Un recorrido desde los inicios hasta la configuración del textus receptus
Jesús Caos Huerta Rodríguez
Introducción
El Nuevo Testamento (NT), redactado originalmente en griego, es la obra literaria con mayor difusión en toda la cultura occidental. Sin lugar a duda, este conjunto de escritos procedentes del cristianismo primitivo es el texto más importante de la Antigüedad griega, pues por mucho ha sido la obra más editada, traducida y comentada, no sólo del mundo griego sino en la historia de la literatura en general (Piñero, 2005: 121). Pero la trascendencia del NT no se acota únicamente a la labor que genera alrededor de sí mismo; además de esta prolífica actividad de la cual es objeto, hay que añadir que es el texto de la Antigüedad clásica mejor documentado de los disponibles hasta el presente. No existe ningún otro escrito antiguo, cuyo autógrafo haya desaparecido, con una cantidad de “testigos escriturales” tan vasta y con tantos matices como los escritos neotestamentarios. A pesar de estas características específicas del NT, con referencia a los demás documentos de la Antigüedad, el camino que ha recorrido en su proceso de transmisión es paralelo, en muchos aspectos, al camino histórico que los otros textos griegos del Mundo Clásico siguieron.
I. Etapa oral: Formas preliterarias
El texto del NT tuvo una etapa oral en su proceso de transmisión previo a su fijación por escrito. Esta historia en un sentido es similar a las obras de la cultura griega; todas las producciones literarias de la Grecia antigua, antes de ser puestas por escrito en papiro, circularon oralmente. De igual manera, previo a la elaboración escrita de los textos neotestamentarios, hubo diversas tradiciones orales que circularon hacia el interior del cristianismo primitivo con fines catequéticos. La fase oral del texto del NT dio lugar a una serie de formas preliterarias como fórmulas de fe, homologías, fórmulas kerygmáticas, textos litúrgicos, cantos y parénesis (Vielhauer, 2003: 28-70). A partir de estas formas y tradiciones iniciales se fueron desarrollando los textos canónicos del cristianismo primitivo. Dicho de otro modo, “esta tradición se acuñó en formas fijas en la trasmisión oral de piezas particulares, fue asumida en gran parte en la literatura cristiana primitiva y se nos ha conservado así” (Vielhauer, 2003: 25). Sin embargo, la etapa oral de los textos del NT fue demasiado breve en comparación con los otros escritos griegos de la Antigüedad clásica, ya Pablo de Tarso para el año 50 d.C. escribirá el primer documento cristiano del cual se tiene certeza, la Primera Epístola a los Tesalonicenses. Desde esta fecha comenzarán a circular, cada vez más, una serie de escritos cristianos neotestamentarios que posteriormente conformarán el canon sagrado del cristianismo.
II. De la etapa oral al papiro (volumen): el inicio de la actividad literaria del Nuevo Testamento
Muy seguramente los autógrafos neotestamentarios, siguiendo la costumbre y tradición escrituraria de la Antigüedad (Reynolds y Wilson, 1986), utilizaron el papiro como material para la elaboración de sus escritos. La forma habitual de escribir sobre papiro era muy distinta a la manera moderna de escribir los textos hoy. En la época que se escribe el NT no existía una división entre palabras, la escritura era continua (scriptura continua) y persistía un sistema de puntuación bastante rudimentario. Los papiros descubiertos hasta el momento, con el texto del NT, corroboran la semejanza de los documentos cristianos con los textos clásicos, ambos tipos de textos literarios coinciden en asumir las características propias de la escritura sobre papiro.
Aunque el proceso de transmisión de los textos del NT en papiro es similar a los escritos de la Antigüedad, también hay una gran diferencia entre los unos y otros. El rasgo distintivo de los escritos cristianos con referencia a los de los autores clásicos radica en la cantidad de la evidencia papirácea existente de documentos neotestamentarios. La abundancia de papiros que conservan el NT no tiene paralelo con alguna otra obra literaria grecolatina. De los papiros griegos sobrevivientes son realmente muy escasos aquellos que contienen algún texto literario o guardan alguna obra de la cultura grecorromana. Por consiguiente, la conservación de numerosos testigos textuales del NT es realmente una situación excepcional y marca una diferencia abrumadora sobre los otros escritos de la Antigüedad. Al respecto, O’Callaghan (1995: 29-41) confecciona una lista de 98 papiros con textos del NT, dato que resulta insólito porque ningún otro conjunto de escritos tiene tantos “testigos” sobrevivientes en papiro. No todos estos papiros existentes poseen el mismo valor histórico y literario, pues algunos son sólo fragmentos, pero hay otros que por su extensión constituyen una aportación invaluable a la trasmisión del texto del NT.
A la cantidad de papiros neotestamentarios también hay que agregar la antigüedad de algunos de ellos. En el ámbito de los textos de la literatura clásica, hasta hace poco tiempo se poseían algunos papiros fechados en el siglo IV d.C. (Los persas de Timoteo y el comentario a la cosmogonía órfica) (Bravo García, 1978: 11), parece que ahora los papiros de Hawara y los de la abadía de Montserrat, entre otros, cambiarán la percepción sobre los textos literarios griegos en papiro, pues comienzan a emerger fragmentos de papiro de notable antigüedad que conservan textos de autores clásicos. No obstante, hasta el presente, la antigüedad de los papiros neotestamentarios en relación con los autógrafos es excepcionalmente cercana en algunos casos, cosa que no ocurre así con la mayoría de las obras clásicas. La paleografía y codicología han datado al papiro 52 (p52) alrededor del año 125 d.C. (Thiede, 1989: 25-50); es decir, unos 30 años después del autógrafo (“escrito original”). Pero este pequeño fragmento papiráceo p52, probablemente no sea el testimonio más antiguo del NT; O’Callaghan (1995: 95) y después Thiede (1989: 79) han sostenido que el famoso fragmento 7Q5 procedente de las cuevas de Qumrán es realidad una breve porción del Evangelio de Marcos. De ser correcta esta datación, entonces este fragmento sería el texto neotestamentario más antiguo conservado. Esta hipótesis de O’Callaghan comienza a trascender hacia los comentarios que se realizan al texto de Marcos, tal es el caso de los exégetas Juan Mateos y Fernando Camacho (2003), quienes incorporan esta tesis a sus notas introductorias referentes a la fecha y lugar de origen del escrito bíblico.
La proximidad de algunos testimonios escriturarios del NT al autógrafo es una situación única en los testigos de la trasmisión de la literatura griega antigua. Pero esta cercanía ha sido descubierta en tiempos recientes, a finales del siglo XIX y principios del XX. En términos generales la historia del texto griego del NT ha sido paralela al recorrido que han seguido los demás escritos griegos antiguos en sus diferentes etapas. Así, el texto bíblico tuvo, aunque breve, su primera fase oral, luego le siguió la etapa de escritura en papiro y de ahí continuó hacia el periodo uncial.
III. Del papiro al códice: la innovación “cristiana”
Hacia el siglo III el texto del NT compartirá la misma suerte de todos los demás escritos antiguos, tanto griegos como latinos. Está fehacientemente constatado que durante los siglos II al IV d.C. hubo una desaparición gradual del rollo de papiro (volumen) a causa de la implementación del códice (codex) como material para la escritura. Las ventajas del códice sobre el papiro fueron amplias e hicieron que aquél se impusiera sobre éste. El nuevo material permitía más texto, facilitaba la consulta por el sistema de foliado (paginación), podía escribirse en ambas caras del folio (hojas) y era más manejable que los volumina. Asimismo, el nuevo material escriturario también implicó una nueva grafía: la letra uncial (escritura solamente en mayúsculas) dejó atrás a la cursiva. Tanto Reynolds-Wilson (1986), Rouse (1995: 48) como Bernabé (1992) coinciden en señalar el gran reto de la transición del rollo al códice para la literatura clásica en general. No obstante, también estos autores hacen hincapié en la gran pérdida del acervo literario clásico que debió haber ocurrido en esta época de transliteración, porque resulta evidente pensar en un proceso de selección deliberado sobre la inmensa producción literaria. No todo lo que circulaba en rollo fue “digno” de preservarse y no toda la literatura antigua pudo sobrevivir a este primer “recorte histórico”.
En el caso del texto del NT, esta transición del volumen al codex también fue determinante, más no de la misma manera que en los escritos de la Antigüedad. Todo parece indicar que:
“el impulso para el cambio de forma del libro debe haber surgido del cristianismo primitivo, ya que mientras el códice pagano apenas existía en el siglo II, la forma de códice era ya de uso generalizado para los textos bíblicos” (Reynolds y Wilson, 1986: 41).
Por consiguiente, lejos de verse mermado el texto neotestamentario, la evidencia escrituraria manifiesta que el NT se fortaleció con la implementación del códice y del nuevo tipo de escritura en la cual se redactó aproximadamente a partir del siglo II. Los códices con la letra uncial fueron muy bien acogidos por el cristianismo y, aunque esta innovación es de procedencia romana, prontamente se “arraiga en el ámbito cristiano, hasta convertirse en una especie de ‘seña de identidad’ del nuevo movimiento” (Bernabé, 1992: 14).
Bajo el mandato de Constantino el texto griego del NT recibe un impulso del cual aún se tiene constancia en la actualidad. En pleno apogeo de transición del rollo al códice y con el reconocimiento oficial del cristianismo, Constantino da un paso fundamental para la implementación definitiva del códice en los textos bíblicos cristianos. De acuerdo con Eusebio de Cesárea, el emperador romano manda en el año 331 a confeccionar 50 manuscritos de la Biblia para dotar a las iglesias de Constantinopla con las Escrituras Cristianas (Köster, 1998: 522). Se ha llegado a pensar que ciertos manuscritos de esa época pudieran ser algunos de los unciales neotestamentarios disponibles en el presente, porque varios de los códices de los más importantes, entre ellos el Sinaítico y el Vaticano, proceden de esa fecha del siglo IV, lo cual coincide con la era constantiniana. Pero junto a este empuje en el desarrollo del texto griego neotestamentario durante el periodo de oficialización del cristianismo, la división del imperio efectuada por Constantino traerá profundas implicaciones en la transmisión del texto bíblico griego en Occidente.
IV. Del códice en griego al códice en latín: la división lingüística del Imperio Romano
La división del Imperio Romano en el siglo IV también supone, a la postre, una promoción directa a la escisión lingüística prevaleciente en la Antigüedad cristiana entre la iglesia de habla griega y la de habla latina. En la parte oriental del imperio, el griego predominará sobre el latín; mientras tanto, en el lado occidental, se presentará la situación inversa. Esta ruptura lingüística fue decisiva para la desaparición del texto griego neotestamentario en la región occidental. Lo mismo ocurrió con los demás textos griegos dentro de la esfera cultural latina durante los próximos siglos. Tras la división del imperio romano, el texto griego neotestamentario se verá rápidamente desplazado en el ámbito occidental por la traducción latina de San Jerónimo. La Vulgata Latina se convertirá en el texto común para la lectura del NT. Hacia el siglo VII, el griego es prácticamente desconocido en el mundo latino. El filósofo Boecio, quien vivió alrededor del siglo VI, será uno de los últimos latinos del mundo occidental del cual se tienen noticias que haya sabido leer el griego; después del año 700 la lengua griega es olvidada por completo en la Europa Latina. Así la iglesia latina se olvidó del texto griego y en su lugar adoptó la versión en latín del NT. Por consiguiente, las autoridades eclesiásticas “no llegaron a instituir oficial y formalmente un textus receptus griego. Por extraño que parezca, de hecho, el textus receptus del Nuevo Testamento fue del texto latino de la Vulgata” (Báez Camargo, 1992: 69).
Ya desde el siglo VI el imperio oriental, tras la caída de Roma, se había constituido en centro de difusión de la cultura griega. La división política efectuada por Constantino era ahora también una ruptura cultural, la cual Justiniano se encargó de consolidar al instaurar el griego como lengua oficial de la corte; la consecuencia de esta decisión fue el olvido del latín en Oriente. La helenización del imperio oriental propició que Bizancio se constituyera en el baluarte de la cultura griega y, por consiguiente, fuera el lugar donde se preservara el texto griego neotestamentario.
V. Del códice griego en letra uncial al códice griego en letra minúscula: la creación del texto bizantino
El siglo IX en el imperio bizantino fue un tiempo de gran actividad en la trasmisión de los textos griegos clásicos y, en particular, de los escritos neotestamentarios. Luego de siglos de incertidumbre, Constantinopla alcanza un momento de esplendor sin precedentes en cuanto al entusiasmo por su legado griego. Es durante este tiempo cuando se realiza la labor monumental de transliterar toda la obra literaria de la Antigüedad Clásica. Así, todos los viejos textos unciales (códices redactados en letra mayúscula y con escritura continua) son vertidos al nuevo tipo de escritura minúscula (códices escritos en letras minúsculas con separación entre palabras). Con la implementación de esta nueva grafía se introduce de manera definitiva un sistema de puntuación, las palabras se separan entre sí y los textos se acompañan de nuevos escolios (comentarios a los márgenes).
De manera paralela a esta gran actividad literaria de recuperación del acervo clásico griego de la Antigüedad, el texto griego del NT también es transliterado al nuevo sistema de escritura y se adopta la letra minúscula. Al respecto, es altamente significativo el códice de los Evangelios Uspensky, pues en contra de la costumbre de aquella época, este ejemplar conserva la fecha de su elaboración, la cual se realizó en el 835. Este texto es una evidencia palpable del trabajo de transliteración, de los manuscritos unciales a los manuscritos minúsculos, realizado en esta época de apogeo literario en Constantinopla.
Este momento de esplendor literario en Bizancio será crucial en la fijación del texto griego neotestamentario durante los siglos posteriores. Los manuscritos sobre los que más adelante, en tiempos del Renacimiento, se establecerá el textus receptus griego (el “texto oficial” de la iglesia) serán precisamente los minúsculos de esta época. El texto griego procedente de ese periodo es muestra de un texto lentamente “aumentado”. Claramente se puede percibir un intento de conciliar las diversas variantes disponibles en esa época. No obstante, este texto aumentado y conciliado por los eruditos bizantinos fue ganando presencia en la iglesia griega hasta constituirse en el texto oficial del mundo de habla griego hasta por lo menos el siglo XVI (Robinson y Pierpont, 2005: 13) Así, el texto griego bizantino tuvo un lugar preponderante en la fijación y configuración del texto neotestamentario hasta hace unos siglos, tal y como lo expresa claramente la siguiente autora:
“Pese al deterioro que desde el punto de vista crítico conlleva este texto, su victoria fue total; la fuerza cultural y eclesiástica de Constantinopla contribuyó a que desde, el siglo IX en el que ya estaba plenamente configurado, se multiplicará en innumerables copias, al tiempo que los textos antiguos iban cediendo, de modo que el texto Constantinopolitano se vio constituido en el texto oficial de la Iglesia Griega y llegó a considerarse de una manera un tanto acrítica como el texto original del Nuevo Testamento” (Spottorno, 1987: 238).
VI. De Bizancio a Italia: el regreso del texto griego del NT a Europa occidental
El texto griego del NT, en su versión bizantina, será introducido, al igual que los demás textos griegos clásicos, en la Europa Latina por los humanistas renacentistas. La búsqueda de textos griegos, a cargo de los sabios italianos en las bibliotecas de Constantinopla y la migración de los eruditos bizantinos junto con sus textos, dará a Europa occidental la posibilidad de recuperar el acervo bibliográfico griego que había quedado olvidado básicamente desde el siglo VIII. A la par de esta vuelta hacia el mundo griego y de la introducción de textos griegos promocionada en la Europa Latina por personajes como Manuel Crisoloras o Giovanni Aurispa, el texto griego neotestamentario volvió a ser conocido en el mundo occidental junto con los demás textos griegos.
La creciente labor de los humanistas por recuperar la pureza estilística y lexical de las lenguas clásicas, en particular del latín, dieron el impulso definitivo para que el texto griego neotestamentario se instalara de manera definitiva en Europa. Los eruditos renacentistas, preocupados por la corrupción del latín medieval en comparación con la lengua de los autores latinos clásicos, iniciaron un proceso de depuración y restauración de latín conforme al canon de la Antigüedad latina. Lorenzo Valla fue uno de los humanistas que más empeño dedicó a esta tarea, pronto su análisis sobre la lengua latina le llevó a concluir que ni siquiera el latín usado de la Vulgata se acercaba al estilo clásico, “Valla sostiene que nadie escribió en un buen latín después de Boecio” (Reeve, 1998: 47). El texto de la Vulgata, que para entonces se había convertido en el textus receptus, no ofrecía lecturas que garantizaran un buen estilo del texto, por lo tanto, Valla recurrió al texto griego con el afán de recuperar lecturas que estuvieran más cercanas a la supuesta versión original. Incluso se “atrevió a corregir la propia Vulgata, y sus notas y correcciones (1449), basadas en el estudio del original griego y de los textos patrísticos primitivos, fueron muy apreciadas por Erasmo quien las imprimió en 1505” (Reynolds y Wilson. 1986: 139).
El humanista Erasmo de Rotterdam será quien por primera vez logre culminar la tarea de hacer una edición del texto griego neotestamentario. En 1516, después de haber estado trabajando en Inglaterra durante los años 1512-13, Erasmo publica su primera edición del texto griego neotestamentario. Para esta edición utilizó cinco manuscritos, todos correspondían al texto bizantino. Aparentemente dos de estos manuscritos han sido identificados; uno como el códice de Leicester procedente del siglo XV (Reynolds y Wilson. 1986: 156), el otro es el catalogado como manuscrito minúsculo 1, el cual es un texto del siglo XII escrito sobre papel (Köster 1988: 528-529). No obstante, para desgracia de Erasmo, ninguno de los manuscritos que utilizó estaban completos. Con todo, su trabajo fue fundamental para la conformación del textus receptus, pues la cuarta edición del texto griego neotestamentario de Erasmo se constituyó en la base para las tres ediciones del NT del texto de Roberto Estienne (Stefanus). La tercera edición del texto del NT en 1551 de Estienne, la cual fue revisada y cotejada con 15 manuscritos, “vino a ser la base de un texto griego que, sin declaración formal y oficial de ninguna Iglesia, llegó a considerarse, por común y general aceptación, como el textus receptus” (Báez Camargo, 1992: 73).
La edición de Estienne ha sido de gran manera trascendental, porque se convirtió en el textus receptus del texto griego y marcó de forma altamente significativa las ediciones posteriores del texto griego. A partir de esa edición de 1551, se ha seguido reproduciendo, en esencia, el sistema de división en capítulos y versículos que introdujo Estienne en su texto griego. Aun las modernas ediciones críticas, que tienen poco aprecio por el texto Bizantino implícito en la edición del textus receptus, asumen la división implementada por el humanista francés.
La historia de la transmisión del texto griego del NT no termina con el textus receptus de Estienne. En los últimos dos siglos, han sido incorporados los nuevos manuscritos descubiertos que sitúan la historia del texto griego siglos antes del periodo bizantino; las variantes textuales se han hecho evidentes y el texto bizantino ha perdido interés desde el punto de vista crítico para la reconstrucción del texto griego “original”. La cantidad de manuscritos (papiros, unciales, minúsculos) y de testigos del texto neotestamentario (leccionarios, traducciones, citas de la patrística) ha conducido la historia de la transmisión por otro sendero muy ligado con la crítica textual, lo cual ya es parte de la historia moderna del texto.
Conclusión
El texto del NT ha seguido una historia similar a las otras obras literarias de la Antigüedad griega. En un primer momento tuvo una fase oral, posteriormente fue puesto por escrito en papiro, posiblemente en letra cursiva. A partir del siglo II el texto del NT experimentó el paso de los volumina (papiros) al codex (códice). En el siglo IV los manuscritos unciales (pergaminos escritos en letra mayúscula) son ya parte fundamental escrituraria del NT. Con la división lingüística del Imperio Romano durante los siglos IV-V, el texto griego quedará olvidado en el mundo occidental y será suplantado por la versión latina del NT. No obstante, el texto neotestamentario griego permanecerá conservado en los escritos unciales hasta la nueva transliteración efectuada por los eruditos bizantinos en el siglo IX, donde el texto pasa del formato de letra uncial a la escritura de tipo minúscula. A partir de ahí, el texto griego estará listo para seguir su curso de reingreso a Europa con los humanistas renacentistas y la migración de los eruditos bizantinos. En el Renacimiento, gracias al interés de los humanistas por las lenguas clásicas, se llegará al establecimiento de un textus receptus que desplazará a la Vulgata como el texto oficial neotestamentario. El curso posterior del texto griego del NT se verá mediatizado por la historia moderna, el desarrollo de las ciencias literarias y los descubrimientos arqueológicos.
En toda esta historia ha quedado definido el sendero paralelo del texto neotestamentario con los demás escritos griegos de la Antigüedad, pero también queda marcada una diferencia fundamental. El texto griego del NT durante siglos fue un texto abierto al desarrollo de la tradición eclesiástica, con el transcurrir del tiempo el texto fue creciendo e incorporando nuevas lecturas, hasta que durante el periodo bizantino se fijara de manera definitiva su configuración, pues “no hubo durante siglos un solo texto, o sea, un textus receptus del Nuevo. Parece que, por el contrario, la libre multiplicación de copias de los escritos que vinieron a formar el Nuevo Testamento dio lugar también a la formación (…) de familias textuales que (…) se fueron formando en torno de ciertos grandes centros de erudición bíblica cristiana” (Báez-Camargo, 1992: 58).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Báez-Camargo, G. (1992). Breve historia del texto bíblico. México: CUPSA.
- Bernabé, A. (1992). Manual de crítica textual y edición de textos griegos. Madrid: Ediciones Clásicas.
- Bravo García, A. (1978). “Las fuentes escritas de la cultura griega y su transmisión hasta nosotros”, Estudios Clásicos, 22, 81-82, pp. 11-40.
- Köster, H. (1988). Introducción al Nuevo Testamento. Historia, cultura y religión de la época helenística e historia y literatura del cristianismo primitivo. Salamanca: Sígueme.
- Mateos, J. y Camacho, F. (2003). El Evangelio de Marcos. Análisis lingüístico y comentario exegético, Vol. I. Málaga, El Almendro.
- O’Callaghan, J. (1995). Los primeros testimonios del Nuevo Testamento. Papirología neotestamentaria. Madrid: El Almendro.
- Piñeiro, A. (2005). “El judaísmo helenizado”, en J. Signes (Coor). Antiquae Lectiones. El legado clásico desde la Antigüedad hasta la Revolución Francesa. Madrid: Cátedra.
- Reeve, D. M. (1998). “La erudición clásica”, en J. Kraye (ed.), Introducción al humanismo renacentista. Madrid: Cambridge University Press.
- Reynolds, L. D. y Wilson, N. G., (1986). Copistas y filólogos. Madrid: Gredos.
- Robinson, A. M. y Pierpont, G. W. (2005)., New Testament in the original Greek. Byzantine textform. Massachusetts: Chilton Book Publishing.
- Rouse, R. H. (1995). “La transmisión de los textos”, en R. Jenkyns (ed.), El legado de Roma: una nueva valoración. Barcelona: Crítica.
- Spottorno. V. M. (1987). “El texto bizantino del Nuevo Testamento”, Erytheia. Revista de estudios bizantinos y neogriegos, 8, 2, pp. 233-240.
- Thiede, P. C. (1989). ¿El manuscrito más antiguo de los evangelios? El fragmento de Marcos en Qumrán y los comienzos de la tradición escrita del Nuevo Testamento. Valencia: Institución San Jerónimo.
- Vielhauer, P. (2003). Historia de la literatura cristiana primitiva. Salamanca: Sígueme.
Jesús Caos Huerta Rodríguez es doctor en Filología Clásica por la UNED de Madrid, España; Profesor Titular de tiempo completo en la Universidad Pedagógica Nacional, subsede Ensenada. Es miembro del equipo de trabajo del proyecto de investigación «Biblia latina e historiografía eclesiástica: edición y estudio de textos» (PID2020-114729GB-I00) del Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo (CSIC). Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores de CONACYT, con la línea de investigación: Filosofía antigua, textos e interculturalidad. Es presbítero de la CANO.
Excelente artículo Hno. Jesús Caos H.R. ¡Muchas Gracias!
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