Este cuadrienio en nuestra Conferencia, como seguramente en todas las demás, ha sido completamente atípico. Vivimos cosas completamente diferentes. El primer año fue realmente muy bendecido. Tuvimos la oportunidad de visitar todas las iglesias, desde la más grande hasta la más pequeña. Fue una experiencia muy grata, ya que tuvimos la oportunidad de convivir con todos los pastores, sus familias y parte de sus congregaciones. Conocimos su trabajo, sus planes y sus necesidades. Especialmente pudimos conocer muy de cerca las luchas que muchos de nuestros pastores y sus familias viven. Tuvimos la oportunidad de orar por ellos y de ministrarlos. Fuimos muy fortalecidos en este tiempo. Sin embargo, este periodo siento que nos duró muy poco. Entramos en una etapa completamente diferente que nadie nos imaginábamos y para la que definitivamente no estábamos preparados. Llegó la pandemia.
Ésta, sin duda, ha sido una de las etapas más difíciles que hemos vivido como iglesia. Fue algo que no sólo nos afectó a nosotros, sino al mundo entero. Nos sacudió en todas las áreas de nuestra vida.
Pero, ¿cómo enfrentamos este tiempo en nuestra Conferencia Anual Oriental? Con toda seguridad puedo decir que no fue fácil.
Una de las áreas más importante que fue afectada, si no es que la más importante, fue la salud. Obviamente esta es la primera área donde la pandemia nos golpeó. Al principio oíamos de casos muy lejanos de personas contagiadas por esta enfermedad del Covid-19, pero poco a poco, los casos se fueron haciendo más cercanos. Primero eran sólo casos de gente desconocida; pero empezaron los casos de gente cercana, luego otros más allegados, hasta que finalmente nos tocó a muchos de nosotros. Ver la salud afectada en nosotros o en nuestros seres amados es algo que cuesta mucho trabajo sobrellevar.
Vimos a muchos de nuestros miembros derrumbarse ante esta enfermedad. Muchos de ellos quedaron con secuelas muy serias, y muchos otros no pudieron ganar la batalla, y partieron con el Señor. Esto fue algo devastador. Fue algo que nos costó mucho enfrentar y que afectó a muchas de las familias de nuestra iglesia. La partida de seres amados es algo que conlleva mucho dolor y sufrimiento. Sabemos que Dios tiene un lugar preparado para todos los que hemos creído, y que los que mueren en Cristo, no morirán eternamente. Pero eso no quita la tristeza de la separación. Muchos de nuestros hermanos y familiares partieron durante esta pandemia y eso trajo un gran quebrantamiento al corazón de nuestros congregantes. Sin embargo, Dios ha sido bueno, y nos ha consolado día con día; y sé que sólo por su misericordia es que seguimos adelante.
Otra área afectada por todo esto, y por todo el tiempo que tuvimos que pasar en encerramiento dentro de nuestros hogares, fueron nuestras emociones. Hoy como nunca vimos gente afectada en su estado de ánimo. Depresión, desánimo, temor, incertidumbre, desesperación, confusión, enojo, rebeldía, pleitos, etc. fueron algunas de las emociones que afloraron en muchos de nosotros. Eso trajo como consecuencia falta de fe, apatía a las cosas espirituales, desapego con Dios, y rebelión contra Dios. Muchas de nuestras congregaciones se vieron afectadas por la falta de participación de sus miembros. Iniciamos una etapa de trabajo virtual en cuanto a la predicación de la Palabra y la alabanza; pero pronto la gente cayó en la rutina y el desánimo, o quizás en la comodidad, al grado que dejaron de participar. Perdimos mucha gente, y sólo unos pocos fieles permanecieron llevando la carga de todo el trabajo en la obra del Señor.
Obviamente también fuimos afectados financieramente, tanto a nivel familiar, como a nivel de iglesia y de Conferencia Anual. Para muchos fue un tiempo de crisis económica y tiempos muy complicados para suplir las necesidades básicas de sus familias. Esto, lógicamente, trajo crisis familiares que afectaron también la vida de la iglesia. Se aumentaron los conflictos familiares, pleitos, divorcios, infidelidades, maltratos, y muchas otras situaciones que no eran muy comunes anteriormente en la vida de las familias cristianas.
A pesar de que en estos días ya estamos nuevamente de forma presencial en muchas de nuestras actividades, muchos de nuestros hermanos ya no están. Algunos están ya con el Señor, otros están en otras iglesias, y otros más se alejaron del Señor. Quisiéramos decir que ya todo pasó, pero no es así. Todavía enfrentamos riesgos de contagios, y seguimos arrastrando las consecuencias de lo ya vivido. Fuimos afectados de muchas maneras y probablemente nunca volveremos a ser lo que antes fuimos. Pero algo hemos aprendido. La vida cristiana no es fácil. No podemos alabar y glorificar a Dios sólo cuando las cosas van bien. Lo maravilloso de todo esto es que el Señor en todo tiempo ha estado con nosotros.
En este cuadrienio pudimos ver la mano de Dios obrando para guardarnos, sustentarnos y fortalecernos. Dios no nos dejó solos, aunque algunos a veces lo hayan sentido así. En medio de todo pudimos sentir su consuelo, su fortaleza. Él proveyó para nuestras necesidades, nos sacó adelante, nos bendijo y aún lo sigue haciendo. Él ha suplido todo lo que nos ha hecho falta; y aunque parezca extraño, todo esto ha venido a redundar para nuestro bien. Hemos aprendido a amar a Dios de una manera diferente. No con el amor religioso que sólo implica participar de actividades espirituales, sino con el amor activo, que nos lleva a depender de Dios a cada momento y en todas las áreas de nuestra vida. Que nos hace usar toda nuestra vida para servirle. Ese amor que nos hacer confiar y saber que, aunque todo se vea oscuro, al final vendrá la luz y nos iluminará.
La pandemia no fue un golpe que vino a destruir a la iglesia. Fue una prueba que vino a fortalecerla. Ahora estamos mucho más conscientes de la presencia de Dios y de nuestra fragilidad. Más conscientes de nuestra necesidad de Él y de su misericordia para bendecirnos. Estamos mucho más conscientes de que Dios lo es todo, y que nosotros sin Él no somos nada.
En estos cuatro años enfrentamos muchas cosas que antes no habíamos vivido y aprendimos muchas cosas nuevas. Yo sé que estos años nunca los olvidaremos, porque nos enseñaron cosas muy valiosas, que quizás no habríamos aprendido de otra manera. Oro para que nuestra meta ahora no sea volver a lo que teníamos antes, sino extendernos a las cosas nuevas que Dios tiene para nosotros. Es fácil volver a la comodidad de lo ya conocido, pero creo que Dios ha permitido todo esto para que podamos crecer y madurar en nuestra experiencia espiritual y nuestro conocimiento de Él. Aún hay mucho que tendremos que enfrentar. No sabemos lo que nos deparará el nuevo cuadrienio; pero de algo sí estoy completamente seguro: nuestro Padre Celestial estará siempre junto a nosotros para sacarnos en todo, mucho más que vencedores.
A pesar de todo lo diferente que este cuadrienio nos presentó, creo que fue un tiempo maravilloso. Al menos yo, como Obispo, aprendí muchas cosas que me ayudaron a crecer. Jamás me imaginé que este tiempo sería así, pero, muchísimas gracias a Dios por este tiempo. Estoy seguro que, como Conferencia Anual Oriental, hemos crecido y nos hemos fortalecido para seguir adelante, y enfrentar cualquier cosa que Dios tenga para nosotros. ¡A Él sea toda la gloria!
Obispo José Antonio Garza Castro.
28 de julio de 2022.
Tu escrito describe muy bien la mayoría de las situaciones que vivimos. Y la gran oportunidad que tuvimos y ahora tenemos de seguir dando nuestro mensaje de Fe y Esperanza en Jesucristo. Bendiciones Obispo José Antonio.
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