Alan Sánchez Cruz
Mayo de 2021
Fueron vastos los esfuerzos de la Iglesia Metodista Episcopal (IME) e Iglesia Metodista Episcopal del Sur (IMES) para establecer la misión en México, mismos que se vieron amenazados por voluntades ajenas. Así como se adquirieron templos importantes en el norte y centro del país, hubo propiedades que se perdieron, debido a los acontecimientos de la Revolución Mexicana, el Plan de Cincinnati, el fanatismo en contra de la religión protestante, entre otros. La congregación de Coatlinchán, Estado de México, fue una de las afectadas por esta última razón.
Su templo fue construido en el pintoresco pueblecito de Coatlinchán, al sur del municipio de Texcoco. En el libro Bodas de diamante del metodismo en México 1873-1948, puede leerse lo siguiente:
Otro de los trabajos más antiguos pues el templo se construyó en 1883; la congregación se ha mantenido con mucha dificultad hasta que por fin el año pasado se desató una terrible persecución contra los evangélicos; instigados por el cura de la localidad, los fanáticos incendiaron el templo y la casa de un antiguo predicador local, el hermano Mariano Fermoso; saquearon la tienda de uno de los hermanos y quince familias emigraron a la Capital. La obra está suspendida.
La congregación, cuya misión se atribuye a la IME, tuvo una vida de poco más de setenta años. Al igual que las iglesias circunvecinas, contaba con una escuela diaria que, de acuerdo a una nota de enero de 1884 en El Abogado Cristiano Ilustrado, órgano oficial de la Iglesia Metodista Episcopal, tenía un total de catorce alumnos (9 niños y 5 niñas). La iglesia se conformaba, entonces, por 35 miembros, ocho de los cuales eran “probandos”, y era dirigida por el predicador local Jorge López. Apenas dos años atrás, en agosto de 1882, el misionero John W. Butler señalaba en El Abogado los hostigamientos hacia los metodistas del lugar:
Hace algunas semanas fue cambiado el señor cura de esta población, y parece que el nuevo incumbente no sabe que ha venido a dar en el siglo XIX. Hemos sabido de tres casos graves que han pasado allí en estos días. Uno fue cuando el cura encontró a un joven protestante en el camino y quizo [sic] forzar a éste a que se hincara delante de él. Pero el joven insistió que había cumplido con todo su deber a decirles respetuosamente “los buenos días” y añadió: “yo nunca me hinco delante de un hombre”. Entonces el cura le amenazó con las armas que llevaba diciendo: “Yo he de acabar con los protestantes de aquí”.
Unos días después, encontrando a una niña protestante en la tienda, quiso insistir en que esta dijera “la doctrina cristiana” y se hincara a él.
Otros casos pudiéramos citar, pero bastan estos dos para hacer ver que este señor ha olvidado y quiere pisar sobre la Constitución que nos rige.
Pero también nos da mucha satisfacción saber que el Distrito de Texcoco, a cuya jurisdicción pertenece Cuatlinchan [sic], tiene un digno Jefe Político, quien sabe no solamente cumplir las leyes, pero también hacerlas cumplir.
El mismo periódico testificaba el buen ánimo de la congregación, a pesar de los malos tratos que sufría pues, en la edición de diciembre de aquel año, compartía su propósito por edificar una casa al servicio de Dios: “Actualmente están reuniendo recursos para la compra de material, que tan luego que hayan pasado las aguas poder emprender los trabajos”. Su deseo se vería materializado al año siguiente.
Los evangélicos del lugar tenían una vida sencilla, y se distinguían por no crear problemas a sus autoridades, a quienes reconocían como legítimas para gobernarles. Fue hasta 1946, cuando José Moreno López, un nuevo sacerdote que llegó al lugar, dio inicio a una campaña de desprestigio contra los creyentes que habitaban el pueblo. Desde esa fecha, comenzó a crearles dificultades a los evangélicos, levantando calumnias para que la gente del municipio les atacara. Un fin mayor era lograr que destruyeran el templo para dispersar a la congregación, y así lo hicieron.
El sacerdote Moreno López decía haber recibido mensajes anónimos de parte de los protestantes, por lo que incitó a su grey “para que por cualquier medio acabaran con los evangélicos sacándolos del pueblo de Coatlinchán”. La grey de la confesión católico-romana acudió al presidente de Texcoco junto con algunos miembros de la congregación metodista, y este último insistió en que hicieran a un lado la discordia, invitándoles a unirse. Les recordó, además, las amplias garantías que la Constitución otorgaba para profesar cualquier culto. El libro de las Bodas de diamante más adelante señala:
No obstante esas palabras, la mayoría de los católicos reunidos manifestaron su inconformidad y encarándose al mismo Presidente Municipal, le expresaron de propia voz que si no les hacía justicia por aquellos anónimos, ellos por su parte se la sabrían hacer oportunamente. De aquí siguieron las amenazas de muerte, luego la destrucción total del templo, saqueo de casas y de los productos del campo que les pertenecían. Nuestros hermanos salieron del pueblo y hasta el momento no pueden regresar, y la justicia brilla por su ausencia.
Existen testimonios del maltrato que sufrían algunas de las primeras congregaciones evangélicas -no solamente metodistas- junto a sus pastores, testimonios que forman parte de una historia casi olvidada. Sirvan estas líneas como recuerdo del lugar que no solamente fue despojado de su monolito -el Tláloc que actualmente se encuentra en el Instituto Nacional de Antropología e Historia- sino de una congregación metodista que, tristemente, no logró echar raíces duraderas en esta tierra texcocana.
FUENTES:
- Libro Conmemorativo de las Bodas de Diamante de la Iglesia Metodista. 1873-1948 (México, IMPRENTA NUEVA EDUCACIÓN, 1948), 231, 283-284;
- El Abogado Cristiano Ilustrado, órgano oficial de la Iglesia Metodista Episcopal. Ediciones de agosto y diciembre 1882, y enero 1884;
- “Las Actas de la Sétima [sic] Junta Anual de la MISIÓN DE LA IGLESIA METODISTA EPISCOPAL EN MÉXICO. PARA EL AÑO DE 1884” (México, Imprenta Metodista Episcopal, 1884).