¿Cuáles son tus sueños? Sin importar cual sea tu sueño o meta a mediano o largo plazo, hay procesos que debemos pasar para poder prepararnos para que ese momento llegue.
Muchas veces esos procesos llevan a estar en tu habitación o en tu iglesia arrodillada frente al Padre suplicando gracia, restitución, perdón, valor, contentamiento.
Yo estuve ahí, en mi iglesia Shalom y en un pequeño cuarto orando y preguntando a Dios: ¿qué falta? ¿Qué lección no he aprendido? ¿Qué debo entender antes de que mi petición sea contestada? Estaban por terminar mis 36 años y deseaba mucho tener un esposo, formar una familia y no había ningún indicio próximo de que eso fuera posible. Unos tres años antes estuve a punto de casarme con un hombre psicópata narcisista y esa mala decisión me llevó a conocer mis temores más grandes, mis dolores más profundos y a verme más vulnerable de lo que jamás me percibí.
Cuando cancelo la boda y por cuidado de Dios, llegué a consulta con una psicóloga y consejera bíblica que amo, me llevó a reflexionar y a darme cuenta de la cantidad de errores que yo cometí a lo largo de mi vida. Es cierto que lo que desencadenó todo no fue mi culpa, fue obra del pecado de un hombre que se aprovechó de mi inocencia, del “se deben respetar y querer a los adultos”, del “no me van a creer”, del “que va a decir la gente” y terminas con una infancia robada, rota y torcida, que desemboca en una adolescencia enojada, herida, asustada y en una vida adulta del mismo tipo: miedo, enojo; pero además ideas completamente equivocadas sobre el amor, la complicidad, el respeto, la dignidad, el amor y la gracia de Dios.
Cuando una persona te maltrata, cruza todos los límites, tira y pisa todas las barricadas que formas alrededor tuyo para protegerte. Será muy posible que después vengan más personas malas que vean el desastre y sólo atraviesen ese jardín seco y sin contemplación alguna pisoteen cualquier indicio de vida, cualquier pequeña y débil flor que se estuviera atreviendo a sobrevivir. En tu pequeño concepto de amor dejas que no sólo un novio te maltrate, también una amiga, un jefe abusivo; y es que lo único que ahora en la distancia puedo ver esa pequeña niña de 5 años tratando de entender, amar, acompañar.
A mis 32 años por fin recibo la ayuda correcta y empezamos a escarbar en los motivos que me llevan a relacionarme con personas que tampoco se aman, tampoco aman a Dios, no se valoran y son como camiones demoledores que destruyen todo a su paso. Entendí que no había sanado; nunca me tomé el tiempo para pensar lo que me pasó de niña, cómo eso afectó cada etapa de mi vida y cómo esas heridas expuestas y supurando me llevaron a acumular una cantidad de equipaje propio y ajeno que disminuía mi valor y aniquilaba mis esperanzas de una vida futura sana y en comunión con Dios.
Menciono mi comunión con Dios porque hasta ese punto jamás había tenido una conversación con Él de cómo me sentía, de lo lastimada que estaba, de lo mucho que odiaba. Mi falta de perdón me obligaba a vivir en una pequeña prisión compartiendo espacio con la persona que destruyó las posibilidades de descubrir las cosas en el tiempo normal y con las personas adecuadas; y vivir toda una vida dándole más poder de lastimarme que el que ya se había otorgado él mismo hacía que mi corazón sencillamente no soportara tanto dolor.
Recuperarme de mis malas elecciones de pareja y de ese abuso infantil me llevó el tiempo que me tomó conectarme con Dios a un nivel que jamás había experimentado, perdonar y perdonarme, encontrar sentido al pasado, presente y plantarme firme sobre lo que quiero en el futuro. Y se escribe en un par de renglones; pero ese fue un proceso que lloré días, supliqué gracia y misericordia a Dios más de las veces que puedo contar, permanecí en el suelo abrazada a mis piernas más de las veces que puedo recordar y la única salida fue buscar más a Dios. Él me hizo y Él me daría lo que hiciera falta para que pudiera dejar el pasado a donde pertenecía.
Poco a poco su amor y su palabra fueron llenando mi vida de sentido, paz y fuera, cuando me sentí preparada le dije:
“¿Señor si aún es tu voluntad podrías traer un esposo para mí? Uno que tú elijas, Uno que hayas estado preparando para mí. Por primera vez, Padre, no moveré un dedo para buscar a nadie porque estoy segura que tienes el poder de traerlo hasta mí”. Tardó todavía bastante tiempo; en ese tiempo Dios trabajó conmigo la parte de entender: “y si la voluntad de Dios es que no te cases” y yo lloraba y decía: “pero es que lo deseo tanto”.
Ahora, a unos bellos meses de estar casada, entiendo que lo que Dios me estaba enseñando era a depender de Él en un 100%, no a medias, no 70-30. No: Dios quiere que se lo dejemos todo a Él y así sucedió. Yo servía en la iglesia, estudiaba el seminario Bíblico, tenía un bello trabajo, y oraba y decía: “Padre si es tu voluntad que permanezca soltera; así sea, yo te amaré con todo lo que soy, te serviré y haré tu voluntad…sólo quita los deseos de mi corazón de casarme”. Y cuando mis amigas cercanas que conocían esta oración me preguntaban cómo me sentía yo contestaba: “Sigo queriendo casarme, lo cual quiere decir que Dios tiene a alguien”.
Y ese alguien llegó, me enamoró, me dignificó, me hizo sentir como una princesa. El día que me propuso matrimonio lloré por horas y le comentaba: “Dios me ama mucho, y te mandó a ti a recordarme lo valiosa que soy y lo mucho que escucha mis oraciones”.
Me casé con un hombre de Dios, que le ama y le sirve, que se esfuerza cada día por ser mejor, que me conoce y me entiende, que me complementa, me cuida, me hace sentir protegida y que estoy segura de que, si no hubiera sanado mi corazón y no hubiera sacado la basura acumulada y no hubiera puesto a Dios como mi prioridad y primer amor…no hubiera llegado.
Maura Ramírez está casada con Daniel Àvila y ambos fueron a vivir y servir juntos a nuestro Dios.