“Alzamos nuestra voz de indignación y de coraje contra los que, sin escrúpulos, por algunos pesos destruyen hogares, enlutan familias y llenan de tristeza a esposas, hijos, madres y familias”, en referencia a la muerte de un grupo de migrantes en Texas, EU.
Obispo Felipe Ruiz Aguilar
El día de ayer lunes 27 de junio por la tarde, fuimos sacudidos por una noticia llena de dolor, acompañada de tristeza, con bastante indignación y un alto grado de coraje. Cincuenta migrantes perdieron la vida a bordo de un tráiler de carga, abandonado en la ciudad de San Antonio, Texas. Todos los noticieros en el ámbito global están dando a detalle como estas víctimas perecieron.
Tanto los que murieron como los pocos que sobrevivieron, estaban realizando un viaje con la plena esperanza de obtener mejores oportunidades de vida en Estados Unidos y lo que encontraron fue esta terrible tragedia. Hoy, hay muchos hogares enlutados, mujeres que han quedado viudas, hijos hoy huérfanos, padres que han quedado sin hijos y amigos que han perdido amigos.
Quienes en algún momento de nuestro existir, hemos estado cerca de nuestros hermanos y hermanas migrantes, entendemos algo de sus muchas penurias y riesgos que deben experimentar una vez iniciada su aventura normalmente hacia el norte. Sólo quienes de alguna manera hemos estado en contacto con un buen número de ellos, incluso en sus ciudades y países de origen, entendemos que muchos deben salir de sus tierras por la condición de extrema pobreza o alto riesgo en el que viven. No sabemos con exactitud la razón o razones por las que los ocupantes de este ataúd rodante viajaban en las peores condiciones que pudiésemos imaginar, a sabiendas de que sus vidas corrían un grave peligro.
Hoy elevamos nuestras plegarias a Dios por la vida de los sobrevivientes, los cuales son reportados en condición muy grave y también intercedemos por las familias que tuvieron la desgracia de perder a un ser amado, Dios les llene de fortaleza y sea el proveedor en todas sus necesidades.
Como Iglesia Metodista de México, elevamos nuestra voz de indignación y coraje contra aquellos, que sin importarles el gran daño que ocasionan con su ambición, ponen en riesgo muchas vidas al realizar acciones como la de trasportar a personas en las más inhóspitas y peligrosas condiciones. Alzamos nuestra voz de indignación y de coraje contra los que, sin escrúpulos, por algunos pesos destruyen hogares, enlutan familias y llenan de tristeza a esposas, hijos, madres, familias.
A quienes comenten tales actos de barbarie, un servidor simplemente les dice que el pueblo en condición migrante es un pueblo muy especial para Dios y eso lo podemos entender desde que leemos el Antiguo Testamento. “Al extranjero (migrante) no maltratarás ni oprimirás” (Éxodo 22:21); “Maldito el que pervierta el derecho del forastero (migrante)” (Deuteronomio, 27:29); “No opriman a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre, ni tramen el mal en sus corazones unos contra otros” (Zacarías 7:10); así mismo, el Nuevo Testamento también hace referencia a la atención que debemos tener para con los migrantes. “Fui forastero (migrante) y me recogiste” (Mateo 25:35).
Al pueblo evangélico le recuerdo, que Dios hace un llamado muy especial para todos nosotros: “Amarás pues al extranjero” (migrante) (Deuteronomio 10:19). Honremos la Palabra de Dios, pongamos las manos en el arado y sumemos nuestras fuerzas en el ministerio de amor para con nuestros hermanos y hermanas migrantes, que por las razones que sólo ellos conocen, han tomado la determinación de abandonar todo, arriesgar sus vidas y enfrentar un caminar en condiciones muy precarias, pretendiendo en ello lograr “el sueño americano”, mismo que en muchos de los casos se convierte en una gran pesadilla, o… el último sueño de sus vidas…