NOTA ACLARATORIA:
El siguiente escrito es un testimonio personal del amor y la misericordia de Dios. Como tal, la respuesta favorable de Dios en esta situación no implica que será igual para otra persona en circunstancias similares. Creemos en el poder de la oración, pero también en la soberanía de Dios, y declaramos, como dice la Escritura: “… sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. (Fil. 4:6).
Es hermoso poder hacer memoria de las cosas que Dios ha hecho en mi vida y en mi matrimonio. Iniciamos una relación siendo muy jóvenes; él tenía 19 años y yo 17. Después de un año decidimos vivir juntos, y además de nuestra inmadurez, no teníamos ningún conocimiento del amor de Dios, por lo cual nuestros años iniciales estuvieron llenos de recuerdos difíciles: escenarios de desconfianza, palabras hirientes, celos sin sentido.
La Biblia es tan certera cuando nos advierte sobre la condición del hombre, y de cómo sin Cristo, el pecado morando en nosotros va creciendo y gobernando todo nuestro ser. En mi matrimonio llegamos a violencia física, al tal grado de hacer arrestar a la persona me prometió amor. Nuestros hijos merecen un hogar seguro, y bajo ninguna circunstancia deben de estar en un contexto de violencia.
Después de un tiempo, comencé a trabajar en un lugar donde la dueña era cristiana, y siempre ponía alabanzas; esas letras llenaban mi corazón de una manera que ahora comprendo; pero a la fecha sigue siendo algo maravilloso e indescriptible. Mis compañeras me invitaron a un estudio bíblico y desde ese primer martes mi corazón quedó cautivado por el amor de Jesucristo.
Algo anhelado por mi corazón era que mi esposo también encontrara la gracia de Jesús. Un día lo invité a una campaña de sanidad. Lo recuerdo con unas hernias que debían ser intervenidas de urgencia. Y, ¿qué creen? ¡No sanó! No fue sanado de ello, aunque a las semanas fue intervenido. Pero lo que Dios hizo en ese hombre aquel día fue algo mucho más grande y poderoso que una sanidad física. Dios se encontró a un hombre arrepentido, dispuesto a ser transformado para volver a empezar.
Hablar de mi matrimonio antes de Cristo y después de Cristo es como hablar de la noche y el día. Somos dos pecadores buscando amarnos de la manera que Cristo nos amó. Somos conscientes de quiénes fuimos, pero hemos recibido la gracia de quiénes podemos ser en Él. Hoy mi cónyuge es esposo, es padre, es siervo, es hijo, es trabajador y puedo ver su amor genuino por un Dios que le ha restaurado.
Sé que mi testimonio pudiera malinterpretarse dando esperanza en aquellas mujeres que pasan por violencia, pero no quiero dejar esa impresión. Aprendí muchas cosas a la mala. Mi vida estuvo en peligro en muchas ocasiones. Dios me permitió ser valiente y poder librar esa situación. Hoy sé que la violencia no es algo que Dios quiere que soportemos por amor o porque necesitan de un Padre. Dios en su gracia transformó a mi esposo, y hoy disfruto mi matrimonio. Y siempre acudimos a Cristo en cualquier circunstancia.
Fue el arrepentimiento genuino, tangible y permanente de mi esposo lo que me permitió quedarme y darle una nueva oportunidad. Para finalizar, sólo quisiera recordar que el testimonio son las historias dadas por Dios de manera personal, no me atrevería a generalizar ninguna circunstancia.
¡Dios transforma! ¡Somos un ejemplo vivo de ello! Pero lo hace a su manera, en amor y misericordia, nunca en condena o sufrimiento.
Flor Rivas
Es miembro activo de la Iglesia Eben Ezer junto con su esposo.