
EDITORIAL
La hora de nuestra libertad
Martin Larios Osorio
Ya hace 210 años que México levantó la voz para pronunciarse en el concierto mundial como Nación Soberana. Fue aquel 16 de septiembre de 1810 cuando un grupo de valientes hombres levantaron su voz y sus armas en contra de la opresión que significaba la colonia española. No sólo en términos políticos sino, sobre todo, en términos sociales y humanos.
Cuando aquellos hombres pensaban en libertad, sabían exactamente a qué se referían, porque vivían en carne propia la esclavitud, la discriminación, la vejación, la violación a su dignidad y la desesperanza, todos los días de su vida, y sin ninguna perspectiva futura para sus hijos. Ese día, se escuchó el mensaje de Miguel Hidalgo y Costilla, que en su parte medular dijo:
“Mis amigos y compatriotas: No existe ya para nosotros ni el rey ni los tributos. Esta gabela vergonzosa que sólo conviene a los esclavos, la hemos sobrellevado hace tres siglos como signo de la tiranía y servidumbre; terrible mancha que sabremos lavar con nuestros esfuerzos. Llegó el momento de nuestra emancipación; ha sonado la hora de nuestra libertad; y si conocéis su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos. Pocas horas me faltan para que me veáis marchar a la cabeza de los hombres que se precian de ser libres. Os invito a cumplir con este deber. De suerte que sin Patria ni libertad estaremos siempre a mucha distancia de la verdadera felicidad. Preciso ha sido dar el paso que ya sabéis, y comenzar por algo ha sido necesario. La causa es santa y Dios la protegerá. Los negocios se atropellan y no tendré, por lo mismo, la satisfacción de hablar más tiempo ante vosotros. ¡Viva, pues, la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la América, por la cual vamos a combatir!”.
El 14 de septiembre de 1813, José María Morelos y Pavón pronunciaba los Sentimientos de la Nación y en su punto 15 citaba: “que la esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud”.
Más de dos siglos después, México sigue con este anhelo de libertad y no discriminación. Sin embargo, todavía tenemos mucho que luchar y construir. Nuestro país sigue siendo ocupando uno de los primeros lugares del mundo en la comisión de los delitos de violencia sexual y trata de personas. Existen cifras impresionantes que no acaban de sacudirnos la conciencia y derribar los estereotipos que posicionan a las mujeres como meros objetos que pueden lastimarse y destruirse en la mayor impunidad.
Nos dolemos y denunciamos la desaparición de nuestras hermanas Judith Fernández Cruz y su hija Sara Matus Fernández, congregantes metodistas de la Iglesia de Cuautla, Mor., quienes se encuentran desaparecidas desde el pasado 4 de septiembre.
Ya pasaron doscientos 200 años y como nación no hemos hecho lo suficiente para acabar con la esclavitud de las mujeres; al contrario, pareciera que la alentamos, perpetuamos y hasta permitimos se perfeccionen sus formas.
Debemos articular esfuerzos y trabajar por construir todavía la justicia que requiere México. No una justicia meritocrática, dando “a cada quien lo que merece”, sino una justicia restaurativa. No la que busca el castigo, que nos correspondería de acuerdo a nuestros actos, sino aquella que es capaz de recrear el corazón del hombre y de la mujer, haciéndoles verdaderamente libres. Nuestra edición de El Evangelista Mexicano de hoy, 15 de septiembre de 2020, está dedicada a contribuir desde este foro, con esa misión.
Que viva México. Hoy y siempre, porque «en el cielo tu eterno destino, por el dedo de Dios se escribió».