran una dualidad central en las primeras denominaciones evangélicas en México: ser «protestantes» en un país acendradamente católico. Por un lado su adopción y naturalización por parte de las denominaciones mexicanas es evidencia de que por muy extraña que pareciera a un supuesto ethos religioso mexicano, formado principalmente en el catolicismo, no implicaba un obstáculo insalvable para ciertos sectores laicos.

Finalmente, la revolución de 1910 y las subsecuentes, hasta 1920 (año considerado como el último de los conflictos armados), trastornaron los esquemas con los que funcionaba la IME y la IMES, tanto políticos como eclesiales. Mientras los acontecimientos y cambios políticos, sociales y económicos se sucedían con rapidez, el metodismo se refugió en su supuesta neutralidad política. Por lo tanto optaron por esperar, mientras se dedicaban a sus iglesias, las escuelas y los hospitales, refugiándose en la legalidad, el respeto al gobierno y a la separación entre la religión y lo público. Pero no pudieron mantener la dinámica anterior a la Revolución.

Durante la década de 1920, el funcionamiento institucional de la IME y la IMES no experimentó mejoras, incluso hay consenso dentro del metodismo que sufrió rudos golpes con la Constitución de 1917 y principalmente con el Plan de Cincinnati, implementado en 1919. La nueva Constitución les impidió mantener sus escuelas y hospitales, y dicho plan les hizo perder muchas iglesias y seminarios a favor de otras denominaciones. Por otra parte, el conflicto armado había desarticulado las redes y estructuras eclesiales metodistas (sus conferencias, distritos y circuitos de predicación), especialmente en el norte, debido a la intensa movilidad poblacional.

Durante las décadas de 1920 a 1950, la denominación pudo adaptarse al México posrevolucionario, continuaron abriéndose nuevas misiones e iglesias, se fusionaron la IME y la IMES, se logró la autonomía y se formó la Iglesia Metodista Mexicana. No obstante, la situación no mejoró a pesar de los periodos de hostigamiento revolucionario hacia la iglesia católica entre 1914 y 1934, particularmente del conflicto entre Calles y la jerarquía católica que desembocó en la guerra Cristera (1926-1929). Los evangélicos tuvieron la esperanza de que dicha coyuntura les resultara favorable, similar a la de 1872. Sin embargo, la situación era distinta. El metodismo mexicano autónomo no podía generar suficientes recursos materiales y humanos, posiblemente por la confluencia de dos factores: seguía atendiendo a sectores económicamente débiles y, sin su red de instituciones educativas, veía más difícil captar a una población con mayor movilidad. En este sentido, puede suponerse que las denominaciones pentecostales resultaron para el metodismo más una competencia desagradable que una señal del progreso evangélico.


REFERENCIA

Jaimes-Martínez, Ramiro . (2012). El metodismo ante la Revolución: El Abogado Cristiano y el levantamiento maderista. Estudios de historia moderna y contemporánea de México, No. 43, ene-jul 2012, 0.