Huyo y me duermo 

Huyo y me duermo 

La historia de Jonás ha dejado de ser un bonito cuento para los niños en la escuela dominical y se ha convertido en una historia verídica de nuestros días. 

Entre  las bancas de nuestras iglesias corrieron desde pequeños muchos jóvenes que ahora se encuentran huyendo de la presencia y de la voluntad de Dios. Son muy variados los argumentos que tienen para ya no querer pertenecer al cuerpo de Cristo: quizás confían en que  hay alguien más que haga el trabajo que a ellos les corresponde; pero la verdad es que dentro del propósito que Dios tiene para la iglesia son importantes. Tal vez otros puedan realizar ciertas funciones supliendo su ausencia, pero ese miembro ausente siempre va hacer falta.

Hombres y mujeres, jóvenes y adultos que un día conocieron el evangelio andan  por el mundo encontrando su propio camino, viviendo su vida; mientras, a su alrededor las tormentas y los fuertes vientos de la violencia y la degradación de la sociedad en la que se desenvuelven no cesan y hasta parecen estar cada vez peor. Ellos duermen plácidamente en la indiferencia del conocimiento de un Dios verdadero, el único capaz de aplacar las más crueles tempestades. 

La gente se pierde a su alrededor y a ellos parece no importarles. Esconden de ellos la verdad de la salvación eterna, paradójicamente confiando en que no la han perdido, sin embargo avergonzándose de conocerla; queriendo ser como cualquiera de ellos que viven sin esperanza y sin Dios, y que tampoco están preocupados por tenerla. 

Mas cuando las oleadas de la lucha y del temor vienen a las  vidas de quienes están a su lado, entonces éstos si son capaces de reconocer a nuestro Dios; y sin importarles nada, en medio de tan tremenda crisis se postran de rodillas suplicando que quienes le conocen sirvan de intermediarios ante  nuestro Señor; ese Señor del cual se han alejado desde hace tiempo. 

Lo maravilloso es cómo Dios, en su infinita misericordia, es soberano para hacer que aquellos que no le conocen confronten con su realidad espiritual a quienes una vez gustaron del don celestial y de esa manera los obliguen a dar una respuesta a su situación actual. Tengamos cuidado de no ser nosotros los responsables de las batallas y tormentas a nuestro alrededor y de la vida de aquéllos con quienes convivimos, porque dura será para nosotros la demanda ante el gran Yo Soy. 

“Pero el SEÑOR lanzó un gran viento sobre el mar y se produjo una enorme tempestad de manera que el barco estaba a punto de romperse. Los marineros tuvieron miedo y cada uno invocaba a su dios. Y echaron al mar el cargamento que había en el barco para aligerarlo. Pero Jonás había bajado al fondo del barco, se había acostado y se había quedado profundamente dormido. El capitán del barco se acercó a Jonás y le dijo: —¿Qué te pasa dormilón? ¡Levántate e invoca a tu dios! Quizás él se fije en nosotros y no perezcamos. Entonces se dijeron unos a otros: —¡Vengan y echemos suertes para saber por culpa de quién nos ha sobrevenido este mal! Echaron suertes y la suerte cayó sobre Jonás. Entonces le dijeron: —Decláranos por qué nos ha sobrevenido este mal. ¿Qué oficio tienes y de dónde vienes? ¿Cuál es tu país y de qué pueblo eres? Él respondió: —Soy hebreo y temo al SEÑOR Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra. Aquellos hombres temieron muchísimo y le preguntaron: —¿Por qué has hecho esto? Pues entendieron que huía de la presencia del SEÑOR ya que él se lo había declarado. Y le preguntaron: —¿Qué haremos contigo para que el mar se nos calme? Porque el mar se embravecía más y más.”  Jonás 1:4-11 RVA2015

Nidia Vázquez
Congregante activa de la Iglesia Metodista “Príncipe de Paz”
Chihuahua, Chihuahua.

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