Alan Sánchez Cruz
Diciembre de 2021
Charles Dickens fue un escritor británico nacido un 7 de febrero de 1812 en Landport, Portsmouth, Inglaterra, cuyo genio literario se dio a conocer a lo largo del siglo XIX. Admirado por grandes escritores de la talla de Lev Tolstói, George Orwell o G. K. Chesterton, creó novelas, cuentos y personajes que al día de hoy continúan siendo leídos y representados principalmente en el teatro y en el cine. Debido a que tuvo una infancia y juventud visitadas por la desgracia, sus obras tenían una marcada crítica social; criticaba la pobreza y la estratificación de la sociedad victoriana. A causa del poderío económico del Reino Unido en aquella época, existían marcados contrastes en dicha sociedad: la riqueza era exaltada como el resultado del trabajo, esfuerzo e inteligencia, mientras que la pobreza era vista como el fruto de la incapacidad o la pereza. En sus obras, igual defendía y humanizaba a prostitutas, y desvelaba los interminables, ineficientes y corruptos litigios de la corte de la Cancillería en La casa desolada y La pequeña Dorrit.
En Oliver Twist, novela de 1839, refiere los maltratos de los que fue testigo durante su infancia -la novela tiene tintes autobiográficos- y exhibe la situación vergonzosa de las instituciones de beneficencia, cuyos alcances no eran suficientes para ayudar a niñas y niños, principalmente, que sufrían orfandad y miseria.
Pero más allá de una lección moral, lo que buscaba Dickens era hacer una alegoría de la bondad: ésta podía encontrarse más fácilmente entre asaltantes que entre quienes se ufanaban de «ayudar» a los desamparados. Para él, la bondad sobrevive a cualquier circunstancia, y ésa es la constante de su relato más célebre: Canción de Navidad (1843)[1].
Canción de Navidad (Christmas Carol), una de sus obras más famosas, cuenta la historia de Ebenezer Scrooge, un hombre avaro entrado en años, que recibe la visita del fantasma de Jacob Marley, su antiguo socio comercial. Éste le advierte, a su vez, sobre la postrer visita de los fantasmas de la Navidad pasada, presente y futura. Cada aparición le lleva a distintos estadios de su vida; en el pasado, Scrooge contempla a familiares y amigos de quienes se ha distanciado por circunstancias diversas. Desde una época temprana de su existencia, se ve a sí mismo como un niño retraído, triste. Compadecido al mirarse mancebo y, con lágrimas en los ojos, lamentó no obsequiarle unas monedas a un niño que apenas la noche pasada cantaba villancicos en su puerta. Sus sentimientos contrastan al mirar a personas y amistades antiguas. El fantasma sonrió.
El segundo fantasma le mostró deliciosos manjares y los goces que un centenar de familias disfruta cada Navidad. Paseando por las calles, la gente se saludaba con alegría y visitaba las tiendas de comestibles y los hornos de pan, alistándose para su cena tradicional. Nuevamente, el contraste se hizo presente cuando el espíritu llevó a Scrooge al quicio de la puerta de la casa de Bob Cratchit, empleado en su oficina de prestamista a quien Scrooge le tenía prohibido faltar y, en caso de hacerlo, le descontaba el día. No importaba si era la noche de Navidad. Gran sorpresa se llevó este último, cuando miró a la familia Cratchit compartir aquella noche con alegría, a pesar de las carencias. Se conmovió aún más cuando vio al pequeño Tim, cargado en hombros por Bob, su padre. El niño debía utilizar una muleta, pues sus piernas estaban sujetas por un aparato de hierro; se le ve con una salud tan frágil que el viejo teme vaya a morir.
El tercer fantasma no hablaba con Scrooge y, en cada lugar, le mostraba lo miserable que había sido su vida. En una callejuela, donde dos personas conversaban en torno a un recién fallecido, el uno le decía al otro, “el viejo demonio al final ha tenido lo suyo, ¿no?”. No imaginaba que hablaban de él hasta que el espíritu le llevó a su propia casa y más tarde al cementerio. Scrooge, al percatarse de su realidad, exclamó:
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