Verdaderamente Libres

Verdaderamente libres

Alan Sánchez Cruz

Dios te bendiga. El tema de hoy es apropiado ya que septiembre es conocido en nuestro país como el mes patrio. A pesar de que en la época reciente este mes ha adquirido una carga de tristeza, angustia, pánico por los sismos de 1985, 2017 y otros de menor magnitud, los gestos solidarios de mujeres y hombres que se mostraron a partir de dichos movimientos telúricos son gestos esperanzadores para la humanidad. Recuerdo que en 2017 se llegaron a citar textos como el Salmo 46:1-3, que en la traducción Dios Habla Hoy dice:

«Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza; nuestra ayuda en momentos de angustia. Por eso no tendremos miedo, aunque se deshaga la tierra, aunque se hundan los montes en el fondo del mar, aunque ruja el mar y se agiten sus olas, aunque tiemblen los montes a causa de su furia».

Septiembre, como lo anticipaba, es un mes que a mexicanas y mexicanos nos recuerda, en particular, la gesta libertaria que culminaría con una nación independiente. Haciendo un repaso histórico, el entonces virreinato de la Nueva España comenzaría a tambalearse una vez que Francia invadió España en 1808. Esto provocaría una crisis política que desembocaría en el movimiento armado. En aquel año, los reyes Carlos IV y Fernando VII abdicaron sucesivamente en favor de Napoleón Bonaparte, que cedió la corona a José Bonaparte, su hermano. Como respuesta, México reclamó su soberanía a falta de un rey legítimo. Hubo un golpe de estado contra el virrey y los cabecillas fueron encarcelados. No obstante la derrota criolla, en distintas ciudades de la Nueva España como Valladolid y Querétaro surgían movimientos de insurrección. Muchos eran privados de su libertad, y más de uno vio la necesidad de un levantamiento armado. Este se dio cuando, al ser descubiertos, un hombre de fe llamó a indígenas y campesinos del pueblo de Dolores (Guanajuato) a tomar las armas el 16 de septiembre de 1810: el cura Miguel Hidalgo.

Si bien se desconoce su rostro, de Hidalgo se han hecho representaciones diversas. Lo vemos en libros, billetes y estatuas, y se le conoce como un líder gallardo, valeroso. El escritor, político e ideólogo liberal, Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, decía de él: “Hidalgo no fue un visionario. Hidalgo no fue un impostor. Hidalgo no fue un ambicioso. Hidalgo fue un libertador. Él dijo al pueblo: sé soberano” [1].

Este hombre, además, leía la Biblia. Era un religioso letrado, ya que conocía el inglés, italiano, francés, otomí, tarasco y náhuatl. Sus saberes le acercaron a la Enciclopedia francesa, así como a la Biblia francesa de Vence, traducida de la Vulgata Latina. Con auxilio de la Biblia, explicaba su idea de la Divinidad de la siguiente manera:

«Es la teología una ciencia que nos muestra lo que es Dios en sí, explicando su naturaleza y sus atributos y lo que es en cuanto a nosotros, explicando todo lo que hizo por nuestro respeto y para conducirnos a la bienaventuranza… Esta sola definición de la teología muestra claramente que no hay otra manera de adquirirla sino ocurriendo a las Sagradas Escrituras» [2].

Su inteligencia y propuesta de liberación hizo que se ganara enemigos, quienes, al ver la oportunidad, le acusaron ante la Inquisición mexicana. A partir de ese momento, el Santo Oficio comenzó a investigarlo hasta el decreto de su excomunión por un Obispo de la época. El llamado Padre de la Patria promovía la idea de independencia entre los suyos, inspirado en el deseo de Dios por darle a su pueblo verdadera libertad. Eso leyó en la Biblia, y seguramente fortalecían su fe los relatos como el de Josué cuando el Señor le exhortaba: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes” [3].

Uno de los más grandes ejemplos de aquel Dios que liberó a su pueblo de la esclavitud es el pasaje del éxodo. El pueblo de la Biblia dejaba atrás Egipto para adentrarse en el desierto y dirigirse a Canaán, su tierra prometida. Para los hebreos, llegar a Canaán y tomar aquel lugar como suyo representaba no solamente una latitud distinta, sino dejar de ser siervos errantes para tener un territorio propio, donde no serían más extranjeros y poseerían la tierra que, según los espías, era ese lugar perfecto donde brotaban la leche y la miel. Todo eso se los había otorgado Dios, pero antes tuvieron que luchar para obtenerlo.

Ya en el Evangelio, el líder libertario que tenía como herencia el ejemplo de mujeres como Débora y Ester, y de hombres como Moisés y el mismo Josué, movía multitudes por medio del ideal de una libertad distinta, verdadera. La provincia de Judea tenía, aparentemente, un territorio, que no le pertenecía del todo al tener que pagar tributo constantemente al Imperio Romano. Este último les ofrecía paz, pero una paz -o pax– condicionada. Una persona común, un obrero, un artesano, vivía al día, pagando sus impuestos al Imperio, y, además, a la Institución religiosa. Imaginemos el ansia de la gente por la llegada del Mesías que, en el imaginario colectivo, quitaría su yugo político y religioso e impondría un nuevo régimen. A pesar de que el arribo de Jesús no convenció al interés de todos, él afirmó:

Les aseguro que todos los que pecan son esclavos del pecado. Un esclavo no pertenece para siempre a la familia; pero un hijo sí pertenece para siempre a la familia. Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes serán verdaderamente libres. Ya sé que ustedes son descendientes de Abraham; pero quieren matarme porque no aceptan mi palabra. Yo hablo de lo que el Padre me ha mostrado; así también ustedes, hagan lo que del Padre han escuchado» [4].

Hermana, hermano, ¿qué has escuchado del Padre? Hoy enfrentamos una realidad que nos hace preguntar si realmente somos libres e independientes; con las empresas transnacionales que amenazan a los pequeños negocios, como cuando un pez grande quiere comerse a uno pequeño; con los feminicidios a la vuelta de la esquina, cuando en México son asesinadas un promedio de diez mujeres al día; con asesinatos hacia agresores en el servicio público, ya que el gobierno -de cualquier nivel- no puede ofrecerle seguridad a sus gobernados, en cambio, gente que está en el poder acumula capital a manos llenas. Además, como pueblo Metodista nos enteramos en la semana de una noticia lamentable, de una familia víctima de la violencia en el Estado de Morelos. ¿Qué sucede en nuestro país? ¿Qué sucede en el mundo?

En México, honramos la vida de mujeres y hombres que, como repiten las arengas, “nos dieron Patria”. Altagracia Mercado, Josefa Ortiz “la Corregidora” Téllez-Girón, Leona Vicario, Mariana Rodríguez del Toro, María Ignacia “la Güera” Rodríguez de Velasco, Ignacio Allende, Vicente Guerrero y los religiosos José María Morelos y Pavón, y Miguel Hidalgo y Costilla, entre otros, merecen reconocimiento por luchar hasta la muerte por el bien común. Nuestra deuda es enorme hacia quienes participaron en las luchas libertarias y/o revolucionarias. Actualmente hay motivos por los cuales debemos continuar luchando en cuanto a los ámbitos social, político y religioso.

No todo ha de limitarse a la oración, aunque este es un medio de gracia que conforta y es útil para preguntarle al Señor qué tipo de participación demanda nuestra realidad para que seamos verdaderamente libres. Regreso a las palabras de Jesús: “Yo hablo de lo que el Padre me ha mostrado; así también ustedes, hagan lo que del Padre han escuchado”, y te pregunto nuevamente, hermana, hermano, ¿qué has escuchado del Padre? Que el Señor te otorgue bendición en esta semana y te dirija a hacer su voluntad.


NOTAS

  1. Ernesto de la Torre Villar, La inteligencia libertadora: Esbozos y escorzos de don Miguel Hidalgo (México, UNAM, 2004), 36.
  2. “Disertación sobre el verdadero método de estudiar Teología Escolástica. Compuesta por el Br. Don Miguel Hidalgo y Costilla”. Universidad Michoacana, 1958; El Dios de Nuestros Libertadores, Luis de Salem, Editorial Caribe 1977, pág. 57; en José Luis Montecillos Chipres, México ante la Biblia (México, ECV, 2011), 53.
  3. Josué 1:9 Reina Valera Revisión 1960 (RVR 1960).
  4. Juan 8:34-38 Dios Habla Hoy (DHH):