Lo conocido, ¿una ligadura?
El Señor no cambia, y a la vez sus bendiciones son nuevas cada mañana. La paradoja de la constancia y el cambio es algo que nos acompaña en nuestro diario caminar con Jesucristo: se nos pide permanecer en él, y a la vez caminar sin mirar atrás. Podemos confundir esta dualidad constancia-cambio y caer en el apego a lo conocido y el rechazo a los cambios que el Espíritu Santo va marcando para cada uno. Antes del covid 19:
- Nos acostumbramos a una rutina en el hogar, el trabajo y la iglesia.
- Nos apegamos a ciertos lugares en la iglesia, e incluso nos incomodaba cuando no podíamos sentarnos en el sitio de costumbre.
- En reuniones con otras iglesias, buscábamos sentarnos y convivir con aquellas personas que ya conocíamos, y desaprovechamos la oportunidad de conocer a nuevos hermanos en la fe (“¡qué cómodo es sentarme con mis amigos de toda la vida! Ya después conoceré gente nueva”, pensamos). Un crucial propósito de las reuniones distritales, conferenciales y nacionales -la koinonía de diferentes congregaciones- se perdió muchas veces de esta forma.
Pero la inercia de nuestras actividades se vio interrumpida: en enero de 2020 comenzamos a oir rumores de una pandemia que azotaba a otros países. Y de repente, en marzo de 2020, empezamos a enfrentarnos a la realidad de que no sería posible reunirnos de manera presencial, y hubo cambios significativos en la manera de relacionarnos con nuestros hermanos en la fe, nuestra familia, amigos y compañeros de labores: pasamos de las reuniones presenciales a escucharnos o vernos a través de diferentes plataformas. La palabra “virtual” pasó a formar parte de nuestro vocabulario, y nos convertimos en pequeñas imágenes parlantes en una pantalla. El cambio nos alcanzó, y a muchos nos pilló de sorpresa, pero lo fuimos asumiendo. Con resistencia al principio, luego ese ambiente virtual se fue haciendo algo “familiar”; hubo quien se acostumbró, hubo quien lo sufrió, y hubo quien se quedó al margen, ya sea por cuestiones tecnológicas o de decisión personal.
Para quienes estamos en el ministerio pastoral, como pastores(as) o esposas(os) de pastores(as), el vacío de los templos y sus instalaciones nos hizo recordar que lo importante de una iglesia no eran las instalaciones, sino las personas que les daban sentido: dejar de oír las voces de los niños, jóvenes y adultos hizo rebotar el silencio en nuestra mente y corazón. Claro, buscamos a los hermanos en lo individual, con las debidas precauciones sanitarias, pero la comunión presencial de los santos nos hizo falta.
Ahora, esta pandemia parece que ya está pasando -o al menos lo más fuerte de ella; y es tiempo de hacer un nuevo cambio, retornar de lo virtual a lo presencial: de manera tímida al principio, y más firmemente a lo largo de las semanas, los miembros de nuestras iglesias han ido regresando a la convivencia presencial, y algunos escritos de los incluidos en este número dan cuenta de ese deseo de volver a ser Cuerpo de Cristo en forma física… Bueno, para algunos; para otros, la pandemia se ha convertido en costumbre y en algo conocido, y la han abrazado como un niño abraza una cobija sin la cual nunca se va a dormir; se han acostumbrado al aislamiento, a ver los cultos a través de una pantalla, a ver a sus hermanos “de lejecitos”. Lo desconocido se ha vuelto familiar y ha venido a constituir una ligadura que los aleja de la comunión de los santos, uno de los medios de gracia que el Señor nos ha dejado para crecer espiritualmente.
Habría que preguntarse: ¿cómo presencio las actividades virtuales de mi iglesia? ¿Me arreglo para verlas como lo haría si fuera al templo, o veo el culto en pijamas y tomándome una taza de café? El ambiente virtual, cómodo como es, puede resultar un lazo para retenerme en casa y mantenerme lejos del Cuerpo de Cristo. Es preciso recordar el pasaje de Hebreos que dice: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. (Hebreos 10:23-25). Algunas actividades pudieran continuar de manera virtual, pero en definitiva es mejor vernos de cerca que de lejos.
En este número veremos manifestaciones de la bendición de la relación presencial, así como reflexiones sobre la tensión que ahora sufrimos como creyentes entre lo presencial y lo virtual:
- El testimonio de un pastor que ha dedicado su vida al ministerio y ahora goza de un merecido descanso;
- las reflexiones de dos pastores jóvenes y un laico acerca de temas teológicos, el trabajo juvenil y el papel de los laicos en la iglesia;
- testimonios del trabajo en el Seminario Juan Wesley y en una casa hogar para niños en riesgo en Nuevo Progreso, Tamps.;
- el júbilo de la celebración de uno de nuestros templos en la ciudad de Torreón, Coahuila y una de las escuelas metodistas, la Universidad Madero, en Puebla, Puebla;
- la mexicana alegría de una fiesta del 15 de septiembre en una de nuestras iglesias;
- un testimonio de fe y madurez en medio de la persecución religiosa.
¿Soy yo Dios de cerca solamente, dice Jehová, y no Dios desde muy lejos?, nos dice la Escritura en Jeremías 23:23. Es verdad, que Dios es Dios de cerca y de lejos; pero los creyentes en Jesús, como partes del Cuerpo de Cristo, funcionamos cuando estamos juntos, no separados. La pandemia nos forzó a estarlo, pero que esa separación no se convierta en algo familiar, ligándonos y aislándonos así de ese medio de gracia que es la comunión de los santos.
María Elena Silva Olivares
Directora de El Evangelista Mexicano