Qué aburrido es ir a la Iglesia…
Sí, qué aburrido es ir a la iglesia, cuando la veo como una obligación impuesta desde afuera; pero deja de serlo cuando tengo un encuentro personal con el Señor de esa iglesia, Jesucristo.
Sí, qué aburrido es ir a la iglesia a ver las mismas caras de siempre. Hasta que me doy cuenta de que cada persona que va a la iglesia es un mendigo espiritual buscando alimento, igual que yo.
Sí, qué aburrido es ir a la iglesia a cantar las mismas cosas de siempre, o a oír música que ni me gusta. Hasta que me doy cuenta de que mi adoración cantada no es para que me oigan los demás, sino para abrirle mi corazón al dueño de mi vida y de la iglesia, y que la música es un telón de fondo para que yo “pinte” mis alabanzas al Dios por el que estoy con vida, dándole un regalo modesto, pero nacido de lo más profundo del alma.
Sí, qué aburrido es ir a la iglesia cuando podría invertir mi tiempo en actividades más atractivas. Hasta que me doy cuenta de que separados del Divino Maestro nada podemos hacer, y la reunión con otros creyentes – imperfectos como lo son ellos y lo soy yo- es el ambiente donde él envía bendición y vida eterna a mi vida y a la de ellos.
Sí, qué aburrido es ir a la iglesia a escuchar sermones que ni me interesan; hasta que el Espíritu Santo me convence de pecado, de justicia y de juicio, y entiendo que de la palabra que se predique siempre habrá una porción para mí. A veces me parecerá que son migajas, y a veces me querré comer el pan entero de su palabra, pero siempre habrá maná del cielo por si quiero recibirlo.
“La iglesia es una comunidad de voluntades”, escuché decir una vez. Sí, y es mucho más: es el Cuerpo de Cristo, un medio en que Dios derrama su gracia en los presentes, y a través de ellos al mundo que está perdido sin conocerle. No es toda la experiencia que un creyente necesita, porque es el aspecto público de la adoración a Dios. Todavía de manera imprescindible requerimos la adoración en forma privada, a través de la lectura de la Palabra, la oración y el ayuno, otros medios de gracia provistos por el Señor. Pero dejar de ir a la iglesia es privarme de la comunión de los santos como medio de gracia a mi vida.
Este 2023, año del Sesquicentenario, estamos recordando que hace 150 años -y más, si atendemos a la llegada de los primeros metodistas a México- se iniciaron formalmente los trabajos de la iglesia Metodista, partiendo desde el centro de nuestro país. Una oportunidad para reflexionar personalmente en qué parte del Cuerpo de Cristo soy, y cómo estoy ayudando a la misión que el Señor Jesús me dio en Mateo 28:18-20 -la Gran Comisión, que para muchos ha sido la Gran Omisión de la iglesia-, esto es, hacer DISCÍPULOS, “alcanzar a los perdidos”, regla definida por Juan Wesley para medir la efectividad de una iglesia.
Algunos de los artículos que aparecen en esta edición de la segunda quincena de enero nos invitan a reflexionar sobre lo que ha sido el Metodismo en el pasado (como el que se titula “Desde la Dirección de Archivo e Historia” y las semblanzas de los misioneros Samuel Grafton Kilgore y Robert C. Elliot); otros nos llaman a meditar en qué estamos haciendo para hacer presencia como pueblo metodista insertados dentro de nuestras propias comunidades (como el titulado “Preparados para cuando la muerte llegue” o el escrito “Algunas cosas que podríamos hacer en este Sesquicentenario”). Otros más le dicen a los jóvenes cuánta riqueza hay en la convivencia fraternal dentro de la iglesia (según leemos en “Haciéndolo para la gloria de Dios” y “Capacitaciones Gabinete LMJI Chihuahua”).
En este año también recordamos el inicio de una institución que ha sido semillero de predicadores y misioneros, nacida en 1973: el Seminario Juan Wesley. Parte de su historia es el himno emblema de la institución: lo que se conoce como el Himno del Seminario. Su autor, Pbro. Eleazar Rivera, nos cuenta cómo surgió.
Compartimos igualmente el júbilo de la iglesia Príncipe de Paz en Huixcolotla, Puebla, que celebra su tercer aniversario, la primera iglesia metodista en ese lugar. Y agradecemos a Dios por nuestras instituciones educativas, como la Universidad Madero, de quien tenemos noticias en este número. Todo esto dentro de otros artículos más.
Esperamos que la lectura de estas colaboraciones sea de provecho a nuestros lectores. Les seguimos animando a enviarnos sus comentarios, que siempre, siempre serán recibidos y publicados con mucho respeto.
María Elena Silva Olivares
Directora del periódico El Evangelista Mexicano.