La Venida de Jesús al Mundo
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¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo! que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la venida de Jesús al mundo, y por su resurrección de los muertos; para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en el cielo para nosotros, los que somos guardados por el poder de Dios mediante la fe, para la salvación que está lista para ser manifestada en el tiempo postrero, en lo cual nosotros en esta época de adviento y navidad, mucho nos alegramos, aunque al presente por un poco de tiempo, si es necesario, estemos afligidos por diversas pruebas, para que la prueba de nuestra fe, mucho más preciosa que el oro que perece, aunque sea probado con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra, en la manifestación de Jesucristo, a quien amamos sin haberle visto; y en quien creyendo, aunque al presente no lo veamos, nos alegramos con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de nuestra fe, que es la salvación de nuestras almas (1ª Pd 1:1-9).
La venida de Jesucristo al mundo no fue un suceso fortuito ni tampoco un acto divino planeado hace apenas unos dos mil años, como otro de los intentos de Dios para redimir al hombre, luego que este cayó de su gracia al pecar Adán. Tampoco fue ideado como solución al intento fallido del hombre por justificarse tratando de cumplir la perfecta ley de Dios dada por Moisés, o sea el Antiguo Pacto. La Biblia enseña que el Mesías vino como consecuencia de un plan de redención planeado desde antes de la fundación del mundo. La Biblia dice que los profetas que profetizaron de la gracia destinada a nosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano, el nacimiento virginal de Jesús, los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora nos son anunciadas por los que nos han predicado el evangelio, por el Espíritu Santo enviado del cielo.
Debemos pues saber y estar conscientes que fuimos rescatados de nuestra vana manera de vivir, la cual recibimos por herencia adámica de nuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor a nosotros. A diferencia de la sangre de los animales que expiaban (cubrían) el pecado, Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1ª Pd 1:10-20; He 10:4; Jn 1:29). La Biblia enseña que Dios Hijo, el Creador y Sustentador de todas las cosas, y porque de tal manera amó Dios al mundo pecador, a su debido tiempo, y con el fin de ser un sustituto aceptable y suficiente ante Dios Padre, que pudiera cumplir por nosotros perfectamente el antiguo pacto, y pagar en forma satisfactoria por todos nuestros pecados, se despojó a sí mismo de su inmensidad, omnisciencia, omnipresencia, y otros privilegios divinos, para poder hacerse en todo semejante a los humanos, cumplir perfectamente la ley de Dios, librarnos de la maldición que cae sobre todos los que no la cumplen; y con su sacrifico propiciatorio en la cruz, su sangre derramada, y su resurrección, consumar nuestra salvación.
Así, cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley en el portal de Belén en Navidad, para que redimiera a los que estaban bajo la ley, a fin de que todos, por la fe en Jesucristo, recibiéramos la adopción de hijos. La Biblia dice: Porque todos los que son de las obras de la ley están bajo maldición. Porque escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente; porque: El justo por la fe vivirá, y la ley no es de fe, sino que dice: El hombre que las hiciere, vivirá en ellas.
¡Gloria a Dios! Porque Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque escrito está: Maldito todo aquel que es colgado en un madero), a fin de que la bendición de Abraham viniese sobre los gentiles a través de Jesucristo; para que por la fe recibamos la promesa del Espíritu.
¡Bendito sea Dios! Porque a nosotros, que estábamos espiritualmente muertos en pecados y en la incircuncisión de nuestra carne, nos dio vida juntamente con Él, perdonándonos todos los pecados; anulando el acta de los mandamientos que había contra nosotros (la Ley), que nos era contraria, quitándolo de en medio y clavándola en la cruz; y despojando a los principados y a las potestades de satanás, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. Por tanto, nadie nos juzgue más, en comida o en bebida, o respecto a días de fiesta, o de luna nueva, o de sábados (Col 2:13-16). Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, el cual es Cristo. Y esto digo: El pacto antes confirmado por Dios en Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no le anula, para invalidar la promesa. Porque si la herencia fuera por la ley, ya no sería por la promesa por la fe de Jesús; y si se hubiera dado una ley que pudiera vivificar, la justicia verdaderamente habría sido por la ley. Mas Dios (la justificación y salvación), la dio a Abraham por la promesa, para los que creen. De manera que la ley fue nuestro ayo para traernos a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe. Mas venida la fe, ya no estamos bajo ayo porque todos somos ahora hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, de modo que ya no hay judío ni griego o gentil; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos nosotros somos uno en Cristo Jesús. Y si nosotros somos de Cristo, entonces simiente de Abraham somos, y herederos conforme a la promesa (Ga 3:10-29).
Por eso dice la Biblia que Cristo, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, obtuvo eterna redención. Por esto es que Él es mediador del Nuevo Pacto, para que interviniendo muerte para la redención de las transgresiones que había bajo el primer pacto (el de la ley mosáica), los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Así fue como todos los héroes de la fe del Antiguo Testamento (mencionados por ejemplo, en Hebreos 11), aunque obtuvieron buen testimonio mediante la fe, no recibieron la promesa de salvación, hasta que vino Cristo; proveyendo así Dios una propiciación mejor para nosotros (la salvación por gracia), de tal manera que no fueran ellos justificados, salvados, y perfeccionados, aparte de nosotros (He 9:11-15 y 11:39-40).
La Biblia es muy clara al decirnos que aparte de Jesús, (el Salvador que vino al mundo en la primera Navidad), en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Así, nosotros entendemos que aunque todos nosotros nos descarriamos como ovejas, y cada cual se apartó por su camino, Dios Padre cargó sobre Jesucristo, todos los pecados de antes, durante, y después de Cristo, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Hechos 4:12; Is 53:6; Jn 3:16).
¡Alabado sea Dios! Porque precisamente para eso, es que dice la Biblia que Jesucristo, siendo Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que estuvo dispuesto a hacerse en todo semejante a los humanos, siendo concebido, engendrado, y dado a luz por María en la primera navidad, como uno de ellos. Y más aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. ¡Gloria a Dios porque la sangre de Jesucristo, Dios Hijo, nos limpia de todo pecado! Y porque todo aquel que cree en Él, y le acepta, recibe y confiesa como Salvador, no se pierde, más recibe gratuitamente (por gracia), el regalo de la vida eterna (Ga 4:4, 5; Jn 1:1, 2, 3, 12, 14; Fil 2:6 al 8; He 2:14; 1ª Jn 2:1,2; Jn 3:16).
¡Gloria a Dios en las alturas! Porque hoy celebramos que nació en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor. Por tanto, aunque por las obras de la ley de Dios dada por Moisés, ninguna persona será justificada delante de Él; porque por la ley es el conocimiento del pecado; ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios testificada por la ley y los profetas, y que es por la fe de Jesucristo, ha sido manifestada para todos los que creen; porque no hay diferencia; por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios; siendo justificados gratuitamente por su gracia mediante la redención que es en Cristo Jesús; a quien Dios ha puesto como propiciación (sacrificio suficiente, aceptable, y satisfactorio ante el Padre), por medio de la fe en su sangre, para la remisión de los pecados pasados (los del antiguo pacto), y para manifestar su justicia en este tiempo; para que Él sea justo, y el que justifica al que cree, acepta, recibe y confiesa como su Salvador a Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿De las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos pues, que el humano es justificado por fe en Jesús, el Mesías prometido, sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No lo es también de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles. Porque uno es Dios, el cual justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe, a los de la incircuncisión. ¿Entonces invalidamos la ley por la fe? ¡En ninguna manera! Antes confirmamos la ley que Jesús cumplió perfectamente (Ro 3:20-31).
¡Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y ha redimido a su pueblo y nos levantó un poderoso Salvador en la casa de David su siervo! Tal y como lo prometió por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio del mundo, y todo para que nuestra fe y esperanza sean en Dios, por quien hemos sido renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque toda carne es como la hierba, y toda la gloria del hombre como la flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; mas la Palabra del Señor, que es la Biblia, permanece para siempre. Y ésta es la palabra que por el evangelio nos ha sido predicada, y la cual nosotros proclamamos: Que si confiesas con tu boca al Señor Jesús como tu único y suficiente Salvador, y crees, aceptas y recibes en tu corazón al que Dios resucitó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificados (declarados justos ante Dios por los méritos del sacrificio de Jesús); mas con la boca se hace confesión para salvación. Porque la Escritura dice: Todo aquel que en Él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego o gentil; porque el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan. Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo (Lc 1: 68- 70; 1ª Pd 1:21-25; Ro 10:9-13).
¡Gloria a Dios! ¡Festeje la Navidad! Y dele muchas gracias a Dios por la venida de Jesús el Salvador, al mundo. AMEN. ASI SEA.


Amen! Regocijémonos por su misericordia, pues por gracia somos salvos!
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De acuerdo, es Navidad, fiesta relacionada con el anuncio angélico, «Os doy nuevas de gran gozo…»
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