AÑO 2023, SESQUICENTANARIO DE LA IGLESIA METODISTA EN MÉXICO
Estimados lectores: saludos de mi parte y bendiciones de nuestro Dios que nos ama y nos cuida cada día. Prontamente avanza el nuevo año 2023 y vemos a la cercanía el mes de febrero. ¿Qué rápido, no creen ustedes? Seguramente es porque Dios nos bendice abundantemente al ser beneficiarios de su inmensa misericordia. El Archivo de nuestra amada Iglesia Metodista alberga una valiosa cantidad de libros y diversos materiales, algunos centenarios. Al estar dentro de sus paredes y contemplar las diversas colecciones, nos compromete a ser responsables con su debido cuidado y salvaguarda.
La obra metodista cumple este año 150 años de presencia “oficial” en México. Todos sabemos que varios años antes, misioneros metodistas norteamericanos e ingleses, así como mineros e ingenieros ferrocarrileros de esos países, entre otros más, trajeron a nuestro país por diversos frentes Biblias y la predicación del evangelio con el mensaje de salvación para los mexicanos.
Pero regresando a nuestro Archivo, ahí se encuentra la colección de “El Abogado Cristiano Ilustrado” publicación oficial de la Iglesia Metodista Episcopal; y en su número extraordinario de noviembre de 1884 publica en su Sección Doctrinal “El Metodismo” una reflexión de lo que representa dentro del cristianismo esta rama de la iglesia evangélica protestante, justamente al acercarse en ese año al aniversario 150 de la conversión de John Wesley, en lo que conocemos como la experiencia del Corazón Ardiente que tuvo lugar el 24 de mayo de 1738 en la Calle de Aldersgate, Londres.
Volviendo a nuestro México, en el año 1895 se realizó el primer censo poblacional en nuestro país, reportando 12 millones de mexicanos. 128 años después, en el 2020, los mexicanos sumamos 126 millones de habitantes; esto es, se multiplicó por 10 aquella población. Estos números nos deben llevar a mayor análisis y reflexión. Pero veamos cómo pensaban los metodistas de México, según la publicación en el Abogado Cristiano de hace 139 años, para confrontar con lo que estamos haciendo en nuestro tiempo…
EL METODISMO
Desde la época de la Reforma del siglo XVI, no se ha verificado en la vida religiosa de la humanidad otro movimiento que pueda equipararse en su magnitud, ni en sus resultados, con aquel cuyo título sirve de epígrafe a estas líneas.
Sacando su origen desde la cuarta década del siglo XVIII, el Metodismo, nombre que caracteriza en el conjunto las enseñanzas teológicas y la economía eclesiástica que son peculiares de las iglesias metodistas, ha conservado su existencia y vitalidad durante siglo y medio. Proscrito por la jerarquía dominante, despreciado por la aristocracia de la sangre y la riqueza, perseguido por las clases ignorantes y viciosas, echó, sin embargo, profundas raíces en el corazón del pueblo. Poco más de cincuenta años después de su primera organización, y aún viviendo su venerable fundador, las sociedades metodistas contaban entre sus afiliados más de ciento treinta mil personas en Europa y América.
Antes de llegar a su primer centenario, su número excedía a ochocientos mil; y el término del año de 1883 reveló el hecho de que la comunidad de los que después del título de Cristiano se ufanan de llevar la denominación metodista, cuenta en su seno más de cinco millones de los discípulos del Crucificado.
Estas cifras se refieren solamente a los que por profesión de fe y voluntaria aceptación del reglamento de sociedades metodistas, han sido admitidos en el círculo más íntimo de la comunión de la iglesia. Si a esto agregamos el número, mucho mayor, de las personas que forman las familias metodistas y de otros muchos que asisten con regularidad a los servicios divinos en los templos de esta denominación y reciben el cuidado pastoral de sus ministros, sin haber hecho profesión de fe, sin ser admitidos en la impartición del sacramento de la Eucaristía, llegaremos a la conclusión de que en la actualidad el total de los que forman la entidad moral y social que puede denominarse población metodista, no puede discrepar en mucho de veinticinco millones.
¿Y quién podrá precisar el número de los que en la sucesión de cinco generaciones han pasado a otra y mejor vida, debiendo su conversión, su experiencia cristiana, sus esperanzas, su salvación, a la influencia en que ellos ejerciesen el movimiento providencial que llamamos el Metodismo?
En el corto periodo de la historia, el Metodismo ha salvado todas las barreras y se ha proyectado hasta los últimos confines del mundo habitado, coadyuvando al establecimiento del Cristianismo Evangélico y Apostólico en todos los continentes y en multitud de las islas del mar.
La demostración inconcusa de la misión divina y providencial del Metodismo se halla, no sólo en el hecho de la formación de una iglesia que justifica su carácter apostólico, por la pureza de las enseñanzas, la sencillez de sus costumbres y el fervor de su vida espiritual, sino también por la influencia que ha ejercido en las demás denominaciones cristianas que surgieron directamente de la Reforma del siglo XVI.
Verdad es que todas las iglesias reformadas en sus principios dieron pruebas indubitables, no sólo de la posesión de la verdad, sino también de estar dotadas de la vida espiritual. Sus mártires y confesores revelan en su palabra y en su espíritu, en su vida y en su muerte, estar animados de aquel fervor y de aquella devoción que demostraban que su vida se encontraba escondida con Cristo en Dios.
El primer período de la historia de la Reforma, fue el de lucha aislada de cada uno de los creyentes con el error y la persecución, y en toda esta época sobre el cadalso y en las llamas de la hoguera ardía con luz indeficiente el santo fuego de la fe y de la caridad.
A este periodo siguió el de conflicto entre los protestantes aliados y las ligas papales. Aumentose de una manera sorprendente el número de los creyentes evangélicos, y pronto comenzó la iglesia evangélica a tener conciencia de la potencia que reside en el número. A ellos se asociaron muchos que, sin convicciones religiosas, se quejaban por motivos temporales del estado actual de las cosas y deseaban un cambio en la instituciones vigentes. Sucediéronse durante casi un siglo las reglas religiosas, conflictos gigantescos, que hubieron de tener por resultado el establecimiento y revalidación de los derechos sociales y políticos del Protestantismo.
Necesaria fue, a no dudarlo, esta lucha, y en ella triunfó la causa de la verdad y de la humanidad; pero el resultado próximo fue la alianza de las iglesias evangélicas con el estado, la secularización del espíritu cristiano y la paralización de la vida espiritual.
A un siglo de conflictos sobre los campos de batalla, se siguieron cien años de polémica entre las mismas iglesias evangélicas. El luteranismo, el Calvinismo y el Arminianismo, se disputaron ardorosamente el premio de la ortodoxia. La tendencia marcada fue la de hacer consistir el Cristianismo en el dogmatismo teológico. Al fin se dio tregua a esta lucha, y entonces pudo oírse la voz de algunos espíritus predilectos, verdaderos místicos evangélicos, que se esforzaban en despertar a la Iglesia de Cristo para que tuviese conciencia de que en medio de la lucha para el establecimiento de los derechos de sus derechos civiles y políticos, y mientras se esforzaba en la determinación de la forma dogmática de las doctrinas de Cristo, se había echado al olvido la verdad de que más vale el espíritu que el cuerpo, y se había perdido la vida espiritual.
A principios del siglo XVIII, las Iglesias Evangélicas de Europa se hallaban bien establecidas, habían desarrollado de una manera definitiva su economía y disciplina eclesiásticas, estaban bien atrincheradas en su dogmatismo; pero carecían de una manera lamentable del espíritu y de la vida de Cristo, y habían perdido la conciencia de su divina misión en la evangelización del mundo.
Tal fue el caso de la Iglesia Anglicana y en gran parte de las Iglesias Disidentes en Inglaterra. Respecto de la primera, dijo uno de sus obispos que tenía toda la apariencia de un cuerpo hermoso, pero que en verdad era un cadáver. Se había verificado un divorcio, casi completo, entre la doctrina y la práctica. Muchos de los clérigos eran hombres de espíritu mundanal, entregados al ocio o a los pasatiempos, totalmente desligados del estado lamentable de sus feligreses. Los ricos oprimían a los pobres y se entregaban al desenfreno completo de sus pasiones. Los pobres estaban sumergidos en la ignorancia y en el vicio.
Los pastores disidentes, aunque más morigerados en sus costumbres, se encerraban en el círculo de su dogmatismo, no conocían por experiencia el poder espiritual de la religión, y no podían conducir a sus feligreses a una experiencia de que ellos mismos carecían.
En medio de tal estado de cosas surgió el Metodismo, llamado por la providencia de Dios a recibir el bautismo del Espíritu Santo, y a dar el primer impulso a un avivamiento de la religión que había de originar el establecimiento de una iglesia espiritual, provocar a celo y a buenas obras a todas las denominaciones evangélicas, y propagar su influencia directa o indirectamente por todo el mundo.
De este avivamiento religioso han nacido en su mayor parte el espíritu progresivo de la Iglesia Evangélica, las grandes empresas de propaganda y de beneficencia, y los movimientos sociales que tienen por objetivo extirpar los vicios que corroen la sociedad moderna.
El Metodismo, directa o indirectamente, ha ejercido una grande influencia en la organización de las Sociedades Misioneras que han circundado el globo durante el presente siglo con los medios e instrumentos adecuados a la predicación del evangelio a todas las naciones- Las Sociedades de Publicación de Biblias y Tratados, y la tendencia a popularizar la ciencia por la impresión de ediciones compendiadas y económicas de los mejores autores, reconocen el mismo impulso. La emancipación de los esclavos, las sociedades de Temperancia y otras empresas análogas -todas son fruto del mismo movimiento religioso que comenzó con el Metodismo y se ha comunicado a todas las denominaciones evangélicas de Inglaterra y de los Estados Unidos de América.
En esto, pues, hallamos la misión providencial y la nota principal característica del Metodismo -el avivamiento de la vida espiritual de la cristianidad. Sus fundadores, Juan Wesley y sus colaboradores, no tuvieron que impugnar las enseñanzas dogmáticas que imperaban en la iglesia de que eran miembros y ministros No criticaban, ni se resistían a su economía eclesiástica que, según ellos, se había desarrollado de una manera providencial. Ellos abrazaban con sinceridad la teología, y obedecían de buen agrado la disciplina de la Iglesia Anglicana. No se propusieron la organización de una nueva secta o denominación, y se resistieron con todas sus fuerzas a las tendencias separatistas cuando éstas se descubrieron.
Sólo levantaron la voz en contra del espíritu mundanal que había invadido a la Iglesia, contra el letargo espiritual en que se encontraba. Ellos llamaron a hombres a los antiguos caminos, procuraron despertar la conciencia, hacer sentir la necesidad de la conversión espiritual y de la santidad. Su misión era convertir a los pecadores y hacer extender la santidad por todo el mundo. Las armas que empleaban fueron eminentemente espirituales. Llenos del Espíritu, y habiendo experimentado en sí mismos el poder de una nueva vida, predicaron el evangelio con un fervor y una eficacia hasta entonces desconocidos. Los pobres, las clases abandonadas les oyeron; muchos millares fueron convertidos y rescatados de sus vicios. El fuego se comunicó a muchos otros ministros y a otras denominaciones y se extendió por la Gran Bretaña y la América un avivamiento religioso que aún continúa y ha contribuido a todos los resultados benéficos que arriba hemos indicado. De este movimiento han surgido las Iglesias Metodistas en las cuales aún arde el fuego santo de consagración y de devoción que fue encendido por el Espíritu de Dios hace más de un siglo y medio.
La Reforma del siglo XVI rescató la conciencia humana del poder absoluto usurpado por la Iglesia de Roma, estableció en su pureza primitiva la doctrina de la justificación por la fe y abrió el camino para la purificación de todas las enseñanzas deducidas de las Sagradas Escrituras.
La Reforma del siglo XVIII, bajo la dirección de Wesley y sus coadjutores, coronó la obra de los primeros reformadores, reivindicando la necesidad de la vida espiritual comenzada en la conversión y perfeccionada en toda santidad, y revistió a la Iglesia Universal de Cristo de aquel poder en el cual hoy avanza victoriosa hacia la conquista del mundo para Cristo.
Carlos G. Drees.
Hasta aquí la transcripción del texto escrito hace 139 años. En el 2023, ¿qué papel nos toca realizar?
Eliseo Ríos Flores
Director del Archivo de Historia de la Iglesia Metodista de México, A.R.
