Hoy quiero contarte parte de mi historia en mi caminar en la fe. Yo era una mujer creyente, asistía a la iglesia, oraba, y servía en lo que podía. Siempre me ha gustado servir. Mi esposo nunca se involucró de lleno en la Iglesia; era un hombre que creía en Dios y soy testigo de su fe; sin embargo todos sus dones y habilidades no estaban siendo desarrollados en la obra de Dios.
Después de mucho orar por un ministerio para él (12 años) un día, un hermano de la Iglesia lo invitó a la sierra Tarahumara hacer trabajos de mantenimiento en la casa estudiantil de jovencitas “Jehová Jireh” tarahumaras en Creel, Chih., la cual pertenece a la IMMAR, junto con un un campamento y una clínica médica en el poblado de Pitorreal.
Recuerdo ese primer viaje, hace 8 años, cuando decidí acompañar a mi esposo. La casa estudiantil se encontraba en muy mal estado. Había mucho por hacer; los hombres empezaron las reparaciones. Su servidora, las otras esposas e hijos empezamos a pintar paredes, a hacer la comida, y actividades que no requerían tanta fuerza física. En aquel entonces hospedaban a sólo 6 o 7 jovencitas. El propósito de la casa estudiantil consiste en albergar señoritas de entre 12 y 23 años para que puedan estudiar en Creel.

El albergue, como le llamamos, nos cautivó el corazón. Y aún más que el lugar, fueron los pastores que cuidan de él y de las señoritas quiénes nos convencieron de formar parte activa de los trabajos de ese hermoso lugar. Los hermanos Balderas desde su llegada han transformado ese lugar y han hecho hasta lo imposible para hacerlo crecer: han tenido contactos con el gobierno, han abierto otras misiones en pueblos, y han impactado la vida de cada señorita peregrina de ese hogar.
En esta casa estudiantil hemos palpado tantos milagros; y con lágrimas en mis ojos, puedo decir que el primero (y para mí, más grande) fue que mi esposo encontró su lugar, su llamado. Hoy es un hombre comprometido y animado por ir cada mes o dos meses a dar mantenimiento a ese hogar.
La mano de Dios ha sido tan palpable y el equipo tan estable que por todos lados es evidente el crecimiento. Hoy en día tenemos 23 jovencitas estudiando en Creel. Estoy feliz de contarles que de las 23, sólo 5 son de secundaria, 4 están en la universidad y las demás en preparatoria, hemos roto todos nuestros récords. Antes las chicas sólo estudiaban hasta la secundaria, años atrás las chicas desertaban muy fácilmente, volvían a sus comunidades y muchas no regresaban a estudiar. Hoy por hoy están decididas a estudiar por lo menos hasta acabar la preparatoria, lo que implica que ya pueden conseguir un trabajo que les permite vivir y mejorar sus vidas y las de sus familias.

Este ministerio transforma vidas, impacta generaciones, y sabemos que las vidas de las niñas son transformadas por la palabra de Dios. En el albergue se les habla del Señor, se les enseña a orar, a ser guiadas por las palabras; y de esto hay tantos testimonios que podría contarles, que faltarían páginas para hacerlo.

Decidí hacer este artículo porque vi una foto -la cual adjunto- de una chica que está siendo graduada con mención honorífica de la Universidad Pedagógica y fue una chica de nuestro albergue; y es ahí, en una imagen, donde te das cuenta que el esfuerzo, las rodillas dobladas, las colectas, el cansancio físico de ir a trabajar por más de 12 horas seguidas para apoyar, todo vale la pena.
Sólo puedo concluir que cuando el llamado viene del Señor nada lo detiene, Él provee ÉL capacita y bendice mucho más allá de lo que imaginamos. Mi esposo Roberto es miembro del comité de mantenimiento de la casa estudiantil.. Él, junto a David Hidalgo
y otro hermano, sirven de lleno en este hermoso lugar.
A mis 50 años puedo decir sin lugar a dudas que este llamado ha cambiado mi vida, aumentado mi fe, y nos ha permitido palpar al Dios de milagros en el que creemos. Sólo se necesitan corazones que quieran ayudar, manos que quieran trabajar.

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Brissenia Delgado es miembro de la Iglesia Metodista “Bethel” Chihuahua.