<strong>Gratitud y servicio</strong>

Gratitud y servicio

Hechos 20: 32

Pbro. Moisés Morales Granados
Obispo de la Conferencia Anual de México

31 de julio de 2022

Hoy, los líderes cristianos a quienes se nos ha encargado algún ministerio, entendemos que si queremos ver más lejos y mejor debemos subirnos al observatorio bíblico. Tal como Pablo encomienda a los ancianos “a Dios y a la Palabra de su gracia”, porque Dios es el único que tiene poder para hacerlos “crecer espiritualmente y darles todo lo que ha prometido a su pueblo santo” (Hch. 20:32 DHH). 

Pastores y pastoras, congregaciones todas que conforman la Conferencia, les saludo con cariño. 

Mi oración es que, a través de esta reflexión pastoral, la gracia de nuestro Dios nos envuelva y toque nuestros corazones y mentes. 

Quiero comenzar esta reflexión diciendo que en el antiguo Imperio Romano existía el sistema esclavista. Esta era una forma en que se sometía a los pueblos conquistados y representaba un atropello a la dignidad humana. Al escribir a la iglesia cristiana en Roma, el apóstol Pablo lo hace en contraposición a dicho sistema imperial presentándose como “siervo de Jesucristo” (Ro. 1:1) en el centro del Imperio. Así, presumiendo su condición de esclavo por voluntad propia, pero no del Imperio, sino de Jesucristo.  

En el libro de Deuteronomio 15:16-17, encontramos que los esclavos por voluntad propia llevaban una señal que era una “oreja perforada.” ¡Eres libre! Le decía el dueño y el esclavo respondía “es mi voluntad quedarme para servirte.” La perforación evidenciaba la determinación de ser siervo por voluntad propia. Y llevaba esa marca con orgullo “¡sirvo porque así lo decido!” (cf. Ex. 21: 5-6). 

Ese mismo sentir hay en mí (por supuesto, salvando las distancias). Jesucristo me hizo libre, pero voluntariamente “yo quise horadar mi oreja y ser su esclavo y siervo para toda mi vida”. 

Sin duda alguna, la gratitud es un sentimiento que obliga a una persona a estimar el beneficio o el favor que alguien le ha hecho. Por supuesto que me siento obligado a agradecer a Dios y a su Iglesia por la gran deferencia que han tenido para conmigo en el pasado y estos tiempos recientes.

Queridas hermanas y hermanos, mi vida ha estado llena de bendiciones. Nací en un hogar cristiano y, un día, tuve un encuentro personal con el Señor Jesucristo y su gracia me envolvió y salvó. Siendo joven, el llamado al ministerio fue muy claro, profundo e inefable. Aunque intenté persuadir a Dios de que el ministerio no era para mí, Dios confirmó mi llamado. 

Con el correr del tiempo, el Señor trajo a mi vida a Paty, mi esposa. Ella ha significado una de las más grandes bendiciones para mí. En el momento preciso el Señor me dio una hija, Madaí, y luego un par de gemelos, Patme y Moisés. Bendigo a Dios por mi familia. Efectivamente hermanas y hermanos,agradezco primero a mi esposa y luego a mis hijas e hijo, al Rev. Edgar Avitia y a Cristian Schlick, que fueron pieza importante para los apoyos con la Iglesia Unida de los Estados Unidos, y a mis 49 y más amigos entrañables que me han acompañado en el ministerio, haciéndolo suyo. Me han sostenido en oración, consuelo y sobre todo mucho amor. 

Durante el transcurso del tiempo he sido pastor de iglesias en diferentes lugares. En ellas he trabajado de cerca con algunas hermanas y hermanos y algunos se han vuelto entrañables, grandes y buenas amigas y amigos. 

En este constante caminar y de experimentar la gracia de Dios, una de las grandes experiencias recientes es que mi Señor quiso colocarme como Obispo de la Iglesia Metodista de México hace cuatro años. Y, como siempre lo he hecho, me preparé para servir a Dios, a la Iglesia y a todas las personas desde esta alta responsabilidad y cargo. 

Volviendo a lo que implica ser siervo de Cristo, también entiendo que significa ser siervo de su Iglesia. Al escudriñar la Escritura, esta nos enseña que el amor de Dios se manifiesta cuando servimos a su pueblo. En realidad, como muchos lo sabemos, ser ministro no significa tener un trabajo, ni siquiera significa desempeñar una función. Más bien es servir.   

Agradezco a Dios, y a su Iglesia, por haberme considerado digno de servir desde el episcopado en la Conferencia Anual de México durante el cuadrienio 2018-2022. 

Un pasaje bíblico que me inspiró durante mi episcopado fue:

“Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal de que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hch. 20:24).

Estas fueron las palabras de despedida del apóstol Pablo a los ancianos de la iglesia de Éfeso. 

Por la misma naturaleza de la función, ser obispo implica ver más allá que el resto de la feligresía. El obispo está colocado en un sitio desde el cual puede ver más lejos y mejor para dirigir al pueblo, para vislumbrar el lugar a donde debe conducirlo, para confirmar o establecer aquello que es necesario hacer para obedecer y seguir la voluntad de Dios. Por ejemplo, en los momentos cumbre de su vida y ministerio, el patriarca Moisés subió al Monte Sinaí o al Monte Nebo. En el Sinaí recibió las tablas con Los Mandamientos, y desde el Nebo vio la Tierra Prometida (cfr. Ex. 3 y 4; Ex. 19,20; Dt. 32,48-52). 

Hoy, los líderes cristianos a quienes se nos ha encargado algún ministerio, entendemos que si queremos ver más lejos y mejor debemos subirnos al observatorio bíblico. Tal como Pablo encomienda a los ancianos “a Dios y a la Palabra de su gracia”, porque Dios es el único que tiene poder para hacerlos “crecer espiritualmente y darles todo lo que ha prometido a su pueblo santo” (Hch. 20:32 DHH). 

Así pues, la Palabra de Dios debe ser leída, estudiada con diligencia e interpretada con toda responsabilidad ante Dios y la Iglesia para su edificación y no para perjudicar o discriminar. Wesley estaba convencido que la fe cristiana era revelada por la Escritura, iluminada por la tradición, vivificada en la experiencia y confirmada por la razón. 

En ese sentido, también somos conscientes de que debemos recurrir al consejo, la oración etc., de quienes han estado en el episcopado y ministerio antes que nosotros. También los sermones de Wesley y sus notas al Nuevo Testamento son referentes importantes en nuestra tradición metodista. Y esto lo hacemos con toda humildad porque entendemos que “los pigmeos colocados sobre los hombros de gigantes ven más que los gigantes mismos”(Burtonen, Robert. La anatomía de la melancolía, libro escrito en 1624). Sumado a lo anterior, oramos con mayor necesidad y fervor dado que, como dijo el salmista, entendemos “que no somos sino hombres” (Sal. 9:20).

Sirvan entonces, estas palabras, para dejar constancia de mi gratitud al Señor y de la responsabilidad con respecto al ministerio episcopal en el que serví durante este tiempo. Precisamente por esa conciencia, pido a Dios y a quienes serví que perdonen si fallé en algún momento y ruego que la gracia divina me permita levantar la cabeza para seguir sirviendo al Señor de la vida, donde me lo demande. 

Hoy, cuando el Dios de la gloria ha determinado que me separe del cargo, puedo decirle desde lo más profundo de mi corazón: 

“Gracias Señor por la bendición de poder servirte desde donde has determinado. Gracias por haberme dado la gracia y la responsabilidad del Obispado”. Gracias, Señor amado.

Hablando de manera más concreta, digo a Dios: gracias por considerarme digno de realizar este ministerio, justamente en el tiempo en que la humanidad, incluido nuestro país y nuestra Iglesia experimentaba una pandemia de las más difíciles de los últimos cien años.

Gracias a la Conferencia Anual de México porque quiso escuchar y esforzarse conmigo para entender la voluntad divina y buscar la fortaleza del Espíritu Santo para hacerla. Por más de un año no nos fue posible reunirnos físicamente; muchas familias perdieron a un ser querido o cercano y no pudimos despedirlos como se merecían por las condiciones dadas. Algunas iglesias tuvieron muchas dificultades económicas, ya que muchos miembros perdieron sus empleos y por ello tuvieron que dejar de ofrendar y diezmar, afectando la buena marcha de las iglesias. Aun así, con la ayuda de Dios salimos adelante. 

Gracias a mis colaboradores, a las secretarias de la oficina episcopal, a los miembros del Gabinete Conferencial, porque supieron ser sostén en momentos complejos y difíciles; cumpliendo, más que con un empleo, con un ministerio que fue nuestra labor.  

Por mi parte hago mía la oración de nuestro hermano mayor Juan Wesley, cuando se me asigna otra responsabilidad ministerial:

Señor, te pertenezco. 

Empléame para lo que tú quieras,

en el lugar en que tú quieras, 

ya sea para cumplir alguna tarea 

o para sobrellevar algún sufrimiento, 

para ser utilizado o dejado a un lado por ti, 

sea en abundancia o en necesidad. 

Libremente y de todo corazón me someto a tu voluntad. 

       Volviendo al discurso de despedida del Apóstol Pablo a los ancianos de Éfeso, como él les dijo y tomando sus palabras les digo hoy:

«Y ahora hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificarnos y daros herencia con todos los santificados» (Hch. 20:32).

Esta es mi oración final para el presbítero Agustín Altamirano, quien ha sido electo Obispo, para que tome la estafeta y continúe la labor de guiar a la Iglesia en la Conferencia Anual de México.

Que la misericordia del Dios creador, la gracia de Jesucristo nuestro redentor y la compañía del Espíritu Santo sea con todo este su pueblo de la Iglesia Metodista de México. Que así sea. 

Hermanos y hermanas, por favor síganse cuidando; espero verles en breve.

¡Gloria por siempre a Cristo!