
Jesús lloró conmigo y… guardó silencio
Abner Alaniz Rangel
Con mi afecto y respeto, para los pastores… que realmente lo son.
Estimado lector, ¿Ficción? ¿Realidad? Saque usted su conclusión.
Los favorables comentarios que me han hecho llegar me estimulan para utilizar la pluma y,a propósito de la cuarentena, sacarla del tintero desde donde se luce y expresarle mi sentir, para estimularte hacia la realización plena de tu vida a pesar del COVID-19. ¡ANIMO! Tú, como yo, tenemos familia. La esposa nunca imaginó lo que era tener a un esposo por pastor, y los hijos, a un pastor por padre. Ese desconocimiento hace más compleja nuestra relación intrafamiliar; sin embargo, bien que mal ponemos lo mejor de nuestro esfuerzo por salir adelante, darles lo necesario. Pero… quizá más de una vez, tú como yo, si eres sincero, hemos llorado de angustia e impotencia y más de una vez hemos querido abandonar el ministerio o hemos renegado de la iglesia, de nuestras autoridades y, en el peor de los casos, hasta de Dios.
Dios ha puesto en mi corazón esa carga. Puedes llamarla tontería, presunción o como quieras, pero lo que sí no me puedes negar, es que muchas veces somos los seres más solos, pese a la familia y a la congregación que pastoreamos. Mira a tu alrededor, es difícil tener amigos, pues quienes así se proclaman son los primeros en darte la puñalada por la espalda, en acusarte ante el superintendente o ante el Obispo.
Si lo deseas puedes darme temas sobre los cuales quieras que haga motivo de mi comentario.
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