Sermón 93
Redimiendo el tiempo

Efesios 5.16
Redimiendo el tiempo
1. «Mirad, pues, con diligencia cómo andéis», dice el apóstol en el versículo precedente, «no como necios, sino como sabios, redimiendo el tiempo»; rescatando todo el tiempo que podáis para los mejores propósitos; comprando cada momento fugaz de las manos del pecado y Satanás, de las manos de la molicie, la comodidad, el placer, los negocios mundanos; lo más diligentemente posible porque los días actuales son malos, días de las más burdas ignorancia, inmoralidad e impiedad.
2. Este parece ser el significado general de estas palabras. Pero ahora me propongo considerar sólo una manera particular de «redimir el tiempo», esto es, redimirlo del sueño.
3. En apariencia este aspecto ha sido considerado muy escasamente, aun por las personas piadosas. Muchos que han tenido clara conciencia en otros aspectos no la han tenido también en este. Parece que pensaban que era una cuestión indiferente si dormían más o menos, y nunca lo vieron desde el verdadero punto de vista, como un aspecto importante de la templanza cristiana.
Para que tengamos un concepto más justo de esto, me esforzaré por mostrar:
I. Qué es «redimir el tiempo» del sueño.
II. El mal que hay en no redimirlo; y
III. La manera más eficaz de hacerlo.
I.1. Y primero, ¿qué es «redimir el tiempo» del sueño? Es, en general, dormir tanto cada noche como lo requiere la naturaleza, y no más; una medida de sueño que sea la que mejor conduzca a la salud y al vigor tanto del cuerpo como de la mente.
2. Pero algunos objetan: «Una misma medida no es adecuada a todas las personas: algunos requieren considerablemente más que otros. Ni tampoco la misma medida bastará inclusive a la misma persona en diferentes momentos. Cuando una persona está enferma, o si no lo está en un momento dado pero se halla debilitada por una enfermedad precedente, ciertamente que necesita más de este restaurador natural que cuando estaba en perfecta salud. Y lo mismo necesitará cuando su fuerza y su ánimo están exhaustos por el trabajo duro y prolongado.»
3. Todo esto es incuestionablemente cierto y confirmado por mil experimentos. Por lo tanto, aquellos que han intentado fijar una medida de sueño para todas las personas no entendían la naturaleza del cuerpo humano, tan ampliamente diferente en las distintas personas; como tampoco la entendieron quienes imaginaron que la misma medida de sueño se adecuaría a la misma persona en todos los momentos. Uno se asombra de que un gran hombre como el obispo Taylor se haya imaginado algo tan extraño, y mucho más de que la medida de sueño que ha asignado como norma general sea solamente de tres horas cada veinticuatro. Ese hombre bueno y sensato, el Sr. Baxter, no estaba mucho más cerca de la verdad al suponer que cuatro horas cada veinticuatro serían suficientes para cualquier persona. Conocí a un hombre extremadamente sensato que estaba absolutamente persuadido de que nadie necesitaba dormir más de cinco horas cada veinticuatro. Pero cuando él mismo hizo el experimento renunció rápidamente a dicha opinión. Y estoy plenamente convencido, por una observación continua de más de cincuenta años, que cualquier cosa que puedan hacer las personas extraordinarias, o hacerlo en algunos casos extraordinarios (en los cuales algunas personas han subsistido con muy poco sueño por algunas semanas y hasta meses), un cuerpo humano apenas podrá continuar con salud y vigor sin por lo menos seis horas de sueño cada veinticuatro. Estoy seguro porque nunca me encontré con tal ejemplo: nunca hallé un hombre o una mujer que mantuviera una salud vigorosa durante un año sin una medida de sueño como ésta.
4. Y por mucho tiempo he observado que las mujeres, en general, necesitan un poco más de sueño que los hombres, quizás porque son comúnmente de un humor corporal más débil y más húmedo. Por lo tanto, si uno se aventurase a mencionar una norma (aunque sujeta a muchas excepciones y a alteraciones ocasionales) me inclino a pensar que lo siguiente andaría cerca del blanco: los hombres sanos, en general, necesitan un poco más de seis horas de sueño, y las mujeres un poco más de siete, cada veinticuatro horas. Yo mismo necesito seis horas y media, y no puedo subsistir bien con menos.
5. Si alguien desea conocer exactamente la cantidad de sueño que su propia constitución requiere, puede hacer muy fácilmente el experimento que yo hice hace unos sesenta años. Me despertaba cada noche alrededor de las doce o de la una, y me quedaba acostado y despierto por un tiempo. Pronto deduje que esto sucedía porque yo permanecía en la cama más tiempo que lo que mi naturaleza requería. Para convencerme me procuré un reloj despertador que me despertó en la mañana siguiente a las siete, aproximadamente una hora más temprano de lo que me había despertado la mañana anterior; sin embargo, volví a desvelarme un tiempo aquella noche. La segunda mañana me levanté a las seis; pero a pesar de esto volví a desvelarme la segunda noche. La tercera mañana me levanté a las cinco; pero no obstante estuve un tiempo despierto la tercera noche. La cuarta mañana me levanté a las cuatro (como, por la gracia de Dios, he hecho desde entonces), y ya nunca más me desvelé. Y ahora permanezco despierto en la cama (considerando el año completo) menos de un cuarto de hora al mes. Con el mismo experimento, levantándose algo más temprano cada mañana, cualquier persona puede hallar cuánto sueño realmente necesita.
II.1. «¿Pero por qué debe uno preocuparse tanto? ¿Qué necesidad hay de ser tan escrupuloso? ¿Por qué debemos ponernos tan meticulosos? ¿Qué daño produce hacer como hacen nuestros vecinos? Supongamos: ¿Qué daño hay en dormir desde las diez hasta las seis o las siete de la mañana en verano, y hasta las ocho o las nueve en invierno?»
2. Si quieres considerar esta cuestión equitativamente, necesitarás una buena porción de candor y de imparcialidad, puesto que lo que voy a decir probablemente será enteramente nuevo y diferente a cualquier cosa que hayas oído en toda tu vida; diferente del juicio, y por lo menos del ejemplo, de tus padres y de tus parientes más cercanos, y quizás de las personas más religiosas con que alguna vez te relacionaste. Levanta pues tu corazón al Espíritu de verdad,1 y ruégale que resplandezca sobre él, para que sin hacer diferencia entre personas, puedas ver y seguir la verdad que está en Jesús.2
3. ¿Realmente deseas saber que daño hay en no rescatarle todo el tiempo que puedas al sueño? Supongamos: ¿Qué daño hay en emplear en él una hora diaria más de lo que la naturaleza requiere? Pues, en primer lugar, daña tu haber. Equivale a desperdiciar seis horas semanales que podrían agregarse a alguna cuenta temporal. Si puedes hacer cualquier trabajo, puedes ganar algo en ese tiempo, aunque sea poco. Y no tienes necesidad de desechar ni siquiera esto. Si no lo necesitas para ti, dáselo a quienes lo necesitan: conoces a algunos que no han de estar muy lejos. Si no tienes ningún oficio, aun así puedes emplear el tiempo de tal manera que proporcione dinero o un valor equivalente para ti mismo o para otros.
4. En segundo lugar, no rescatarle al sueño todo el tiempo que puedas e invertir más tiempo en él que lo que tu constitución necesariamente requiere, daña a tu salud. Nada puede ser más cierto que esto, aunque no es comúnmente observado. No es comúnmente observado porque el mal te va deteriorando en grado lento e insensible. De esta manera gradual e imperceptible pone el fundamento de muchas enfermedades. Es la causa verdadera y principal, aunque insospechada, de todas las enfermedades nerviosas en particular. Se han hecho muchas investigaciones para explicar por qué los trastornos nerviosos son más comunes entre nosotros que entre nuestros antepasados.
Frecuentemente pueden concurrir otras causas, pero la principal es que permanecemos más tiempo en cama. En vez de levantarnos a las cuatro, la mayoría de nosotros, los que no estamos obligados a trabajar por nuestro pan, nos quedamos acostados hasta las siete, las ocho o las nueve. No necesitamos investigar más lejos. Esto explica suficientemente el gran incremento de estos penosos trastornos.
5. Puede observarse que la mayoría de ellos surge, no solamente de dormir demasiado, sino también de lo que nos imaginamos como enteramente inofensivo: permanecer demasiado tiempo en cama. Remojándonos (como se lo llama enfáticamente) tanto tiempo entre las sábanas tibias es como si nuestra carne fuera semihervida, y se vuelve blanda y fofa. Durante ese tiempo los nervios se desatan y todo el conjunto de síntomas de melancolía: languidez, temblores, ánimo decaído (así llamado), sobrevienen, hasta que la vida misma es una carga.
6. Un efecto común de dormir demasiado o de quedarse en la cama es el debilitamiento de la vista, especialmente una debilidad de carácter nervioso. Cuando yo era joven mi vista era notablemente débil. ¿Por qué es más aguda ahora que hace cuarenta años? Atribuyo esto primordialmente a la bendición de Dios, quien nos hace aptos para cualquier cosa a la cual nos llame. Pero indudablemente el medio exterior que tuvo el agrado de bendecir fue el levantarme temprano por la mañana.
7. Una objeción todavía más fuerte a levantarse tarde, a no rescatarle todo el tiempo que podemos al sueño, es que daña el alma tanto como al cuerpo; es un pecado contra Dios. Y por cierto que necesariamente tiene que ser así, tomando en cuenta las dos explicaciones precedentes. Porque no podemos malgastar o (lo cual viene a ser lo mismo) dejar de mejorar cualquier parte de nuestros bienes mundanos, ni podemos perjudicar nuestra propia salud sin pecar contra él.
8. Pero esta intemperancia tan de moda daña al alma de otra manera más directa. Siembra las semillas de deseos necios y dañinos, e inflama peligrosamente nuestros apetitos naturales, a los cuales una persona que se estira y bosteza en la cama está precisamente preparada para gratificar. Engendra y acrecienta continuamente la molicie, tan a menudo objetada en la nación inglesa. Abre el camino y prepara el alma a toda otra clase de intemperancia. Cría una blandura universal y languidez de espíritu, haciéndonos temerosos de cualquier pequeño inconveniente, nada dispuestos a negarnos a nosotros mismos cualquier placer, o a tomar y sobrellevar alguna cruz. ¿Y entonces cómo seremos capaces (sin lo cual debemos caer en el infierno) de arrebatar el reino de Dios con violencia?3 Nos incapacita para sufrir penalidades como buenos soldados de Jesucristo;4 y en consecuencia, para pelear la buena batalla de la fe y echar mano de la vida eterna.5
9. ¡En qué manera tan hermosa ese gran hombre, el Sr. Law, considera este asunto tan importante! No puedo sino adjuntar aquí parte de sus palabras para uso de todo lector sensible:6 Doy por sentado que todo cristiano sano se levanta temprano en la mañana; porque es mucho más razonable suponer que una persona se levanta temprano porque es cristiana, que porque es trabajador, comerciante o sirviente. Concebimos como aborrecible que una persona esté en cama cuando debiera estar en su trabajo. No podemos pensar bien de alguien que es tan esclavo de la somnolencia como para descuidar su ocupación por causa de ella.
Por lo tanto, que esto nos enseñe a concebir cuán odiosos debemos parecerle a Dios si estamos en la cama y nos encerramos en el sueño cuando debiéramos estar alabando a Dios, y que seamos tan esclavos de la somnolencia como para descuidar nuestras devociones por causa de ella. El sueño es un estado de vida tan embotado y estúpido que hasta despreciamos más a aquellos animales que son más dormilones. Por consiguiente, quien escoge extender la perezosa indolencia del sueño antes que llegar temprano a sus devociones escoge el refrigerio más torpe del cuerpo antes que el ejercicio más noble del alma. Escoge aquel estado que es reproche a los simples animales antes que el ejercicio que es la gloria de los ángeles.
10. Además, quien no puede negarse a sí mismo esta indulgencia somnolienta no está más preparado para la oración que lo que está preparado para el ayuno o cualquier otro acto de autonegación. Ciertamente que puede leer por encima una oración del ritual más fácilmente que lo que puede cumplir estos deberes, pero no está más dispuesto para el espíritu de oración que lo que está dispuesto para ayunar. Porque el sueño, así consentido, transmite blandura a todas nuestros estados de ánimo, y nos hace incapaces de deleitarnos en nada que no se adapte a un estado ocioso de la mente, como lo hace el sueño. De tal modo que una persona que es esclava de esta ociosidad se halla en el mismo estado de ánimo cuando se levanta. Todo lo que sea ocioso o sensual le complace. Y todo lo que requiere molestia o auto negación le resulta odioso, por la misma razón que aborrece levantarse.
11. No es posible que un epicúreo sea verdaderamente devoto. Debe renunciar a su sensualidad antes que pueda saborear la felicidad de la devoción. Ahora bien, el que hace del sueño una ociosa indulgencia hace tanto para corromper su alma y para hacerla esclava de sus apetitos corporales como lo hace un epicúreo. Ello no desordena su vida, como los actos notorios de intemperancia lo hacen, pero como cualquier costumbre más moderada de indulgencia va desgastando silenciosa y gradualmente el espíritu religioso y hunde al alma en el embotamiento y la sensualidad.
La auto negación de toda índole es la mismísima alma y vida de la piedad, pero el que no la tiene en grado suficiente como para ser capaz de estar temprano en oración no puede pensar que ha tomado su cruz y que sigue a Cristo.
¿Qué conquista ha logrado sobre sí mismo? ¿Cuál es la mano derecha que se ha cortado? ¿Para qué pruebas está preparado? ¿Qué sacrificios está preparado para ofrecer a Dios quien no puede ser tan cruel para consigo mismo como para levantarse a orar al mismo tiempo que una parte del mundo monótonamente se conforma con levantarse para trabajar?
12. Algunas personas no tendrán escrúpulos en decirte que practican la auto indulgencia del sueño porque no tienen nada que hacer, y que si tuvieran algún asunto en qué ocuparse no perderían tanto tiempo durmiendo. Pero se les debe decir que equivocan la cuestión; que tienen una gran cantidad de tareas a realizar; tienen que cambiar un corazón endurecido; tienen que adquirir todo el espíritu de la religión. Seguramente que a quien piensa que no tiene nada que hacer, porque lo único son sus oraciones, se le puede justamente decir que todavía tiene que buscar todo el espíritu de la religión.
Por lo tanto, no debes considerar cuán leve falta es levantarse tarde, sino cuán gran miseria es carecer de espíritu religioso y vivir en tal facilismo y tal ociosidad que te vuelven incapaz de cumplir con los deberes fundamentales del cristianismo. Si yo deseara que no estudiases la gratificación de tu paladar, no insistiría en el pecado de malgastar tu dinero, aunque es importante, sino que desearía que renunciases a ese modo de vida porque te mantiene en tal estado de sensualidad que te vuelve incapaz de deleitarte en las doctrinas más esenciales de la religión.
Por la misma razón no insisto mucho en el pecado de malgastar tu tiempo en el sueño, aunque es considerable, pero deseo que renuncies a esta indulgencia porque transmite blandura y ociosidad a tu alma, y es tan contraria a ese espíritu vivo, celoso y despierto que se niega a sí mismo, el cual era no sólo el espíritu de Cristo y sus apóstoles, y el espíritu de todos los santos y mártires que hubo siempre entre los humanos, sino que debe ser el espíritu de todos aquellos que no quieren hundirse en la corrupción corriente del mundo.
13. Aquí, por lo tanto, debemos establecer nuestra acusación contra esta práctica. Debemos culparla, no de causar tal o cual mal, sino de ser un hábito general que se extiende a través de todo el espíritu y sostiene un estado mental que es totalmente erróneo. Es contrario a la piedad, no como los deslices o errores accidentales en la vida son también contrarios, sino tal como un estado enfermo del cuerpo es contrario a la salud.
Por otro lado, si te levantases temprano cada mañana como ejemplo de autonegación, como método de renunciar a la indulgencia, como un medio de redimir tu tiempo y de adaptar tu espíritu para la oración, pronto hallarías su ventaja. Este método, aunque parece apenas una pequeña circunstancia, puede ser un medio de gran piedad. Mantendría constantemente en tu mente la convicción de que el facilismo y la indolencia son la ruina de la religión.
Te enseñaría a ejercitar poder sobre ti mismo y a renunciar a otros placeres y tendencias que guerrean contra el alma. Y a lo que así es plantado y regado seguramente Dios le dará el crecimiento.
III.1. Ahora solamente queda indagar, en tercer lugar, cómo podemos redimir el tiempo, y cómo podemos proceder en este asunto tan importante. ¿De qué manera hemos de practicar más eficazmente esta rama tan importante de la templanza? Os aconsejo a todos vosotros, los que estáis plenamente convencidos de la importancia inefable de esto, que no permitáis que esa convicción se extinga, sino que inmediatamente comencéis a actuar conforme a ella. Solamente que no dependáis de vuestra propia fuerza. Si lo hacéis, quedaréis plenamente desconcertados. Sed profundamente conscientes de que así como no sois capaces de hacer nada bueno por vosotros mismos, también aquí, especialmente, todas vuestras fuerzas no valdrán para nada.
Cualquiera que confía en sí mismo será confundido. Nunca encontré una excepción. Nunca conocí a alguien que confiase en sus propias fuerzas y que pudiese mantener su resolución por un año.
2. Os aconsejo, en segundo lugar, que claméis al Fuerte por fortaleza.7 Clamad a aquel que tiene todo poder en cielo y tierra, y creed que él contestará la oración que procede de labios sin engaño.8 Así como no podéis tener demasiado poca confianza en vosotros mismos, tampoco podéis tenerla demasiado en él. Entonces, poneos en marcha con fe, y seguramente que su poder se perfeccionará en vuestra debilidad.9
3. Os aconsejo, en tercer lugar, agregad a vuestra fe, prudencia; emplead los medios más racionales para lograr vuestro propósito. Comenzad especialmente por el lado correcto, de otro modo perderéis vuestro empeño. Si deseáis levantaros temprano, dormid temprano: aseguraos de esto en todos los casos. A pesar de las compañías más queridas y agradables, a pesar de sus requerimientos más sinceros, a pesar de súplicas, burlas o reproches, mantened vuestro horario rigurosamente. Levantaos precisamente a la hora que os habéis fijado, y retiraos sin más protocolo. Mantened vuestra hora, a pesar de los asuntos más urgentes que os presionen: dejad todo de lado hasta la mañana siguiente. Aunque signifique una cruz o una negación tan grande como nunca, mantened vuestra hora o todo se acaba.
4. Os aconsejo, en cuarto lugar, permaneced firmes. Mantened vuestra hora de levantaros, sin interrupción. No os levantéis dos mañanas, y luego os quedéis en cama la tercera; pero lo que hacéis una vez, hacedlo siempre. «Pero es que me duele la cabeza». No te preocupes por eso. Pronto pasará. «Pero es que me encuentro somnoliento como nunca. Tengo los ojos muy pesados.» Es entonces que no debes parlamentar, pues de otro modo es un caso perdido, sino levántate de un salto enseguida. Y si tu somnolencia no se va, acuéstate por un rato, después de una o dos horas. Pero no permitas que nada abra una brecha en esta regla: levántate y vístete a la tu hora.
5. Quizás dirás: «El consejo es bueno, pero llega demasiado tarde. Ya hice una brecha. Me levanté con constancia, y por un tiempo nada me lo impidió. Pero lo fui dejando poco a poco, ¡y ahora lo he abandonado por un tiempo considerable!» ¡Entonces, en nombre de Dios, comienza otra vez! Comienza mañana; o más bien esta noche, yéndote a dormir temprano, a pesar de amistades u ocupaciones. Comienza con más desconfianza en ti mismo que antes, pero con más confianza en Dios. Sigue solamente estas reglas, y ¡mi alma por la tuya!: Dios te dará la victoria. En poco tiempo se acabará la dificultad, pero el beneficio perdurará para siempre.
6. Si dices: «Pero no puedo hacer lo que hice entonces, porque no soy lo que era. Tengo muchos trastornos, mi ánimo está por el suelo, me tiemblan las manos: estoy totalmente flojo.» Contesto: todos estos son síntomas nerviosos, y todos ellos se originan en parte porque duermes demasiado, y no es probable que se quiten a menos que quites la causa. Por lo tanto, teniendo esto en cuenta (y no sólo para castigarte a ti mismo por tu tontería e infidelidad), para recuperar tu salud y tus fuerzas, vuelve a levantarte temprano. No tienes otro camino: no hay ninguna otra cosa que se pueda hacer. No hay otro medio posible para recuperar, en algún grado tolerable, tu salud corporal y mental. No te suicides. ¡No corras por la senda que lleva a los portales de la muerte! Como dije antes, lo digo otra vez: en nombre de Dios, hoy mismo, comienza de nuevo. Es verdad que será más difícil que lo que fue al principio. Pero soporta la dificultad con que te has sobrecargado, y no durará mucho. Pronto nacerá el sol de justicia,10 y sanará tanto tu alma como tu cuerpo.
7. Pero no te imagines que este único asunto, levantarte temprano, bastará para hacerte cristiano. No: aunque ese único asunto, el no levantarte temprano, te conservará pagano, vacío totalmente del espíritu cristiano; aunque esto solo (especialmente si una vez lo habías conquistado) te mantendrá frío, formal, insensible, muerto, y te hará imposible dar un paso más adelante en santidad vital, sin embargo, si levantarte temprano es lo único, te hará adelantar apenas un corto camino para hacer de ti un verdadero cristiano. Es apenas un solo paso entre muchos; pero es uno. Y habiéndolo dado, sigue adelante. Sigue adelante hacia la plena auto negación, a la templanza en todas las cosas,11 a la firme resolución de tomar cada día todas las cruces12 a las cuales seas llamado. Sigue adelante, en plena búsqueda del sentir que hubo en Cristo,13 de la santidad interna y luego de la externa; y entonces serás no casi, sino totalmente cristiano; acabarás tu carrera con gozo,14 y estarás satisfecho cuando despiertes a su semejanza.15
Londres, 20 de enero de 1782.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...