Alan Sánchez Cruz
Noviembre de 2021
En junio de 1911, a casi un año de los festejos por el Centenario de la Independencia mexicana, Porfirio Díaz renunciaría a la Presidencia de la República, partiendo a su exilio en París. El contraste con su salida es evidente, ya que apenas meses atrás la Independencia había sido el pretexto perfecto para que el régimen hiciese gala de una celebración fastuosa, que incluyó numerosas festividades cívicas, en septiembre, en la Ciudad de México. Su propósito era consagrar los símbolos patrios, reconocer a las mujeres y hombres que participaron en la independencia nacional, pero, sobre todo, ensalzar la acción histórica del entonces presidente Díaz. Se trasladó desde Silao, Guanajuato, la pila bautismal de Miguel Hidalgo hacia el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía; el 15 de septiembre, espectáculos de fuegos artificiales que iluminaron las principales plazas del país, fueron la antesala de la ceremonia oficial donde el presidente daría el Grito de Dolores en Palacio Nacional; al día siguiente, se inauguró el Monumento a la Independencia, proyecto del arquitecto Antonio Rivas Mercado, y, dos días después, el Hemiciclo a Juárez, ubicado en la Alameda central del Centro Histórico. Un lujoso baile ofrecido por Porfirio Díaz y su esposa Carmen Romero Rubio, la noche del 23 de septiembre en Palacio Nacional, sería el cierre de las celebraciones. Aquello confirmaba el discurso de orden y progreso del régimen porfirista, aunque, fuera de esa burbuja ideológica, el descontento social incubaba una revolución.
La Revolución Mexicana, mayoritariamente campesina, tuvo diversas causas, motivos y actores.
Al lado de la demanda de tierra estuvieron también otras causas y motivos en el campo: la desigualdad social, la pobreza, el deterioro en las condiciones de vida, la concentración de la tierra, el caciquismo, el rechazo al avance de las relaciones de mercado y la modernización productiva en algunas áreas, la centralización del poder político en detrimento de las libertades regionales, la imposición a las medidas impuestas por la clase política que restringían los derechos y libertades en los municipios y comunidades así como el descrédito de buena parte de la clase política[1].
En el ámbito laboral, existían condiciones insalubres de trabajo, bajos sueldos, largas jornadas laborales, despidos, abusos e injusticias, mientras que en otros sectores sociales como la clase media urbana manifestaba la ausencia de mecanismos para el ascenso, falta de oportunidades y la cerrazón del sistema político porfiriano en cuanto a tener libertades políticas. El deterioro en el nivel de vida se agudizó en distintos niveles de la sociedad y latitudes del país. ¿Será que las clases medias no quisieron perder el decoro y dejaron que el campesinado tomase la iniciativa para emprender su revuelta? Ambas clases padecían una situación similar, aunque los campesinos, conscientes de pertenecer al último estrato social, poco a poco se fueron percatando de que el descontento colectivo podía ayudarles a obtener apoyo de otros sectores y otras regiones. Esto explicaría su atención al llamado de Francisco I. Madero a rebelarse contra el gobierno porfirista el 20 de noviembre de 1910, en algunas zonas de Chihuahua, Durango, Sonora y Morelos.
De acuerdo con John Womack Jr., la coalición que Madero intentó formar en el invierno de 1910 y los primeros meses de 1911, “no era una apretada organización revolucionaria, no era una aprobada banda de camaradas de ideas y voluntades semejantes, que obedeciesen a un jefe indiscutido”[2]. Eran simples rebeldes que apenas si se conocían entre sí, unidos recientemente por una esperanza común. No obstante, había un grupo rebelde que parecía tener una idea más clara y era el del estado de Morelos, aunque, en inicio, Madero no le prestó suficiente atención a la zona sur. Ya que este último tenía como plan sitiar las ciudades de Puebla, Pachuca y México, los rebeldes en Morelos servirían como auxiliares de los movimientos en Guerrero o en Puebla, según la ubicación de sus bases en el este u oeste del estado. Los planes de Madero no eran acordes al movimiento liderado por Emiliano Zapata, que le miraban lento. Inclusive, no mucho después de que Madero alcanzó la presidencia nacional el 6 de noviembre de 1911, los zapatistas le consideraron traidor.
Hasta entonces, los rebeldes habían tomado como bandera el Plan de San Luis, mismo que llamaba al levantamiento armado para derrocar la dictadura de Porfirio Díaz y establecer elecciones libres y democráticas. Además, el documento se comprometía a restituir las tierras que los hacendados habían arrebatado a los campesinos. Esto último hizo sentido en el movimiento zapatista, que acudió al llamado, y que, a su vez, percibió la necesidad de un plan propio. En su Breve historia del zapatismo, Felipe Ávila apunta:
De manera inédita y diferenciada del resto de las fracciones y movimientos regionales que iniciaron la Revolución mexicana en su etapa maderista, los jefes zapatistas, a fines de noviembre de 1911, elaboraron un acabado plan político, económico y social, mediante el cual buscaron incidir, a nivel nacional, en el curso de los acontecimientos. Plasmaron en él la visión de un movimiento campesino radical, que aspiraba a tomar el poder político nacional y solucionar los problemas que consideraban medulares en el país. Dieron así un salto cualitativo que inauguraba otra etapa del zapatismo, una etapa que tendría amplias repercusiones en el curso de la Revolución mexicana[3].
Los zapatistas tuvieron dificultades al intentar tomar Puebla y la Ciudad de México, por lo que se concentraron en Guerrero y Morelos. Después de la toma de Cuautla en mayo de 1911, fueron objeto de una campaña de desprestigio en la tribuna legislativa y en la prensa, y Zapata fue nombrado “el moderno Atila, el Atila del Sur”. El mote, para desprestigio de la revolución del sur, encarnaba la barbarie destructora y amenaza para el progreso. No faltó día entre junio y noviembre de 1911 en que el ‘azote sureño’ no atemorizara a los lectores de los diarios capitalinos, “hacendados y autoridades militares denunciaban, con buena dosis de malabarismo político, las atrocidades contra vidas y propiedades en el edén cañero de Morelos”[4]. Fue así, que, hartos de las acusaciones de bandolerismo y de la desconfianza que se inventó en torno a sus propósitos reivindicadores, a finales de noviembre Zapata y sus hombres tomaron la decisión de redactar el Plan de Ayala. El documento tendría efectos en el curso de la transformación social que propuso la Revolución, pero, además, modificaría la imagen que se tenía del movimiento zapatista. No eran delincuentes, sino revolucionarios.
Los historiadores coinciden en que el redactor principal del Plan fue Otilio Montaño, profesor de escuela rural, atendiendo las ideas de Emiliano Zapata. Solamente unos cuantos -como Castro Zapata, Pineda Gómez o Amador Espejo Barrera- dan crédito al también General José Trinidad Ruiz, rebelde que más adelante se retiraría de las filas zapatistas. Coincidentemente, estos dos personajes eran metodistas; según testimonios, Montaño llegó a predicar en el templo metodista de Cuautla, mientras que Trinidad Ruiz fue pastor de algunas congregaciones de la denominación en el centro y sur del país entre los años 1897 y 1909[5]. Se comprende el espíritu libertario de Montaño y Trinidad Ruiz debido a sus convicciones evangélicas. Por otra parte, este último había promulgado meses antes el Plan de Tlaltizapán, donde, además, se leen expresiones tomadas directamente de la Biblia.
Womack Jr. dice que, a petición de Zapata, “Montaño y sus ayudantes redactaron una versión provisional”[6] del Plan de Ayala. A inicios de noviembre, Zapata la examinó y la elogió. Él y Montaño huyeron a Miquetzingo, Puebla, donde redactaron la versión final. Una vez terminado el documento, Zapata reunió a los jefes de la zona y, en la pequeña población vecina de Ayoxustla, leyó el Plan y lo firmaron. Algunos puntos que sobresalen del Plan de Ayala son:
- Desconocimiento del presidente Francisco I. Madero, por no apegarse al Plan de San Luis y los errores cometidos en su mandato.
- Restitución de “terrenos, montes y aguas” a los campesinos, a quienes se les habían quitado a pesar de contar con sus títulos de propiedad, que en su mayoría eran de tipo comunal y originados en el virreinato.
- Redistribución de las grandes extensiones de terrenos entre la población, indemnizando a los propietarios originales; una indemnización posguerra y la repartición de tierras para aquellos que carecían de ellas.
- Una vez concluida la lucha armada, los jefes revolucionarios podrían elegir a un presidente interino y a gobernadores, mientras se convocaba a elecciones democráticas.
El Plan fue firmado por los generales Emiliano Zapata, Otilio E. Montaño, José Trinidad Ruiz, Eufemio Zapata, Jesús Morales, Próculo Capistrán, Francisco Mendoza, así como los todavía coroneles Amador Salazar, Agustín Cáceres, Rafael Sánchez, Cristóbal Domínguez, Fermín Omaña, Pedro Salazar, Emigdio L. Marmolejo, Pioquinto Galis, Manuel Vergara, Santiago Aguilar, Clotilde Sosa, Julio Tapia, Felipe Vaquero, Jesús Sánchez, José Ortega, Gonzalo Aldape y Alfonso Morales, además de otros capitanes. Con el tiempo tuvo algunas modificaciones, como el desconocimiento de Victoriano Huerta como presidente y la declaración como traidor a Pascual Orozco, pero su ideal central que era la entrega de la tierra a los pueblos se mantuvo.
Los primeros levantamientos armados de los zapatistas estaban dirigidos a recuperar las tierras que las haciendas habían tomado por la fuerza, y el Plan de Ayala del Ejército Libertador del Sur venía a otorgar sustento político y social a los pueblos y su anhelo por recuperar lo que por derecho les pertenecía. Antes de instalada, y durante la Junta Revolucionaria, producto del Plan de Ayala, algunos oficiales comenzaron a repartir tierras. Inclusive, en su encuentro del día 4 de diciembre de 1914 en Xochimilco, Emiliano Zapata le decía a Francisco Villa con entusiasmo:
Le tienen mucho amor a la tierra. Todavía no lo creen cuando se les dice: “Esta tierra es tuya”. Creen que es un sueño. Pero luego que hayan visto que otros están sacando productos de esas tierras, dirán ellos también: “Voy a pedir mi tierra y voy a sembrar”. Sobre todo ése es el amor que tiene el pueblo a la tierra. Por lo regular toda la gente de eso se mantiene[7].
La tierra se continuó repartiendo en años posteriores, a pesar de las presidencias en turno, de Madero, de Huerta, de Carranza. El problema centenario de la tierra, omitido en planes de épocas anteriores, pasaba a un primer plano. “De forma original, en el programa zapatista se escucha la voz de los de abajo abanderados por sus propias demandas. Hablaban en primera persona a partir de sus saberes y experiencia”[8], ya no a través de agentes externos. Las y ‘los de abajo’ tenían voz, misma que les había dado Zapata junto con los dos metodistas que plasmaron su rúbrica inmediatamente después de la suya. Así como en los tiempos bíblicos, en que el pueblo oprimido anhelaba su tierra prometida, esta última les era otorgada por medio de las manos de creyentes.
Ciento diez años han transcurrido desde su publicación, y las relecturas son obligadas si tomamos consciencia de que: no todos tienen una tierra, la riqueza continúa concentrada en manos de unos cuántos, y que, como dijese Mateo Emiliano, hijo menor de Zapata, en la fecha en que se cumplirían cien años del general, el Plan de Ayala no se ha cumplido.
NOTAS
- Felipe Ávila y Pedro Salmerón, Historia breve de la Revolución Mexicana (México, INEHRM-SIGLO XXI, 2015), 14.
- John Womack Jr., Zapata y la Revolución Mexicana (México, SIGLO XXI, Trigésima Reimpresión: 2011), 66.
- Felipe Arturo Ávila Espinosa, Breve historia del zapatismo (México, CRÍTICA, 2018), 60.
- Édgar Castro Zapata y Francisco Pineda Gómez (comps.), A cien años del Plan de Ayala (México, ERA, 2013), 33-34.
- Para conocer más acerca de estos personajes, se sugiere leer los siguientes artículos, también en El Evangelista Mexicano: “En nombre de Dios que muere inocente” (mayo de 2019) y “Al general José Trinidad Ruiz” (enero de 2020).
- Zapata y la Revolución Mexicana; p. 390.
- Cf. Manuel González Ramírez, “La Revolución y el sentido de los planes”, en Planes políticos y otros documentos, Secretaría de la Reforma Agraria, Centro de Estudios Históricos del Agrarismo en México, México, 1981, pp. VII-LIX.
- A cien años del Plan de Ayala; p. 124.