Hoy, cuando hago el recuento de los cuatro años que el Señor me permitió servir como Obispo, miro hacia atrás y veo la fidelidad de Dios, cómo me ha sostenido, cómo me acompañó en todo momento, en cada decisión que tuve que tomar con temor y temblor, cómo viajo a mi lado en mis visitas pastorales a las congregaciones, cómo me guió en todo momento.
Parece que fue ayer, cuando los nervios, el miedo a lo desconocido, embargaban mi alma al haber sido elegida como Obispo de la Conferencia Anual del Sureste. Una tremenda responsabilidad recaía sobre mis hombros. Aún recuerdo lo atemorizada que me encontraba tan sólo de pensar la gran responsabilidad de ser Obispo: no sólo era un puesto de privilegio, sino una tremenda responsabilidad delante de Dios de cuidar y velar por su pueblo. En medio de ese temor que sentía, también hubo muchas lágrimas, porque tenía miedo de fallarle a Dios y equivocarme. Y con tristeza lo digo: me equivoqué muchas veces, también le fallé a Dios en muchas cosas; pero una cosa sí puedo decir con certeza y sin temor a equivocarme: que en medio de mis errores que como humana cometí, también aprendí muchas cosas; Dios me enseñó muchas cosas que las atesoro en mi corazón, que me las llevo como parte de mi aprendizaje.
Aprendí de mis compañeros de camino, mis amados consiervos, los obispos Felipe de Jesús Aguilar, José Antonio Garza Castro, Moisés Morales Granados, Rogelio Hernández Gutiérrez, Rodolfo Edgar Rivera de la Rosa, con quienes caminamos por 4 años, en medio de situaciones difíciles a las que nos enfrentamos como obispos, decisiones que tuvimos que tomar en consenso. Puedo decir que fuimos un equipo que caminó en un solo sentido, para llevar a la Iglesia Metodista a nivel nacional en un solo sentir, la búsqueda de Dios y hacer su voluntad.
En el camino se nos adelantó nuestro amado compañero Rogelio Hernández; de quien sentimos su vacío que nos dejó no sólo a nivel nacional, sino en nuestros corazones, por su partida, pero que aún recordamos con mucho cariño, con la esperanza que un día nos volveremos a ver.
Grandes historias que quedan en mi corazón, experiencias que el Señor me permitió vivir, gozar, aprender, errar; pero también ver cómo la fidelidad de Dios siempre se hizo presente en mi caminar como Obispo en estos cuatro años; que se dicen fáciles, pero que no fueron tan fáciles de vivir y enfrentar, pues en medio del aprendizaje, también por dos años nos enfrentamos a una pandemia que nos dejó infinidad de enseñanzas, perdimos a muchos compañeros pastores, muchos laicos en las 6 conferencias, personas que seguirán en nuestros recuerdos por lo que significaron para cada uno de nosotros.
Hoy, cuando hago el recuento de los cuatro años que el Señor me permitió servir como Obispo, miro hacia atrás y veo la fidelidad de Dios, cómo me ha sostenido, cómo me acompañó en todo momento, en cada decisión que tuve que tomar con temor y temblor, cómo viajo a mi lado en mis visitas pastorales a las congregaciones, cómo me guió en todo momento.
El ser Obispo no es fácil. Para los que piensan que es sencillo, no lo es; pues estamos rodeados de tantos hermanos, pero al mismo tiempo tan solos; los ojos de muchos están sobre nosotros, y al más mínimo error somos señalados. En este honroso ministerio hacemos amigos, y perdemos amigos también por no llenar las expectativas de muchos, pero también aprendemos a salir avante con la ayuda de Dios.
Hoy que se cierra un ciclo, puedo decir con gozo y alegría: Eben-ezer, hasta aquí me ha ayudado el Señor. Hoy cerramos una página y empezamos una nueva aventura de fe con el Señor, que sin lugar a duda será una tremenda bendición; pues fui llamada a ser pastora, esta loable labor a la que me gozo al ser considerada por mi Señor para estar a su servicio.
Hoy agradezco a Dios por haberme permitido servir a su pueblo como Obispo, por enseñarme amar a mis compañeros pastores que caminaron conmigo en estos cuatro años de servicio y cada congregante que hicieron mi caminar más ligero y sencillo. Agradezco a Dios por todas sus bondades y misericordia manifestadas a mi vida y ministerio.
Y con gozo digo: gracias, Dios, por todo lo que me permitiste vivir en mi episcopado, que sin duda lo atesoraré y como María lo guardaré en mi corazón.
“Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 5:13b)
Obispo Raquel Balbuena Osorio
Conferencia Anual del Sureste
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Cuan orgulloso estoy de ti Rachel por tu labor como Obispo. Dios aún tiene más para ti. Un abrazo amiga y compañera.
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