Con todo el pesar de nuestro corazón, y aunque nos cueste demasiado, debemos aceptar y reconocer que la muerte es parte de la vida. Es la imagen de nuestro mundo corrompido, por lo que no hay forma física de detenerla; así que entre más pronto reconozcamos que al ser parte de la vida todos caminamos inevitablemente a sus brazos, más pronto podremos estar listos para recibirla dignamente cuando venga; y más pronto, también, estaremos listos para despedir a nuestros seres queridos cuando el indetenible brazo de la muerte toque las puertas de nuestro hogar o el de algún conocido y/o hermano en Cristo; de la misma forma, más pronto podremos prepararnos para consolar y restaurar a otros durante el duelo por la pérdida y despedida de un ser amado.
No pretendo en lo absoluto preparar a las personas para recibir y aceptar la muerte, no. Este pequeño artículo no va hacia eso, sino que pretendo ayudar a otros a ayudar para que los que sufren una pérdida sobrelleven el duelo con la compañía de los hermanos en Cristo; quizá una herramienta para que en ese proceso de despedida la iglesia pueda acercarse y ofrecer brazos abiertos a quien sufre la pérdida de un ser amado.
Hace unos años en la congregación en la que pastoreaba experimentamos repetidas ocasiones la visita de la muerte en la iglesia local. Parecía que estábamos siendo acosados; y entre las dudas, el duelo y la tristeza congregacional, las especulaciones, y rumores sobre alguna cosa mística y supersticiosa no tardaron en salir a la luz. La muerte no discrimina y lo experimentamos; despedimos a ancianos, adultos, jóvenes y hasta niños, mujeres y hombres, sin distinción alguna, como en aquel salmo “fueron mis lágrimas, mi pan de día y de noche: salmos 42:3” el duelo llegó a todos por igual. Y terminaba de hundirnos lo que otros empezaban a decir: “no vayas allí, allí se muere la gente”. Creyentes y no creyentes creían que la muerte se respiraba con sólo entrar al templo donde pastoreaba en aquel entonces. Sin embargo la mayoría encontramos consuelo en Dios y en la compañía mutua; encontramos consuelo al abrir nuestro corazón y expresar abiertamente cómo nos sentíamos, para recibir la seguridad de la esperanza en Cristo, al abrir nuestros oídos y escuchar el consuelo y palabras de aliento, al abrir nuestra mente para ser renovada conforme a la voluntad de Dios.
La muerte fracturó nuestra pequeña congregación. Sí, lo hizo, porque algunas muertes duelen hasta lo más profundo del alma y el corazón y duelen eternamente, No que algunas vidas sean más importantes que otras; pero todo alrededor de un fallecimiento tiene mucho que aportar. Recuerdo especialmente el fallecimiento de una joven por la que rogamos que sanara, y dijimos en una de las reuniones: “oremos como si estuviéramos orando por uno de nuestros hijos”. Juro que derramé mi alma suplicándole a Dios, hasta altas horas de la madrugada, que la sanara; sin embargo no sanó como yo pensaba: dos días después la estábamos sepultando. Pero al mismo tiempo que la muerte nos fracturó, también nos enseñó: la fractura, como todas, sanó; y aunque sigue doliendo, hemos aprendido a descansar en Dios, hemos aprendido con toda experiencia que Él es quien nos consuela, y lo hace especialmente a través de su iglesia.
Confiamos en las promesas de nuestro buen Padre Celestial; confiamos que siempre nos acompaña y nos consuela en tiempos de dolor y tristeza; y confiamos también que la iglesia es un elemento crucial para la total restauración de quienes sufren dolor; lo vivimos, lo sufrimos, lo experimentamos. Sabemos que la iglesia tiene el poder de sanar al acompañar durante el duelo a los que experimentan pérdidas.
Por tal motivo, y con el propósito de ayudar un poco a la hora de acompañarnos unos a los otros, redacté lo que ustedes pueden leer aquí, que confío ayudará en los tiempos de acompañamiento durante los funerales de hermanos en Cristo y amigos.
Así pues, al recibir esta posible herramienta, consideremos todos seriamente que lo primordial a tener en mente al intervenir en un servicio funerario es debe ser dada a la iglesia de Cristo que toda oportunidad para ministrar al pueblo ante la experiencia de la muerte. Porque la iglesia es, o debe ser, la comunidad idónea para ofrecer ayuda solidaria en tiempos de crisis, como la que provoca la pérdida de un ser querido. El evangelio de Cristo tiene una respuesta adecuada para las ansiedades y frustraciones de las familias en tales circunstancias. La iglesia tiene la responsabilidad de llevar el evangelio a quien se duele, a quien sufre, a quien llora, y presentar de manera significativa el consuelo.
Entiéndase que al decir iglesia me refiero a todos los congregantes, y no sólo a quien la preside o dirige.
El funeral cristiano debe ser un servicio de alabanza a Dios, pero nunca olvidando que es un tiempo de lágrimas para una familia. Tengamos en cuenta que el nombre de Dios también es exaltado con los actos de consolar y servir a los hermanos en angustias.
Sección I.
Pasos previos.
- Prepara a la iglesia.
Realmente aquí estamos de paso. La vida es una constante preparación para la muerte. Cada respiro es un indetenible paso hacia ella y todos vamos al ocaso. Por eso es bueno que nos preparemos, aunque nunca lo estemos al 100%; porque a fin de cuentas toda muerte duele, y si toda muerte duele nos debe doler a todos, tanto como le duele a Cristo, de tal manera que bajó del cielo, murió y resucitó para acabar con ella.
Es deber entonces de todos los creyentes prepararnos y preparar a otros para cuando el momento llegue.
2. Enseña la realidad del dolor (San Juan 11:1-44)
Estamos tan acostumbrados a exaltar los atributos sobrenaturales y extraordinarios de Dios que nos olvidamos por completo de cosas tan trascendentes e importantes como el hecho de que el evangelio se trata de Dios hecho humano para traer buenas noticias a la humanidad. Sí: el mismo Dios omnipotente, soberano y creador acercándose en carne a su creación para compartir en la mesa con ellos, para que así sepamos nosotros que desde nuestra experiencia podemos contarle cualquier cosa y él lo sabrá y entenderá perfectamente bien.
Exaltar los atributos de Dios no tiene nada de malo, sino todo lo contrario; es muy bueno, y por supuesto que al hacerlo también recibimos consuelo. Por lo mismo no estoy proponiendo, ni sugiriendo, que dejemos de predicar, enseñar y exaltar los atributos sobrenaturales de Dios, ni siquiera que le bajemos un poco a la intensidad o constancia con que lo hacemos; sino que también pongamos la mirada en la humanidad de Dios, porque estoy convencido que con su humanidad Dios, en su Hijo Unigénito Jesús, nos enseña a nosotros a ser humanos, a consolarnos, a restaurarnos misericordiosamente; nos enseña que hay un puente que además de unir lo celestial con lo terrenal nos une con nosotros mismos, con nuestra naturaleza perdida de bondad, compasión, y empatía con el prójimo.
Si miramos con detenimiento a Cristo podremos ver en su dolor la realidad esencial del mismo. Ese dolor que se encuentra en los relatos de los evangelios más allá del camino a la cruz y la pasión misma en aquel madero; un dolor que nos demuestra que el sufrimiento es real, que la tristeza es parte de la vida, que las lágrimas son también un bálsamo aun para los cristianos, y que si es real debemos ser empáticos con aquellos que lloran y sufren.
Será bueno que, como iglesia, dejemos un poco de lado aquellas enseñanzas que proclaman una felicidad eterna, aun en las peores circunstancias; aquellas que menosprecian el dolor, la angustia y la depresión tanto propia como de los demás; y abrazar la cosmovisión humana del Dios que vino a encarnarse para ser, además de la brújula moral que todo ser humano necesita, la manifestación física del amor y la misericordia divina, la manifestación idónea de la empatía y ayuda que todos debemos expresar. Porque al final, sin importar qué tan fieles a una religión somos o no, todos le pertenecemos a Dios y él nos demostró que el dolor es real, y que el dolor del prójimo nos debe doler igual que el propio; y a los ministros nos corresponde enseñar esta realidad respecto al dolor.
3. Habla del Jesús que llora.
Creo firmemente que una iglesia que comprende la realidad del dolor es mucho más empática, en todos los sentidos. Podemos voltear a ver Jesús y comprender así un poco respecto a este hecho: la muerte duele.
Si creemos que Jesús es Dios, y vemos a Jesús llorando con lágrimas sinceras ante la muerte de Lázaro, podemos rápidamente comprender que a Dios también le duele la muerte, que Dios también sufre cuando de despedir a alguien se trata; porque, como muchas otras cosas, la muerte no es parte del plan divino, la muerte es contraria a Dios, pues Dios es vida, y vida en abundancia; por eso al igual que a nosotros le duele, al igual que nosotros Dios tampoco quiere que nadie muera, Él llora junto con nosotros cuando alguien muere. Esto es una verdad consoladora que todos debemos saber y de la cual todos debemos estar seguros, Él sufre junto con nosotros cuando nos tenemos que despedir de nuestro ser amado, Él permanece a nuestro lado y es quien al mismo tiempo que llora con nosotros seca nuestras lágrimas.
Cuando la muerte llega es tiempo de lágrimas, y no entiendo porque alguien lo negaría. Por lo mismo, que es tiempo de lágrimas, estar triste y llorar no tiene nada de malo, es tiempo de duelo y eso no tiene nada de malo. La iglesia, toda, debemos saber que exigir a alguien que se alegre porque el ser querido “ahora está mejor”, “ahora está gozando la presencia del Señor” es menospreciar su sufrimiento; no porque somos cristianos y tenemos la esperanza firme de la vida eterna, no vamos a dolernos. La iglesia debe ser empática y comprender que el duelo es parte crucial de la restauración, por lo que también como hermanos la iglesia debe participar del duelo de quien sufre según sea conveniente: a veces bastará simplemente la presencia silenciosa de la iglesia; otras veces será necesario junto con la familia llorar a quien despedimos.
Todos los congregantes debemos saber esto, todos los congregantes debemos practicar esto: ser empático es reconocer el duelo de los demás, es dolernos con ellos, es llorar con ellos, sin exigir un cese al llanto con argumentos como los antes descritos; porque, aunque el gozo del Señor es nuestra fortaleza, Dios mismo sufre con la muerte y nos enseñó que para todo hay tiempo: cuando alguien muere es tiempo de dolerse, es tiempo de llorar, es tiempo de despedirse y es tiempo consolar.
4. Habla del Jesús que escucha nuestros sentimientos sinceros
He aprendido con los años que la amistad trasciende los disgustos, desacuerdos, y reclamos, porque la base de la amistad es el amor; sí, los amigos se aman sinceramente. Hay ejemplos bíblicos del amor de amigos como el caso de David y Jonatán; pero la relación de amistad sigue estando conformada por dos humanos con sus labores y actividades individuales, con sus contextos individuales, familias propias, trabajos, cónyuges etc… Por lo que es normal que en la relación de amistad haya desacuerdos que detonen en reclamos y distanciamientos pero que, al final, a pesar de los reclamos y observaciones agresivas, siempre hay reconciliación por el valor de la amistad. Me atrevo a preguntar: ¿Qué es una amistad sin sinceridad y confianza?
Creo en un Dios que además de ser Señor y Rey de toda la creación, dueño de las almas mismas, es también Padre y amigo; un Padre que no por muchos reclamos deja de ser Padre y de amar a sus hijos, un amigo que no por muchos o constantes desacuerdos deja de atender a sus amigos. Y lo veo en las frases de sus siervos en la Biblia, como las de Elías, las de David, las de los otros profetas; y basado en Juan 11, las de Martha y María. Todos ellos reclamaron, todos ellos con enojo, desesperación, frustración, hasta depresión y un sin fin de sentimientos; fueron sinceros con Dios y le expresaron sus pensamientos e ideas claramente, y Dios siempre los escuchó, atendió y hasta confirmó en la fe cada vez que fue necesario.
Todos los creyentes confiamos en las promesas de Dios, sabemos de la resurrección y del día en que todos estaremos ante Él. Pero esto no quita el dolor de la pérdida; y está bien, esto no quita ni borra ni frena nuestros sentimientos. Es normal durante el duelo pasar por dudas dolorosas y tener preguntas y reclamos. Somos seres humanos, y como Martha y María probablemente sintamos y le queramos decir a Dios: “si hubieras estado aquí, mi hermano no se hubiera muerto” (San Juan 11:21); y está bien, por lo que como iglesia no debemos reprimir a los que se duelen, sino todo lo contrario, debemos enseñar a los hermanos que en dudas, dolores, y hasta en reclamos, podemos ir a Dios, nuestro Padre, nuestro amigo y ser sinceros con Él, sabiendo que sin duda alguna su consuelo vendrá de alguna forma u otra. La iglesia debe promover que las personas hablen con Dios, se encuentren como se encuentren, sientan lo que sientan; que se acerquen a Él y le expresen claramente cómo sufren, cómo se duelen, cómo se angustian, cómo se encuentran, porque eso está bien.
(Continuará)
Pastor Isaí Rayas Linares.
Egresado del Seminario Metodista Juan Wesley, y actualmente es pastor de jóvenes en la Iglesia “Cristo, el Buen Pastor” en la ciudad de Durango.