Notas sobre la santidad en Juan Wesley
Leonel Iván Jiménez Jiménez
Los tiempos que vivimos parecen demasiado turbulentos como para hablar de la santidad. Este concepto que no se logra entender, y que Wesley padeció por las confusiones que provocó, parece tener rudos significados que nos separan cada vez más. La santidad se ha identificado con el guardar la “sana doctrina” bíblica, también con la defensa de postulados teológicos y, como se ha destacado en este tiempo, con la adhesión a un código moral determinado. Sin embargo, la santidad también se ha entendido de otras maneras: el salir a las calles en apoyo a una causa, el trabajo a favor de las comunidades marginadas o la denuncia de corrupciones y violencias. Sin duda, cada persona tiene una manera de entender la santidad afín a su historia personal y contexto, al entendimiento del mensaje bíblico y a los particulares intereses. El problema principal no está en la diversidad de miradas que la iglesia pueda tener respecto a la santidad, sino en las divisiones que se generan, pues hemos demostrado como iglesia cristiana que no sabemos manejar las diferencias.
Vivimos tiempos violentos, ya sea en las calles o en las redes sociales. El miedo al presente y la incertidumbre sobre el futuro provocan la explosión de la violencia. Actuamos por instinto, sin tomar tiempos de pausa para la reflexión. Las palabras y las acciones son violentas porque no se da un tiempo para pensar, para reflexionar y, afirmamos como creyentes, para orar. Por lo tanto, en tiempos de graves diferencias es necesario retomar el concepto de santidad, marca vital para las iglesias de tradición wesleyana.
En estas breves notas, que no pretenden ser exhaustivas para un tema de gran calado como este, tenemos como objetivo esbozar el concepto de santidad en Juan Wesley desde la tradición cristiana de oriente que tanto amó y tanto influyó en su pensamiento, además de hacer especial énfasis en la manera en que Wesley pensó el diálogo entre quienes tienen diferencias, salvaguardando la santidad y el objetivo del camino cristiano: el amor pleno.
Santidad en la tradición oriental
Juan Wesley abrevó profusamente de la patrística para la elaboración de su teología, por lo que se vuelve necesario retomar algunas de las ideas expuestas en esta tradición referente a la santidad.
Cuando Adán decide rechazar a Dios en el Edén significó el rechazo de la santidad. Rechazó el vínculo con Dios en el deseo de proclamarse como dios de sí mismo y, por lo tanto, como la explicación final de su propia existencia. En su “caída” se rompe el vínculo entre santidad y comunidad, el cual sólo se encuentra en la Trinidad. Dios queda como el Totalmente Otro, un ser único, pero ahora inalcanzable por la ruptura en la comunión que tuvo lugar en Adán.
La única manera de tener una relación con el Otro -Dios- es a través de Cristo. Tal es el misterio de Cristo: que el ser humano puede tener comunión con Dios a través de él. En la patrística, la comunión con Dios en Cristo tiene un componente esencialmente individual: aquel que entra en comunión con Dios se vuelve único porque Dios es Aquel que es completa y radicalmente único, el Totalmente Otro. La relación con Cristo está marcada por el amor y es perfectamente íntima. Es un encuentro personal porque Cristo es el Ser personal y relacional por excelencia. Tan importante es esta dimensión personal de la relación con Dios (la santidad) que se consideró que no hay mayor santidad que la persona que es perfectamente única. Esto se demuestra en la gran diversidad de la iglesia, en la que cada persona es única, irreproducible e irremplazable.
Se suele identificar a la santidad como la perfección moral, sin embargo, la santidad es singularidad que se manifiesta en comunión con otros. La persona que vive en santidad es aquella que se encuentra como única e irrepetible y que se relaciona con Cristo (el único Santo) de una manera personal y única. La persona que vive en santidad es aquella que se encuentra como singular, única, irrepetible e irremplazable unida a Cristo, el Santo, el Ser personal (único).
La persona santa requiere del otro y el Otro. La santidad no es objetiva, determinada por un concepto, sino relacional. El otro es la condición para la santidad. Luego de establecer la relación con Dios en Cristo que hace de la persona un ser único, irremplazable y singular, pasamos al aspecto relacional de la santidad. La santidad requiere de relaciones porque es el otro quien sirve como el fin o referencia de la santidad. La persona santa es singular según hemos dicho, pero cuando se relaciona con la comunidad de los santos la singularidad propia y ajena (las diferencias que ha entre personas) deja de ser un asunto divisivo, sino algo indispensable. En la comunidad de los santos, la iglesia, la singularidad es la base de la diversidad de dones. En otras palabras, las diferencias entre creyentes son, en realidad, aspectos de la santidad en cuanto la singularidad de cada persona y, por lo tanto, son indispensables para la vida de la iglesia. En términos de la santidad en la tradición patrística, al respetar la santidad del otro se está respetando su singularidad que me es indispensable.
Santidad en Juan Wesley
En la teología de Juan Wesley, la santidad está identificada con el amor. Si bien la santidad implica la recuperación de la imagen de Dios en el ser humano, esta se encuentra identificada con la “mente de Cristo”, por lo que está relacionada con el amor. La santidad pasa de ser una relación entre Dios y el individuo a ser una experiencia entre Dios, el individuo y el prójimo, pues mientras Dios se encuentre en el centro de la vida, el ser humano es capaz de amar tanto a Dios como al prójimo.
Contrario al entendimiento de la santidad como una moral de prohibiciones, Juan Wesley no considera la santidad como aquella caracterizada por lo que el cristiano no es o no hace. Hay un carácter positivo en la santidad wesleyana: el cristiano se caracteriza por su ser y hacer. Por lo tanto, si la santidad cristiana se muestra en el ser y hacer, entonces no sólo es una experiencia del individuo, sino también una experiencia horizontal: es relacional, dirigida a la comunidad. La santidad es la experiencia de la recta relación con las otras personas, y la única relación interpersonal que es recta es aquella que está cimentada, movida y tiene frutos en el amor.
Si bien Wesley comenta y enlista algunas prácticas que no recomienda, el punto central de la vida en santidad está en la relación entre Dios y el prójimo. No se puede comprender la santidad si no se percibe en obras afirmativas, por lo que el ser cristiano está demostrado en su hacer. Para Wesley la santidad es un proceso que el cristiano debe andar luego de ser justificado. La santidad no está presente de manera plena en el cristiano, sino que es una “perfección que se perfecciona” (teleiotes), una noción inspirada en la tradición cristiana de oriente referente a una interminable aspiración por la plenitud del amor, según explica Albert Outler.
La justificación no es la meta en la obra que Dios realiza en el ser humano, sino la apertura de la vía cristiana, la cual está marcada por la meta que es la entera santificación. Como parte del proceso, la santificación se muestra de manera dialéctica. Tiene un aspecto negativo que es la purga de todo elemento que separa al ser humano de Dios y tiene un aspecto positivo: el amor, que es la meta suprema de la vida dirigida por la fe. Si el aspecto negativo tiene un eventual límite, cuando todo lo que es contrario a Dios sea purgado, el aspecto positivo -el amor- sólo puede crecer. No tiene límites: el amor siempre ha de estar en crecimiento. En consecuencia, la prueba de la vida cristiana no está en la citación de una serie de doctrinas o en algún elemento espiritual, sino en la práctica del amor.
Juan Wesley no escapó de los conflictos en que se vio envuelto, ni tampoco se negó a dar respuesta a la complejidad de las diferencias personales y de grupo. De manera especial, en un entendimiento de la santidad como el suyo, es vital el hablar sobre las diferencias de opinión, culto y práctica cotidiana. Lo más importante de su visión sobre el manejo de las diferencias entre cristianos lo resumen en sus notas a 1 Juan 4.21:
Y nosotros tenemos este mandamiento de él: de Dios y de Cristo. él que ama a Dios, ame también a su hermano: a todos y cada uno, sean cuales fueren sus opiniones o sus formas de adorar, simplemente porque es un hijo de Dios y lleva su imagen. La intolerancia es precisamente la ausencia de este amor puro y universal; el fanático ama solamente a los que adoptan sus opiniones y aceptan sus formas de culto; y los ama por eso y no por amor de Cristo.
Debe existir una manera de mantener a las y los cristianos en santa unidad en medio de las violentas disputas que suelen surgir entre el pueblo de Dios. Juan Wesley no oculta esa realidad, ni la subestima, sino que trata de trabajar con gran esfuerzo y firmeza en el asunto. En su Carta a un católico romano, Juan Wesley recomienda cuatro elementos que debe tener una relación entre quienes piensan y practican diferente.
1. No lastimarnos. Para Wesley un elemento esencial es el cuidado mutuo que los creyentes, aún en sus diferencias, pueden tener entre ellos. Es necesario desear y defender el bienestar del otro.
2. No hablar con dureza unos de otros y decir sólo las cosas buenas que encontremos en el otro. Desde una perspectiva novedosa, Wesley afirma a la ternura como lenguaje que debe prevalecer entre quienes opinan diferente. La ternura, que puede ser entendida como el trato hacia el otro mediante la gentileza de las formas, implica el deseo y la acción de cuidar al otro. Contraria a la violencia verbal o física del intolerante, la ternura surge de la ética de las formas, la cual procura que los gestos y acciones hacia el otro sean promotoras de vida y comunidad.
3. No albergar malos pensamientos ni sentimientos hostiles el uno hacia el otro. La educación de los temperamentos hacia los demás es fundamental en Wesley, quien siempre une el amor a Dios y al prójimo. La vida equilibrada, buscada en la tradición wesleyana, abarca la manera en que se debe dirigir hacia el prójimo no sólo en término de sus acciones, sino también de los pensamientos y emociones que se guardan. El combustible de la violencia está en el interior, tal como lo plantea Wesley, que sin remedio aparente se ha de manifestar en acciones que atentan en contra de la vida de los otros.
4. Ayudarnos mutuamente en toda obra que anticipe el reino. Las diferencias han de persistir en las iglesias y entre las iglesias. Sin embargo, no todo es divergente: hay opiniones, prácticas y consideraciones que son comunes. Es a partir de lo común de donde se puede generar la solidaridad para realizar las obras que anticipen la plenitud del reinado de Dios.
Es importante destacar que Wesley no busca eliminar las diferencias. Bajo la influencia de la teología cristiana de oriente sabe que Dios ha deseado que cada creyente viva su singularidad y se sume a la comunidad creyente, la comunidad de los y las diferentes. Estos lineamientos que propone no son sólo para las diferencias entre iglesias, sino también son perfectamente aplicables para las diferencias en una iglesia local o una denominación. La meta del diálogo en santidad -en amor- no es la eliminación de lo que es diferente, sino el lograr la capacidad de mantener el camino cristiano en unidad y en las diferencias que puedan existir.
¿Cuál es la meta de nuestra tradición wesleyana?
Por diversas influencias ajenas al espíritu wesleyano, la santidad se ha convertido en una especie de panóptico: un concepto que vigila cada aspecto de la vida, no para llevarla al amor pleno, sino para castigar cualquier indicio de indisciplina. El brevísimo esbozo que hemos hecho de la santidad en Wesley y en la tradición que le inspiró, nos permite observar que el corazón del camino cristiano en la tradición wesleyana no es el salvaguardar una serie de estatutos o un conjunto doctrinal específico, sino la perfección cristiana en el amor. El corazón de la tradición wesleyana está en su meta: la vida en el amor pleno con Dios y con el prójimo.
Si este es el corazón de la tradición wesleyana, entonces las iglesias que se dicen inspiradas por Wesley se han de someter al examen del amor. Como iglesia metodista no se nos evalúa por la precisión dogmática, ni por la defensa de una tradición litúrgica, ni tampoco por salvaguardar un orden jerárquico, sino por la práctica del amor. Dicho de otra manera, el examen de nuestra doctrina, nuestra estructura y nuestra liturgia está solamente en el amor, en la santidad del trato mutuo. En tiempos convulsos, la evaluación de la iglesia de tradición wesleyana está en su capacidad de acercarse en medio de las diferencias, escucharse mutuamente y hablar con ternura, en la nobleza de nuestras intenciones y en el descubrimiento de lo común como fundamento para la solidaridad en la tarea de obrar según el reinado de Dios.
Esto no es todo. Si hemos de tomar en serio el vigor de la santidad según la teología wesleyana, entonces también habremos de rescatar lo que la tradición de oriente informó a Wesley: la santidad lleva a la singularidad de cada creyente que en la iglesia -la comunidad creyente- se vuelve indispensable y una riqueza otorgada por Dios. Es así como aún las singularidades que pueden parecer más divisivas encuentran lugar en la iglesia de tradición wesleyana, pues tenemos como objetivo el camino hacia el amor en plenitud. Esto ha de traer grandes desacuerdos, pero mientras se tenga por indispensable al prójimo, entonces seguiremos con firmeza en el camino de la santificación que tiene como meta el amor pleno demostrado en las relaciones.
Pensar en la santidad de la iglesia es afirmar sin temor y sin reservas que en la iglesia wesleyana hay espacio para quienes se asumen como conservadores, para las feministas, para los que buscan nuevas formas de experimentar su masculinidad, para quienes se nombran liberales y para los que se tienen por fundamentales; para las comunidades de la diversidad sexual, para quienes se agrupan como neutrales en ciertos temas y para quienes se apasionan por algunas causas. Y sí, también hay lugar para quienes no desean dar su opinión sobre uno u otro tema. Es así porque confesamos que cada persona que ha sido justificada también ha sido puesta en el camino de la santidad plena, y que esa santidad le ha forjado como una singularidad puesta en la comunidad creyente, por lo tanto, indispensable pues es riqueza de Dios dada a la iglesia.
¿Cuál es la meta de la tradición wesleyana? Mostrar al mundo que es posible emprender el camino del amor sin límites y que ese camino -como la salvación- ha iniciado desde ahora. Todas y todos somos indispensables en la iglesia santa.