Leonel Iván Jiménez Jiménez
Superintendente Distrito Centro
Conferencia Anual de México.
La diversidad de las comunidades de fe que conforman al Distrito “Centro” (Conferencia Anual de México) es importante. Con presencia en la Ciudad de México y la zona oriente del Estado de México, el Distrito cuenta con congregaciones en comunidades de gran tradición cultural como Tulyehualco y Tetelco, el Centro Histórico de la Ciudad de México, zonas de gran marginación e incidencia delictiva, colonias de tradición popular, municipios donde la lucha por la tierra ha cobrado víctimas y municipios en donde las familias han surgido desde las condiciones más precarias para seguir luchando a diario.
Como es bien sabido, la Ciudad de México y su área conurbada no sólo es un espacio abarrotado, sino también herido por crisis pasadas, presentes y futuras. En el momento de escribir estas líneas, y sólo como un ejemplo, la inflación ha alcanzado más del 8% y los delitos al transporte público han aumentado 10%. La crisis de movilidad sigue en aumento, lo mismo que los inalcanzables precios de las viviendas. La contaminación cobra víctimas y el suelo se sigue hundiendo en la Ciudad de México. La Ciudad de México y las tierras ganadas al Lago de Texcoco son una paradoja que conduce inevitablemente al desastre.
Por otro lado, la Ciudad de México es también una de las ciudades con mayor avance y apertura a diferentes temas sociales, siendo la avanzada para otras entidades y ciudades del mundo. Por su parte, en el Estado de México hay zonas orgullosas por su identidad y las luchas que se han ganado y siguen en marcha, como Nezahualcóyotl, Chimalhuacán, Los Reyes o San Salvador Atenco. En pocas palabras, las iglesias del Distrito “Centro” sirven en una de las ciudades y zonas conurbadas más complejas, diversas, ricas en cultura, paradójicas en lo social, inequitativas en tantos temas y llenas de oportunidades para el ministerio cristiano.
Entre el amaranto y la Santa Muerte
En la zona de Tulyehualco, Tezompa y Tetelco, las iglesias conviven con tradiciones de profundas raíces. Ir a la zona, según la época del año, implica llenarse de amaranto, traer una docena de elotes, comer una nieve “normal” o exótica, o pasar a Mixquic al Día de Muertos.
El templo de Tulyehualco sufrió grandes daños en los sismos de 2017, teniendo que ser reconstruido. Tezompa está a pie de carretera, en una zona lluviosa y fría, rodeada de color verde. Tetelco, en el centro del poblado y frente a una iglesia católica muy grande, tiene una torrecita que sobresale. Los retos en la zona son mayores. La pandemia se ha llevado a muchos, las niñas y niños tienen un rezago escolar escandaloso, un buen número de familias se han tenido que mudar para encontrar trabajo.
En el otro extremo del Distrito, en la famosa colonia Morelos, se encuentra una de las capillas más importantes a la Santa Muerte, atendida por Doña Queta. A unos metros, está la iglesia metodista. Por supuesto, también está la presencia de la iglesia católica (oficial) y otras varias decenas de congregaciones evangélicas. La iglesia en esa colonia, vecina no sólo de la “Niña blanca” sino de tantas historias que se tejen (y destejen) en la zona de Tepito, nació con la vocación de servir a la comunidad de todas las maneras posibles. Sin embargo, los desafíos económicos y sociales han sido una carga de muchos años, pues la pregunta es vigente: ¿cómo servir a una comunidad tan diversa, tan compleja, tan llena de historias?
Si uno viaja en el metro o en los camiones, encontrará con mayor presencia las imágenes de la Santa Muerte en tatuajes y collares. Pasar por el “centro” puede implicar toparse, al mismo tiempo, con testigos de Jehová compartiendo literatura, un predicador ambulante con una bocina, algunos con figuras de todos tamaños de San Judas Tadeo y varios más con imágenes de la Santa Muerte, sin olvidar a los devotos católicos que se persignan frente a los templos o a los demás que no dan muestras visibles de pertenecer a un grupo religioso.
Esto es parte de la diversidad en este Distrito: tradiciones de siglos que conviven con nuevas formas de espiritualidad. Resonancias del pasado que comparten espacios con espiritualidades disidentes. Calles, colonias, barrios de tantos colores, rostros, historias.
Entre San Francisco y la lucha por la tierra
Hace ya varios años, en San Salvador Atenco se peleó por la tierra. Con sangre, sufrimientos, incertidumbre y más, se luchó porque no se perdieran herencias, propiedades comunes, formas de vida. Hasta hoy, la población está dividida por este motivo.
La tierra se ha peleado de otras formas y en otros lugares. Ciudad Nezahualcóyotl es un ejemplo, pues nació desde los polvorones del ex-lago, en la lucha de las comunidades por mejores condiciones de vida, en muchas ocasiones colocando luz, agua y drenaje en solidaridad comunitaria. En “Neza” y Chimalhuacán la tierra se ha tenido que defender de gobiernos abusivos, inmobiliarias y caciques corruptos. La tierra se sigue defendiendo, no sólo de la delincuencia (organizada o no), sino también de las inundaciones, la contaminación y otros males que aquejan a la comunidad.
Hace años, se intentó poner paz en la zona metiendo al ejército. Fallido. Los Oxxo entraron y lograron la quiebra de decenas de tienditas familiares. Entre la iglesia de Ejidos de San Agustín y San Agustín Atlapulco y San Lorenzo Chimalhuacán, corre uno de los ríos más contaminados: aguas negras de olor pestilente, pero que en sus orillas la vida parece tan normal, pues se vende fruta, mariscos y hasta hay un centro para abastecer pipas de agua potable. Estos son sólo pequeños ejemplos de los desafíos en la zona.
Al otro extremo del Distrito está el exconvento de San Francisco. Ellos también robaron la tierra hace siglos para construir uno de los más grandes monumentos religiosos de la Nueva España. En el lugar donde – se dice – estaba parte del zoológico de Moctezuma, se levantó el famoso convento de San Francisco, en donde enseñó Fray Pedro de Gante y se instaló – también dicen – el primer “nacimiento” del continente.
Entre los antiguos arcos del patio conventual se reúne la iglesia de Gante, cuyo primer culto se tuvo un 25 de diciembre. Esta iglesia ha sido madre de tantas otras congregaciones y generaciones de metodistas en sus casi 150 años de vida. Con la pandemia, la numerosa congregación se ha dividido entre quienes van al templo en persona y quienes lo siguen a la distancia. A quienes nacimos ganteanos nos es difícil reconocer a la congregación, pues ha cambiado. Los más viejos difícilmente pueden llegar al Centro Histórico, lleno de eventos y de personas. Gente nueva ha llegado o se ha reincorporado. El problema, uno de muchos: simplemente es difícil llegar a la iglesia.
No sólo de celebrar la historia vivirá la iglesia.
Entre mercados y el tráfico
En uno de los primeros domingos como superintendente revisé Google Maps para llegar de la iglesia en López Portillo a la iglesia en Tláhuac. Cuando lo revisé, eran las siete de la mañana: 15 minutos. Tiempo suficiente para visitar ambas, la primera en una reunión con administradores, la segunda en el culto de mediodía. Llegué sin problemas a López Portillo, entre calles pequeñas hechas diminutas por los coches estacionados, a veces impunemente a medio carril. El olor a barbacoa y carnitas de los puestos cercanos era, por lo menos, tentador. Terminó la reunión a tiempo. Luego de un poquito de conversación, emprendí con Julieta, mi esposa, el viaje de 15 minutos a Tláhuac. Llegamos a una avenida llena de coches detenidos. Avanzamos porque no había otra opción. Se cumplieron los 15 minutos. Seguimos avanzando a la velocidad enervante de 15 cm/h. Llegamos a un tianguis, el más grande de la zona, según nos dijeron después. Pasamos entre puestos, personas, coches, diablitos, huacales, taxis, niños, gritos de ofertas y de fruta fresca. Hicimos 90 minutos de camino.
El tráfico en la Ciudad de México y el Estado de México es impredecible, lo mismo que el transporte público. Puede surgir una manifestación, un bloqueo, un accidente, un tianguis o simplemente nada para desquiciar el metro o el tráfico. Una inundación puede ocurrir, no se diga un temblor. Cualquier cosa: el lago puede resurgir, los Tigres del Norte estarán cuatro horas en el Zócalo, una carpa puede bloquear una o dos calles por una fiesta familiar, un puente se puede caer, el metro puede tener un corto circuito que detenga todo.
Lo cierto es que muchas iglesias del Distrito tienen ubicaciones llenas de desafíos y oportunidades, ya sea que estén cerca de la Central de Abastos, rodeada – engullida – por el comercio, como Aztecas; o en zonas habitadas por adultos mayores o familias trabajadoras, como Portales, Iztacalco, Jacarandas o Reforma Política. Como en el Estado de México y la Ciudad de México, en este Distrito todo puede pasar.
Los desafíos son muchos para el Distrito que está en lo que fue un lago de dimensiones oceánicas. Sin embargo, en la confianza de que Dios hace llegar a la iglesia los dones y ministerios necesarios, el Distrito tiene todas las capacidades para hacer frente a lo que hoy está presente y a lo que viene con creatividad, osadía y ánimo.
Contamos con dos presbíteros que sirvieron como obispos en los últimos doce años de la Conferencia, dos presbíteras y dos presbíteros sirvieron como superintendentes/as en la Conferencia. Somos doce presbíteros/as itinerantes y seis presbíteros/as locales. Tenemos a parte de las y los pastores con más experiencia, varios con más de treinta años de ministerio, y también tenemos a los pastores más jóvenes. Tres diáconos sirven en dos iglesias, contamos con funcionarios conferenciales y quienes presiden las organizaciones conferenciales son de iglesias del Distrito. Contamos con pastoras y pastores con otras licenciaturas y posgrados, además de tener la presencia de seminaristas de admirable capacidad. Entre las iglesias hay hermanos y hermanas con experiencia en todas las áreas, profesionales con enorme capacidad y vocación de servicio, y personas dispuestas a trabajar incansablemente por el proyecto metodista en esta región.
Todo puede pasar en la Ciudad de México y el Estado de México. Todo puede pasar en este Distrito. Todo está puesto para que cumplamos con la misión encomendada por Jesucristo: hacer discípulos y discípulas del Señor en este lugar del mundo.