ESCUELA DE PROFETAS

ESCUELA DE PROFETAS

La Biblia nos describe en los últimos capítulos del Primer libro de los Reyes y los primeros capítulos del Segundo a un personaje muy peculiar, al profeta Eliseo.

Su llamado fue sorpresivo, cultivaba sus tierras cuando fue seleccionado por Dios para continuar el ministerio profético de Elías. Bajo la instrucción de su maestro conoció del oficio, en estrecha relación maestro-discípulo; y también en compañía de otros «hijos de profetas» que formaban parte como alumnos, de las escuelas de profetas que existían en Bet-el y en Jericó.

Hay un dramático momento en la transición del ministerio profético de Elías a Eliseo, coronada con la unción de la doble porción del espíritu de su maestro; un manto profético que ungía a Eliseo para ministrar con el poder de Dios. Las escuelas proféticas eran las incubadoras donde Dios llamaba y capacitaba, para después enviar y acompañar a sus siervos.

La anterior reflexión viene en relación con la experiencia que viví con algunos más en los principios de los años 80, en una iglesia en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, con un ministerio pastoral excepcional, y dentro una congregación que experimentó un crecimiento explosivo, duplicando su membresía en un año.

Esto llamó la atención a las autoridades de la denominación, quienes vinieron a nuestra ciudad a ver qué estaba sucediendo: los asistentes no cabían, aún en las ventanas se colocaban para presenciar el culto y para escuchar la predicación.

Un servidor fungía como pastor asociado, y dichas autoridades me entrevistaron por separado de mi pastor. En su cuestionamiento se buscaban las razones del crecimiento que estaba sucediendo en nuestra iglesia, y mi respuesta fue: “Dios nos está visitando, Él ha encendido un fuego, y nosotros sólo invitamos a la gente a que vengan. Su Espíritu Santo los empuja al interior, El Señor hace el resto”.

Un fruto visible de esa visitación fue la gran cantidad de ministerios que se levantaron, la vida de la iglesia que comenzó a ser distinta, la comunión entre los hermanos (era extraordinaria); sin distinción y sin importar condición económica, convivían entre sí amorosamente.

Dios levantó ahí su versión de escuela de profetas, creyentes que respondimos con un “sí” al llamado, y con un “sí” a la preparación y a ser enviados. Líderes y pastores que hoy permanecemos en la fe y en el servicio a Dios, dando testimonio de la visitación del Espíritu Santo sobre aquella iglesia.

Hoy honramos a aquellos hombres y mujeres- Al hacerlo, reconocemos que fue el Señor de la mies quien levantó a esa iglesia de los 80 en ese precioso avivamiento.

Agradecemos al Señor por habernos permitido vivir esos tiempos que marcaron el futuro de muchos, y fueron el semillero de ministerios y pastorados.

Lo mejor es que Dios y su Espíritu Santo siguen visitando a las iglesias que le buscan y anhelan esa visitación. Los tiempos de avivamiento no han terminado.

A Dios todo honor y toda gloria.

Pbro. Francisco Obregón Jiménez
Pastor jubilado
Conferencia Anual Oriental IMMAR