EDITORIAL

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LOS NIÑOS Y LA TRADICIÓN ORAL

La niñez es vista en la Biblia en parte como condición espiritual. El Señor Jesús nos da la perspectiva de un niño como elemento determinante que debemos tener para entrar al reino de los cielos: “De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Lucas 18:17). Es una condición sin malicia, engaño, hipocresía ni envidia, como dice 1 Pedro 2:1-2, que nos mueve a desear “la leche espiritual no adulterada”. Ser niño es ser inocente, confiado, sin malicia.

Durante la pandemia nuestros templos estuvieron cerrados y una de las cosas que más se extrañaban en ellos era, precisamente, la presencia de los pequeños. Como esposa de pastor recuerdo haber entrado al templo más de una vez los domingos por la mañana, a la hora en que regularmente sería el culto -suplido entonces por los cultos virtuales- y haber sentido la ausencia del vocerío infantil. Gracias a Dios que ese tiempo parece haber pasado ya. Ahora que los tenemos nuevamente en nuestras iglesias, podemos volver a incluirlos en la adoración comunitaria.

En algunas iglesias se acostumbra que los niños llegan al templo directamente a sus clases de escuela dominical, y no participan en ningún momento del culto junto con sus padres. Esto es un error, pues les impide entrar en contacto con esa adoración grupal, en familia, que les permita entender que forman parte de una gran comunidad de creyentes de diferentes generaciones, todos adorando al mismo Dios. Lo deseable sería que los pequeños estén parte del culto al lado de sus padres, y en determinado momento se dé el lugar para que salgan a recibir clases adecuadas a su nivel.

Recuerdo una iglesia donde mi esposo fue pastor hace años y a los chicos no se les pedía estar en el templo durante el culto, pues llegaban directo a tomar sus clases dominicales, que duraban precisamente lo mismo que dicho culto. Lo que sucedió en esa iglesia es que al llegar a la pubertad y adolescencia, en que se esperaría tuvieran ya participación dentro del culto con sus padres, ellos ya no querían entrar y buscaban la manera de salirse del templo. ¿Y por qué habrían de querer estar, si no se les había enseñado desde pequeños a adorar  junto con su familia? Por ello, la instrucción a los niños debe incluir no sólo la adoración privada -enseñarles a orar y a leer la Biblia por sí mismos- sino la adoración pública -que aprendan a leer la Biblia, orar y adorar con creyentes de otras generaciones.

Se han hecho estudios incluso de la bondad de tener coros intergeneracionales, como medio para integración de niños y adultos. En fin, toda la actividad que involucre interacción oral entre niños y adultos, con el fin de buscar JUNTOS la presencia del Señor, trae repercusiones benéficas para la vida de pequeños y grandes. El asunto es no perder de vista la importancia de la tradición oral en la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. Hoy en día hay una apatía de muchos padres para platicar CON sus hijos, cantar CON sus hijos, leer la Biblia CON sus hijos, orar CON sus hijos… en fin, una indiferencia a aprovechar la maravillosa oportunidad de cumplir con lo que establece el Señor desde Deuteronomio 6: 5-7: Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. 6 Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; 7 y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. La tradición oral de los padres ha sido suplantada por lo material, la imagen, otras personas, 

Al celebrar el Día del Niño -y el próximo mes de mayo el Día de la Madre, e incluso en el mes de junio el Día del Padre-, recordemos que de verdad el reino de los cielos es de los niños, pero nosotros somos los que tenemos la responsabilidad de enseñarles al que es el Camino, la Verdad y la Vida, el que dice : “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis..”. Wesley decía a sus misioneros “Ofrézcanles a Cristo”. Como padres, abuelos y/o tutores, aún como miembros de las iglesias, dejemos que los niños vayan a Cristo.

En esta edición hay escritos que hablan de la niñez y la maternidad: “Día del Niño” y “Día de las Madres”, una evocación de recuerdos de estas generaciones. También tenemos a la juventud, representada en la crónica de los décimocuartos Encuentros Juveniles de la Conferencia Anual del Noroeste; y hay un recuerdo cariñoso de una madre que ya partió con el Señor, a cargo de uno de sus hijos, en “Fernanda de Blas Medina”.

La experiencia de la renovación en el Espíritu Santo es para todos, y este año recordamos que hace 50 hubo muchas experiencias de esta visitación en nuestra Iglesia Metodista de México; en un escrito del Pastor Pedro Rivera y otro del exobispo Baltazar González Carrillo tenemos dos testimonios de lo que fue esa experiencia gloriosa, que no debemos conformarnos con ver a la distancia, sino buscarla mediante la oración, la lectura de la Palabra, el ayuno y otros medios de gracia que el Señor nos da.

Recordamos también que el primer domingo de mayo es el Día del Matrimonio Metodista y se nos da una breve reseña de lo que ha sido el trabajo en los Grupos de Matrimonios a nivel nacional. También tenemos el testimonio de la Iglesia Metodista de Tzomantepec, colaboración de la Dirección del Archivo e Historia Metodista. Y una seminarista próxima a graduarse nos comparte su testimonio en “Un día cuando el sol brillaba pleno llegué a este lugar lleno de fe”. Y continuamos con la visión de las “Prominentes y Distintivas Doctrinas del Metodismo”.

Les invitamos a leer también las buenas noticias de una de nuestras instituciones educativas, la Universidad Madero, así como la sección Noticias Internacionales, con vistazos del quehacer de hermanos en la fe de otros países. 

La Biblia dice en repetidas ocasiones: “Oye, hijo mío”. Que nuestros hijos nos puedan oír y que de nuestra voz salgan directrices para que ellos puedan encontrar al mismo Señor que nosotros hemos hallado.

Sinceramente,
María Elena Silva Olivares.